San Francisco de Sales nació en el seno de una familia noble en el Chateau de Sales en el Reino de Saboya, en Francia, el 21 de agosto de 1567. Fue Obispo y Doctor de la Iglesia. Es patrono de la educación de adultos, de los sordos y de los periodistas, y nuestra Iglesia celebra su día cada 24 de enero.
Francisco era inteligente y amable. Desde muy pequeño deseó servir a Dios; sabía desde hacía años que tenía vocación al sacerdocio, pero decidió ocultarlo a su familia, ya que su padre quería que estudiara derecho y política.
En 1580, con 13 años, se fue a París para estudiar con los Jesuitas. Luego ingresó a la Universidad de París para estudiar filosofía y teología. Más adelante, con 24 años, se licenció en Derecho Civil y Eclesiástico en Padua. A lo largo de este tiempo, mantuvo inquebrantable su fervor por Dios. Para complacer a su padre, también estudió esgrima y equitación.
Un dia mientras Francisco cabalgaba, Dios le dejó clara su voluntad. Cayó del caballo tres veces ese día. Cada vez que caía, la espada salía de la vaina, y cada vez que salía, la espada y la vaina quedaban posadas en el suelo en forma de cruz.
Después de muchas discusiones y desacuerdos por parte de su padre, Francisco fue ordenado sacerdote y elegido por el obispo como rector de la Diócesis de Ginebra, en 1593.
Durante la época de la reforma protestante, Francisco vivió cerca de territorio calvinista y determinó encabezar una misión para reintegrar a la Iglesia Católica a los 60.000 calvinistas.
Durante tres años caminó penosamente por el campo, le cerraron puertas en la cara y le arrojaron piedras. En los crudos inviernos, sus pies se congelaban tanto que sangraban mientras caminaba sobre la nieve.
La inusual paciencia de Francisco lo mantuvo trabajando, a pesar de que nadie quería escucharlo. Entonces, encontró una manera de entrar a los hogares. Redactó pequeños panfletos para explicar la verdadera doctrina católica y los deslizó por debajo de las puertas. Este es uno de los primeros registros que tenemos de tratados religiosos utilizados para comunicar la verdadera fe católica a personas que se habían alejado de la Iglesia.
Los mayores no quisieron acudir a él, así que Francisco fue con los niños. Cuando sus padres vieron lo amable que era mientras jugaba con ellos, empezaron a ponerle atención. El pensamiento de Francisco era: “Quien predica con amor, predica con eficacia”. Cuando Francisco regresó a casa, se especula que había logrado reintegrar a aproximadamente 40.000 personas a la Iglesia Católica.
Francisco forjó maravillosas alianzas con el Papa Clemente VIII y Enrique IV de Francia, y en 1601 se unió a éste último en una misión diplomática. Debía dar sermones de Cuaresma en la Capilla Real. Enrique se encariñó con Francisco y lo vio como un «pájaro raro», devoto, conocedor y caballero.
En 1602 murió Claude de Granier, el obispo de Ginebra, y Francisco tomó su lugar, aunque siguió residiendo en Annecy. Uno de los desafíos más importantes que enfrentó en la diócesis fue la reforma del clero. Creyendo que el aprendizaje para un sacerdote era «el octavo sacramento» de la iglesia, se puso a trabajar escribiendo instrucciones y predicando sermones.
En 1604, Francisco dio uno de los pasos más importantes de su vida: el paso hacia la extraordinaria santidad y la unión mística con Dios.
En Dijon, vio a una viuda que escuchaba atentamente su sermón: una mujer que ya había visto en un sueño. Juana Francisca de Chantal era una católica madre de cuatro hijos, devota y dedicada como lo era Francisco.
Juana estaba en el camino hacia la unión mística con Dios y quería que él fuera su director espiritual; al dirigirla, Francisco se vio obligado a seguirla y convertirse él mismo en un místico.
Este fue el comienzo de una de las grandes amistades espirituales de la historia cristiana, y en 1610, establecieron una comunidad religiosa con Juana como superiora: Las Hermanas de la Visitación. Estas mujeres debían practicar las virtudes ejemplificadas en la visita de la Virgen María a Santa Isabel: humildad, piedad y caridad mutua. Pronto aparecieron otros monasterios y el Papa Pablo V aprobó oficialmente la «Visitación de Santa María» como orden religiosa en 1618.
Francisco estaba sobrecargado de trabajo y a menudo enfermo debido a su constante carga de prédicas, visitas e instrucción, incluso catequizando a un hombre sordo para que pudiera tomar la primera comunión, lo que lo convirtió en patrono de los sordos. Creía que el primer deber de un obispo era la dirección espiritual y le escribió a Juana: «Muchos han venido a mí para que los sirva, dejándome poco tiempo para pensar en mí mismo. Sin embargo, te aseguro que gozo muy profundamente por dentro, gracias a Dios. Porque la verdad es que este tipo de trabajo es infinitamente beneficioso para mí». Para él, el trabajo activo no debilitaba su paz interior, sino que la fortaleció.
