Oraciones

Via Crucis de la Divina Misericordia

Via crucis de la divina misericordia
Via Crucis de la Divina Misericordia

Este es el Via Crucis de la Divina Misericordia, basado en los fragmentos del libro “Divina Misericordia en sus obras” del padre beato Miguel Sopoćko, confesor y director espiritual de santa Faustina Kowalska.

  • Señal de la Cruz
  • Oración inicial:

“Oh Jesús mío, mi única esperanza,
Te agradezco este gran libro
que has abierto delante de los ojos de mi alma.
Este gran libro es Tu Pasión
afrontada por amor hacia mí.
De este libro he aprendido
cómo amar a Dios y a las almas.
En él están encerrados inagotables
tesoros para nosotros.
Oh Jesús, qué pocas son las almas que Te entienden
en Tu martirio de amor” (Diario, 304).

  • Estaciones:

I ESTACIÓN: JESÚS CONDENADO A MUERTE

Te adoramos, Cristo y te bendecimos, porque por Tu santa cruz redimiste al mundo.

Me da vergüenza Señor ponerme delante de Tu santo semblante, porque me parezco muy poco a Ti En la flagelación sufriste tanto por mí que, tan sólo ese martirio te hubiera matado, si no fuera por la voluntad y la sentencia del Padre Celestial según la cual debías morir en la cruz. Cuando para mí es difícil soportar las pequeñas infracciones e imperfecciones de los miembros de mi familia y las personas con las que vivo.

Tú, por misericordia, derramaste tanta sangre por mí. Y para mí cada ofrecimiento y cada sacrificio por el prójimo es duro. Tú con paciencia inefable y callando aguantaste el dolor de la flagelación y yo me quejo y gimo cuando me toca aguantar por Ti algún dolor o desprecio por parte del prójimo.

SEÑOR MISERICORDIOSO, AYÚDAME A SEGUIRTE CON CONFIANZA.

Jesucristo, que sufriste por nosotros, ten piedad de nosotros.

II ESTACIÓN: JESÚS CARGA CON LA CRUZ

Te adoramos, Cristo y te bendecimos, porque por Tu santa cruz redimiste al mundo.

Con profunda compasión voy a seguir a Jesús. Voy a soportar con paciencia el disgusto que hoy me toque vivir. Qué pequeño será, para honrar Su camino al Gólgota. ¡Si va a morir por mí! ¡Por mis pecados sufre! ¿Cómo puedo quedar indiferente ante eso?

No quieres Señor que lleve contigo Tu cruz pesada, sino que aguante diariamente, con paciencia, mis pequeñas cruces. Pero hasta ahora no lo he hecho. Me da vergüenza y pena esa pusilanimidad e ingratitud mía. Decido recibir con confianza y aguantar con amor todo lo que pongas sobre mí por Tu misericordia

SEÑOR MISERICORDIOSO, AYÚDAME A SEGUIRTE CON CONFIANZA.

Jesucristo, que sufriste por nosotros, ten piedad de nosotros.

III ESTACIÓN: JESÚS CAE POR PRIMERA VEZ

Te adoramos, Cristo y te bendecimos, porque por Tu santa cruz redimiste al mundo.

Llevaste Señor una carga terrible: los pecados de todo el mundo, de todos los tiempos (…). Y entre ese montón de pecados de la gente, el peso de mis numerosos pecados te abruma y te hace caer al suelo. Por eso se agotan Tus fuerzas. No puedes seguir con esta carga que Te hace caer.

Cordero de Dios que por Tu misericordia liberas el mundo del pecado con el peso de la cruz, desembarázame de la pesada carga de mis pecados y enciende el fuego de Tu amor, para que su llama nunca se apague

SEÑOR MISERICORDIOSO, AYÚDAME A SEGUIRTE CON CONFIANZA.

Jesucristo, que sufriste por nosotros, ten piedad de nosotros.

IV ESTACIÓN: JESÚS SE ENCUENTRA CON SU MADRE

Te adoramos, Cristo y te bendecimos, porque por Tu santa cruz redimiste al mundo.

Madre Santísima, Madre Virgen, haz que me contagie del dolor de Tu alma.

Te quiero Madre Dolorosa, Tú que sigues el mismo camino por el que caminó Tu amadísimo Hijo, un camino de ignominia y de humillación, de menosprecio y maldición, grábame en Tu Corazón Inmaculado y, como Madre de la Misericordia, concédeme la gracia, para que, siguiendo a Jesús y a Ti, no me abata en este espinoso camino del Calvario que la Divina Misericordia destinó también para mí.

