Las reliquias son los restos físicos de un santo o una persona considerada santa, pero que aún no ha sido canonizada oficialmente (beato). También lo pueden ser los objetos que han sido “santificados” al tocar su cuerpo, tumba o pertenencias.
El Código de Derecho Canónico, 1187 dice: Sólo es lícito venerar con culto público a aquellos siervos de Dios que hayan sido incluidos por la autoridad de la Iglesia en el catálogo de los Santos o de los Beatos.
Es importante destacar que la veneración es un acto de honor o profundo respeto (no adoración).
En su Carta a Riparius, San Jerónimo escribió: “Nosotros no adoramos por temor a inclinarnos ante la criatura más que ante el Creador, pero veneramos las reliquias de los mártires para adorar mejor a Aquel de quien son mártires”.
Tipos de reliquias
- Reliquias de 1er grado: un fragmento del cuerpo del Santo, como un hueso, cabello, etc., y los instrumentos de la Pasión de Cristo.
- Reliquias de 2do grado: un fragmento de su ropa o de algo que el santo usaba durante su vida (rosario, biblia, cruz, etc.). También objetos asociados con el sufrimiento de un mártir.
- Reliquias de 3er grado: cualquier objeto que ha sido frotado a una reliquia de primer o segundo grado o a la tumba de un santo.
Cualquiera puede crear sus propias reliquias de tercera clase. Esto se hace tocando con un objeto una reliquia de primera o segunda clase, incluida la tumba de un santo.
Por qué veneramos las reliquias de los santos
El uso de reliquias tiene cierta base en la Sagrada Escritura.
En II Reyes 2, 14, el profeta Eliseo tomó el manto de Elías, después de haber sido llevado al cielo en un torbellino; con él, Eliseo golpeó el agua del Jordán, que luego se partió para que él pudiera cruzar, no sin antes invocar a Dios.
Podemos leer en II Reyes 13, 20-21, que algunas personas enterraron apresuradamente a un difunto en la tumba de Eliseo, “pero cuando el hombre entró en contacto con los huesos de Eliseo, volvió a la vida y se levantó”.
En Hechos de los Apóstoles 19, 11-12 se puede leer: “Mientras tanto, Dios obró milagros extraordinarios en manos de Pablo. Cuando se aplicaban a los enfermos pañuelos o paños que habían tocado su piel, sus enfermedades se curaban y los malos espíritus se alejaban de ellos”.
En estos tres pasajes, se veneró el cuerpo o vestimenta de estos santos: Elías, Eliseo y San Pablo. De hecho, los milagros estaban relacionados con estas reliquias. No es que existiera algún poder mágico en ellas, sino que así como la obra de Dios se realizó a través de las vidas de estos hombres santos, continuó después de su muerte. Del mismo modo, así como las personas se acercaron más a Dios a través de las vidas de estos santos hombres, ellos incluso a través de sus restos inspiraron a otros a acercarse a Dios aún después de su muerte. Esta perspectiva proporciona la comprensión de la Iglesia sobre las reliquias.
Dios sana a través de las reliquias
Si leemos los evangelios, podemos encontrar que Dios sana a través del contacto físico y los objetos. Muchas veces Jesús tocaba a los enfermos para sanarlos. La mujer con hemorragia que simplemente agarró el dobladillo de la ropa de Jesús se curó, y el barro que Jesús untó sobre los ojos de un ciego le hizo volver a ver.
Por eso consumimos la Eucaristía. La carne y la sangre que Jesús sacrificó por nosotros en la Cruz nos sana, limpia nuestras almas y renueva nuestra relación espiritual con Dios.
Cuando tocamos la reliquia de un santo, el objeto en sí no es curativo; más bien, por la intercesión del santo a través del objeto, Dios realiza la bendición.
La razón por la que valoramos las posesiones de los santos es por su canonización. Tenemos razones para creer que estos santos están en el Cielo porque han realizado milagros en la Tierra que la ciencia no puede explicar. Tocar un fragmento de su cuerpo con nuestros rosarios u objetos piadosos, siempre conectará sus valores y su presencia celestial con nosotros.