Dio dirección espiritual a la mayoría de las personas a través de cartas, que atestiguaban su notable paciencia. «Tengo más de cincuenta cartas que responder. Si tratara de apresurarme, estaría perdido. Por lo tanto, no tengo intención de apresurarme ni preocuparme. Esta tarde responderé tantas como pueda. Mañana haré lo mismo y así continuaré hasta terminar».
Durante esta época, se pensaba erróneamente que alcanzar la verdadera santidad de vida era una tarea reservada únicamente al clero y a quienes participaban de la vida religiosa, y no a los hombres y mujeres laicos. Además, algunos creían que sólo los contemplativos, las personas que se retiran de la participación activa en el mundo, podrían realmente alcanzar la santidad.
Francisco insistió en que cada cristiano estaba llamado a la santidad y ésta se encuentra dentro de su propio estado de vida. Al sostener esa creencia, reflejó las enseñanzas de Jesús y de los primeros Padres de la Iglesia. Sentó las bases para las enseñanzas del Concilio Vaticano II sobre lo que ahora se llama el «llamado universal a la santidad». Reafirmó la enseñanza de Jesús y de la Iglesia primitiva de que todo cristiano bautizado está llamado a la santidad, sin importar su carrera o estado de vida. En cada carrera y estado de vida, los cristianos pueden llegar a ser cada vez más como Jesucristo. Después de todo, eso es lo que realmente significa la santidad.
San Francisco de Sales dio dirección espiritual a laicos que vivían vidas reales en el mundo real. Demostró con su propia vida que las personas podían crecer en santidad realizando una ocupación muy activa. También reconoció que el matrimonio cristiano y la vida familiar son en sí mismos una llamada a la santidad.
Para servir a las muchas personas confiadas a su cuidado, el santo se convirtió en un escritor prolífico. Dos de sus libros se han convertido en clásicos espirituales: Introducción a la Vida Devota y Tratado del Amor de Dios. En Introducción a la Vida Devota, Francisco de Sales ofrece profundos consejos para la persona que vive en medio del mundo y desea seguir una vida santa. Es un libro escrito para los laicos comunes y corrientes en 1608, y se convirtió en un éxito instantáneo en toda Europa, aunque algunos clérigos rechazaron la noción.
A través de una serie de cartas, este gran santo nos ofrece sugerencias prácticas para navegar a través de las tentaciones que presenta el mundo y para lograr un verdadero progreso en el camino espiritual. Sus ideas sobre la oración, el valor de los sacramentos, el papel de la amistad, el carácter de la virtud y la importancia de la devoción son atemporales.
Para San Francisco de Sales, el amor de Dios era como el amor romántico. Dijo:
«Los pensamientos de aquellos movidos por el amor humano natural están casi completamente fijados en el amado, sus corazones están llenos de pasión por él y sus bocas llenas de sus alabanzas. Cuando éste se ha ido, expresan sus sentimientos en cartas y no pueden pasar junto a un árbol sin grabar en su corteza el nombre de su amado. Así, quienes aman a Dios nunca pueden dejar de pensar en Él, de anhelarlo, de aspirar a Él y de hablarle. Si pudieran, grabarían el nombre de Jesús en los corazones de toda la humanidad».
La clave del amor a Dios es la oración: «Al volver tus ojos a Dios en meditación, toda tu alma se llenará de Dios. Comienza todas tus oraciones en la presencia de Dios».
Para las personas ocupadas que viven en el mundo, aconsejaba: «Retírate en varios momentos a la soledad de tu propio corazón, incluso cuando exteriormente estés involucrado en discusiones o transacciones con otros, y habla con Dios».
La prueba de la oración era la conducta de una persona.
«Ser un ángel en la oración y una bestia en las relaciones con las personas es cojear en ambas piernas».
San Francisco de Sales creía que el peor pecado era juzgar a alguien o chismear sobre ellos. Incluso si decimos que lo hacemos por amor, todavía lo estamos haciendo para vernos mejor a nosotros mismos. Deberíamos ser tan amables y comprensivos con nosotros mismos como deberíamos serlo con los demás.
A medida que envejecía y se enfermaba más, dijo: «Tengo que conducir yo mismo, pero cuanto más lo intento, más lento voy». Quería ser ermitaño pero estaba más ocupado que nunca.
Entonces decía:
«Ahora realmente siento que sólo estoy pegado a la tierra por un pie…»
El 26 de diciembre de 1622 sufrió una hemorragia cerebral y falleció al día siguiente. Fue enterrado en la iglesia del primer monasterio de la Visitación en Annecy, Francia.
San Francisco de Sales fue beatificado el 8 de enero de 1661 y canonizado el 19 de abril de 1665 por el Papa Alejandro VII.
Francisco tomó en serio las palabras de Cristo: «Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón». Como él mismo lo confesaría, le llevó 20 años vencer su mal genio y tendencia a la ira, pero nadie sospechó que tuviera tal problema, porque su manera habitual de actuar era rebosante de buen carácter y amabilidad. Su perenne mansedumbre y alegre disposición le valieron el título de “Caballero Santo”.
Vida de San Francisco de Sales