SEÑOR MISERICORDIOSO, AYÚDAME A SEGUIRTE CON CONFIANZA.

Jesucristo, que sufriste por nosotros, ten piedad de nosotros.



V ESTACIÓN: SIMÓN EL CIRENEO AYUDA AL SEÑOR A LLEVAR LA CRUZ

Te adoramos, Cristo y te bendecimos, porque por Tu santa cruz redimiste al mundo.

Igual que para Simón, para mí también la cruz es una cosa desagradable. Por mi naturaleza la rehúya, pero las circunstancias me obligan a familiarizarme con ella.

Desde ahora voy a tratar de llevar mi cruz imitando a Cristo. Voy a llevar la cruz por mis pecados, por los de los demás, por las almas que sufren en el purgatorio, imitando al misericordioso Salvador. Entonces, recorreré el real camino de Cristo, y voy a seguirlo aunque me rodee una multitud de gente hostil que se burla de mí.

SEÑOR MISERICORDIOSO, AYÚDAME A SEGUIRTE CON CONFIANZA.

Jesucristo, que sufriste por nosotros, ten piedad de nosotros.

VI ESTACIÓN: LA VERÓNICA ENJUGA EL ROSTRO DE JESÚS

Te adoramos, Cristo y te bendecimos, porque por Tu santa cruz redimiste al mundo.

Jesús ya no sufre más, por eso no puedo darle un velo para limpiar el sudor y la sangre.

Mas el sufriente Salvador sigue viviendo en Su cuerpo místico, en sus hermanos, cargados con la cruz; en los enfermos, agonizantes, pobres, necesitados, quienes necesitan un paño para secarse el sudor. Si, Él dijo: “En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis” (Mt 25, 40). Pues, me propongo acompañar a un enfermo, a un moribundo, con un amor auténtico y con paciencia, para secarle el sudor, para fortalecerle y consolarle.

SEÑOR MISERICORDIOSO, AYÚDAME A SEGUIRTE CON CONFIANZA.

Jesucristo, que sufriste por nosotros, ten piedad de nosotros.

VII ESTACIÓN: JESÚS CAE POR SEGUNDA VEZ

Te adoramos, Cristo y te bendecimos, porque por Tu santa cruz redimiste al mundo.

Señor, ¿cómo puedes tolerarme a mí, pecador, que te ofendo innumerables veces con mis pecados cotidianos? Me lo puedo explicar solamente con la grandeza de Tu misericordia: porque todavía sigues esperando a que me corrija.

Ilumíname Señor con la luz de Tu gracia para que conozca todos mis errores y malas inclinaciones que hicieron que volvieras a caer bajo el peso de la cruz, para que desde ahora los elimines de mi vida sistemáticamente. Sin Tu gracia no puedo librarme de ellos

SEÑOR MISERICORDIOSO, AYÚDAME A SEGUIRTE CON CONFIANZA.

Jesucristo, que sufriste por nosotros, ten piedad de nosotros.

VIII ESTACIÓN: JESÚS CONSUELA A LAS HIJAS DE JERUSALÉN

Te adoramos, Cristo y te bendecimos, porque por Tu santa cruz redimiste al mundo.

Hay también es para mí un tiempo de misericordia, pero limitado. Después de ese tiempo se hará justicia, de la cual nos habla Jesús con tono de amenaza. (…) Estoy cargado de muchas culpas, me estoy marchitando y el temor me consume, pero voy a seguir los pasos de Jesús, me arrepentiré y voy a satisfacer al Señor con sincera penitencia. A esta penitencia me estimula el poder de Dios y el deber de servirle. La infinita misericordia de Jesús me exhorta también a hacer esta penitencia.

Él cambió su corona de gloria por la corona de espinas, y salió a buscarme y, al encontrarme, me abrazó en su corazón

SEÑOR MISERICORDIOSO, AYÚDAME A SEGUIRTE CON CONFIANZA.

Jesucristo, que sufriste por nosotros, ten piedad de nosotros.

IX ESTACIÓN: JESÚS CAE POR TERCERA VEZ

Te adoramos, Cristo y te bendecimos, porque por Tu santa cruz redimiste al mundo.

¡Por mí sufre Jesús y por mí cae bajo la cruz! ¿Dónde estaría hoy yo, sin este sufrimiento del Salvador?