Reliquias de los primeros cristianos
La veneración de las reliquias de los santos se encuentra en la historia temprana de la Iglesia. Una carta escrita por los fieles de la Iglesia de Esmirna en el año 156 relata la muerte de San Policarpo, su obispo, que fue quemado en la hoguera. La carta dice: “Tomamos los huesos, que son más valiosos que las piedras preciosas y más finos que el oro refinado, y los pusimos en un lugar apropiado, donde el Señor nos permitirá reunirnos, según podamos, con gozo y alegría, y celebrar el aniversario de su martirio”.
Básicamente, las reliquias (los huesos y otros restos de San Policarpo) fueron enterradas y la tumba misma era el «relicario». Otros relatos atestiguan que los fieles visitaron los lugares de sepultura de los santos y se produjeron milagros.
Después de la legalización de la Iglesia en el año 313, se abrieron las tumbas de los santos y los fieles veneraron las reliquias. Un hueso u otra parte del cuerpo se colocaba en un relicario para su veneración. Esta práctica creció especialmente en la Iglesia Oriental, mientras que la práctica de tocar con tela los restos del santo era más común en Occidente. En la época de los períodos merovingio y carolingio de la Edad Media, el uso de relicarios era común en toda la Iglesia.
Malas prácticas y simonía
Durante la Edad Media creció el “traslado de reliquias”, es decir, la retirada de reliquias de las tumbas, su colocación en relicarios y su dispersión. Lamentablemente, los abusos también aumentaron. Con varias invasiones bárbaras, las conquistas de las Cruzadas, la falta de medios para verificar todas las reliquias y personas poco respetables que en su codicia se aprovechaban de los ignorantes y supersticiosos, se produjeron abusos. Incluso San Agustín denunció a impostores que se vestían como monjes y vendían falsas reliquias de santos. El Papa San Gregorio prohibió la venta de reliquias y la destrucción de tumbas en las catacumbas.
Por cierto, vender reliquias no sólo está prohibido, sino que también constituye pecado grave, el cual se denomina simonía. Esto comprende no sólo la venta sino también la compra de lo espiritual, como cargos eclesiásticos, sacramentos, objetos benditos, reliquias, promesas de oración, la absolución, entre otros.
Desafortunadamente, los Papas u otras autoridades religiosas no podían controlar del todo la traslación de las reliquias o impedir las falsificaciones. Con el tiempo, estos abusos llevaron a algunas personas, especialmente ajenos a la Iglesia Católica, a atacar totalmente la idea de las reliquias. Por desgracia, hasta el día de hoy esos abusos han llevado a muchas personas a ser escépticas acerca de ellas.
Qué dice la Iglesia Católica sobre las reliquias de los santos
En respuesta, el Concilio de Trento (1563) defendió invocar las oraciones de los santos, y venerar sus reliquias y lugares de sepultura: “Los cuerpos sagrados de los santos mártires y de los demás santos que viven con Cristo, que han sido miembros vivos de Cristo y el templo del Espíritu Santo, y que están destinados a ser resucitados y glorificados por Él hasta la vida eterna, deben ser también venerados por los fieles. A través de ellos, Dios concede muchos beneficios a los hombres”.
Desde entonces, la Iglesia ha tomado medidas estrictas para asegurar la adecuada preservación y veneración de las reliquias. El Código de Derecho Canónico (#1190) prohíbe terminantemente la venta de reliquias sagradas: «No pueden en modo alguno enajenarse válidamente o trasladarse a perpetuidad sin licencia de la Sede Apostólica».
Además, cualquier reliquia actual debe contar con la documentación adecuada que acredite su autenticidad. El Código también apoya el lugar apropiado para las reliquias en nuestra práctica católica. El Canon 1237 establece: “Debe observarse la antigua tradición de colocar bajo el altar fijo reliquias de Mártires o de otros Santos, según las normas litúrgicas” (práctica muy extendida desde el siglo IV). Muchas Iglesias también tienen reliquias de sus santos patrones que los fieles veneran en ocasiones apropiadas.
Es importante destacar que aunque algunas personas pueden tener la sensación de que las reliquias son algo antiguo, aún hoy muchos milagros y favores del Señor siguen estando relacionados con la intercesión de un santo por la veneración de sus reliquias.
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