Desde el abismo del infierno sólo el Salvador nos puede sacar. Por lo tanto, todo lo que hoy tenemos y quien somos en el sentido sobrenatural, absolutamente todo lo debemos solamente a la Pasión de Jesucristo. Hasta el cargar con nuestra cruz no significa nada sin la gracia. Solamente Su pasión hace nuestro arrepentimiento merecedor y la penitencia eficaz. Sólo Su misericordia, revelada en Su triple caída es la garantía de mi salvación

SEÑOR MISERICORDIOSO, AYÚDAME A SEGUIRTE CON CONFIANZA.

Jesucristo, que sufriste por nosotros, ten piedad de nosotros.

X ESTACIÓN: JESÚS ES DESPOJADO DE SUS VESTIDURAS

Te adoramos, Cristo y te bendecimos, porque por Tu santa cruz redimiste al mundo.

En este terrible misterio estuvo presente la Santísima Madre, quien lo veía todo, lo escuchaba todo y todo lo miraba atentamente. Uno puede imaginarse el dolor interior por el que Ella pasó, viendo a Su Hijo profundamente avergonzado en la sangrienta desnudez, probando una amarga bebida a la que yo también había vertido la amargura con el pecado de la gula y la embriaguez.

Desde este momento quiero y decido, con ayuda de la gracia Divina, practicar una sabia mortificación para purgar la falta de temperancia, para que la desnudez de mi alma no ofenda más a los ojos de Jesús ni a los de Su Madre Inmaculada

SEÑOR MISERICORDIOSO, AYÚDAME A SEGUIRTE CON CONFIANZA.

Jesucristo, que sufriste por nosotros, ten piedad de nosotros.

XI ESTACIÓN: JESÚS ES CLAVADO EN LA CRUZ

Te adoramos, Cristo y te bendecimos, porque por Tu santa cruz redimiste al mundo.

Situémonos en espíritu el Gólgota, bajo la cruz de Jesús, y meditemos sobre esa terrible escena.

Entre el cielo y la tierra está colgado el Salvador, en las afueras de la ciudad, rechazado por su gente; está allí colgado como un delincuente, entre otros delincuentes, como imagen de la ínfima miseria, desamparo y dolor. Sin embargo, Él se parece a un caudillo que conquista las naciones, no con la espada y las armas, sino con la cruz; no para destruirlas sino para salvarlas. Porque la cruz del Salvador se convertirá desde entonces en instrumento de la gloria de Dios, de la justicia y de la infinita misericordia

SEÑOR MISERICORDIOSO, AYÚDAME A SEGUIRTE CON CONFIANZA.

Jesucristo, que sufriste por nosotros, ten piedad de nosotros.

XII ESTACIÓN: JESÚS MUERE EN LA CRUZ

Te adoramos, Cristo y te bendecimos, porque por Tu santa cruz redimiste al mundo.

Nadie presenció ese acto de sacrificio con sentimientos y pensamientos tan maravillosos y adecuados como los de la Madre de la Misericordia. Tal y como hizo en los momentos de la Concepción y el Nacimiento de Jesús, en los que representaba a toda la humanidad, adorando y amando ardientemente al Señor de los Cielos, también ante la muerte, adoraba el cuerpo inerte de su Hijo, sufría por Él, sin olvidarse de Sus hijos adoptivos, cuyos representantes allí fueron San Juan Apóstol y el recién convertido criminal, el Buen Ladrón, por el cual había intercedido ante Su Hijo. Intercede por mi también, o Madre de la Misericordia, acuérdate de mí, cuando agonizando encomiende mi alma al Padre

SEÑOR MISERICORDIOSO, AYÚDAME A SEGUIRTE CON CONFIANZA.

Jesucristo, que sufriste por nosotros, ten piedad de nosotros.

XIII ESTACIÓN: EL CUERPO DE JESÚS ES BAJADO DE LA CRUZ

Te adoramos, Cristo y te bendecimos, porque por Tu santa cruz redimiste al mundo.

Misericordioso Salvador, ¿qué corazón resistirá la cautivadora y conmovedora expresión con la que nos hablas con las innumerables heridas de Tu cuerpo muerto, que reposa en el seno de Tu Madre Dolorosa?

Cada acción Tuya hubiera bastado como propiciación y reparación por nuestras ofensas. En cambio, elegiste esa forma de Redención para resaltar el gran valor de muestra alma y Tu inagotable misericordia, para que, incluso, el mayor pecador pueda venir a Ti con confianza y arrepentido, y recibir perdón como lo recibió el ladrón agonizante

SEÑOR MISERICORDIOSO, AYÚDAME A SEGUIRTE CON CONFIANZA.

Jesucristo, que sufriste por nosotros, ten piedad de nosotros.



XIV ESTACIÓN: EL CUERPO DE JESÚS ES COLOCADO EN EL SEPULCRO

Te adoramos, Cristo y te bendecimos, porque por Tu santa cruz redimiste al mundo.

Madre de la Misericordia, me elegiste para que fuera tu hijo, y hermano de Jesús, por el cual lloras tras ponerle en el sepulcro.

No hagas caso de mi debilidad, inestabilidad y dejadez, por las que lloro sin cesar, malas actitudes a las que renuncio constantemente. Acuérdate de la voluntad de Jesús que me ha confiado a Ti Cumple pues Tu misión en cuanto a mí, por desmerecedor que sea, dame tantas gracias del Salvador como mi debilidad necesite. Sé para mí siempre Madre de Misericordia

SEÑOR MISERICORDIOSO, AYÚDAME A SEGUIRTE CON CONFIANZA.

Jesucristo, que sufriste por nosotros, ten piedad de nosotros.

XV ESTACIÓN: ¡JESÚS HA RESUCITADO!

Te adoramos, Cristo y te bendecimos, porque por Tu santa cruz redimiste al mundo.

La resurrección de Jesús fue la corona de la vida y del trabajo del Salvador del mundo.

Lo que el Salvador inició en la montaña del Tabor, se hizo ahora plena realidad: cubrió su cuerpo con luz y belleza, lo espiritualizó enteramente, lo hizo sutil y penetrable, completamente dependiente de su voluntad. Nosotros también anhelamos una vida glorificada, un cuerpo espiritualizado, la espiritualización de las formas externas. Queremos vivir la Pascua, ansiamos la victoria de nuestra alma sobre los bajos instintos de nuestro cuerpo y llegar a la feliz eternidad.

¿Resucitaremos? Para asegurarnos de esta verdad, recordemos que es dogma de nuestra fe: “La resurrección del cuerpo”. Sobre todo, deberíamos, ya en esta vida, resucitar espiritualmente. Hay muertos en el espíritu a los que se podría llamar: cadáveres vivos. La Sagrada Escritura dice: “Conozco tus obras y que tienes nombre de vivo, pero estás muerto. Estate alerta y consolida lo demás, que está para morir, pues no he hallado perfectas tus obras en la presencia de mi Dios” (Ap 3, 1- 2). Muerto está el hombre que vive solamente para el mundo terrenal, trabaja, crea y busca la fama terrestre. Es la tragedia de la vida terrenal, mundana, la vida de los desconfiados.

La vida ociosa y estéril, privada de espíritu, no se convertirá en vida eterna, como tampoco de una bellota vacía crecerá un roble. Por eso, ya aquí en la tierra, debería llevar una vida con miras a la eternidad, o sea, una vida sobrenatural. Pues debo pensar, querer, sufrir, luchar, alegrarme y amar, de acuerdo con las máximas de la fe.

“… y vosotros daréis también testimonio porque estáis conmigo desde el principio” (J 15, 27). Estas palabras dirigidas a los Apóstoles se refieren también a mí. Tengo que dar testimonio de Jesús con mi vida, con mis actividades de cada día. Tiene que ser un testimonio de virtud y de santidad, de palabras y hechos, tal vez un testimonio de sangre y martirio; o, por lo menos, testimonio de la misericordia sobre el cuerpo y el espíritu de los prójimos. Sé que, solo, no soy capaz de hacerlo.

Por eso, Espíritu Santo, ¡ayúdame! Me doy cuenta de que tengo que dar testimonio, pero sin Tu soplo no puedo. ¡Crea pues en mí un espíritu nuevo! Con un rayo de la gloria celeste ilumina mi cara que está palideciendo. Dame alas para que me alce a una cumbre de alegría, para que lleve mi barco a las profundidades, para que no me hunda en la orilla”.

SEÑOR MISERICORDIOSO, AYÚDAME A SEGUIRTE CON CONFIANZA.

Jesucristo, que sufriste por nosotros, ten piedad de nosotros.

Oración de San Juan Pablo II

Dios, Padre misericordioso,
que has revelado tu amor en tu Hijo Jesucristo
y lo has derramado sobre nosotros
en el Espíritu Santo Consolador,
te confiamos hoy el destino
del mundo y de todo hombre.
Inclínate hacia nosotros, pecadores;
sana nuestra debilidad;
derrota todo mal; haz que todos
los habitantes de la tierra experimenten
Tu misericordia, para que en Ti,
Dios uno y trino, encuentren
siempre la fuente de la esperanza.
Padre eterno, por la dolorosa pasión
y resurrección de tu Hijo,
ten misericordia de nosotros
y del mundo entero.

Amén.

Fuente: http://www.faustyna.eu

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