La Cuaresma es una época sagrada del año. Los cristianos fieles anticipan este tiempo santo con la esperanza de que producirá buenos frutos en sus vidas.
La vida de Jesús estuvo marcada por el sacrificio y el sufrimiento a través del cual Él otorgó Su amor perfecto.
Nunca comprenderemos plenamente Su alma divina, sin embargo debemos esforzarnos por comprender la vida humana de nuestro Señor para que podamos compartir Su vida, imitarlo y recibir las recompensas eternas que Él desea otorgar a quienes lo aman.
Recordemos que Nuestro Señor dijo:
Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella; mas ¡qué estrecha la puerta y qué angosto el camino que lleva a la Vida!; y pocos son los que lo encuentran. -Mateo 7. 13-14
Entrar por esa “puerta estrecha” es un camino que requiere determinación y amor sacrificial. Para tomar ese camino estrecho y desafiante, debemos enfrentar aspectos difíciles de nuestras vidas, incluidos nuestros pecados.
Enfrentar nuestros pecados requiere una profunda honestidad y humildad. Dios nos concede el perdón, pero bajo la condición de que enfrentemos nuestros pecados, nos arrepintamos de ellos y trabajemos para enmendar nuestras vidas.
Estas reflexiones del padre John Paul Thomas para la temporada de Cuaresma se basan en los cuarenta días de Jesús en el desierto. Comenzando con la preparación de Jesús para su ministerio, las meditaciones sobre los siete pecados capitales y la Semana Santa completan los cuarenta días. Además, dado que la Cuaresma dura más de cuarenta días si se cuentan los domingos, se incluyen reflexiones separadas para cada domingo de Cuaresma.
Que el Señor nos conceda una Cuaresma fructífera y transformadora mientras caminamos con Él a través de Sus cuarenta días en el desierto, Sus predicaciones y milagros, y Su santa Pasión.
Evangelio base
El siguiente Evangelio, será la base de las Reflexiones 1–27:
Entonces Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo. Y después de hacer un ayuno de cuarenta días y cuarenta noches, al fin sintió hambre. Y acercándose el tentador, le dijo: «Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes.» Mas él respondió: «Está escrito: No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.» Entonces el diablo le lleva consigo a la Ciudad Santa, le pone sobre el alero del Templo, y le dice: «Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: A sus ángeles te encomendará, y en sus manos te llevarán, para que no tropiece tu pie en piedra alguna.» Jesús le dijo: «También está escrito: No tentarás al Señor tu Dios.» Todavía le lleva consigo el diablo a un monte muy alto, le muestra todos los reinos del mundo y su gloria, y le dice: «Todo esto te daré si postrándote me adoras.» Dícele entonces Jesús: «Apártate, Satanás, porque está escrito: Al Señor tu Dios adorarás, y sólo a él darás culto.» Entonces el diablo le deja. Y he aquí que se acercaron unos ángeles y le servían. -Mateo 4, 1-11
40 días en el desierto, un viaje cuaresmal con el Señor
- Señal de la Cruz
Oración para iniciar la Cuaresma
Señor de toda esperanza, en esta santa temporada de Cuaresma, oro para que me cambies, me transformes y me reveles todo lo que deseas transmitir. Me abro a Tu santa voluntad tan completamente como puedo y confío en Tu gracia para hacer el resto. Ayúdame a examinar mi vida con humildad y honestidad para poder ser purgado de mis pecados e imitar más plenamente Tu amor sacrificial. Llévame a Tu Pasión y muerte, querido Señor, para que pueda participar de la gloria de Tu Resurrección. ¡Jesús, Mesías y Rey, en Ti confío!
Primeros días de Cuaresma
Día 1: Viajando con nuestro Señor
Miércoles de Ceniza
Aunque el Miércoles de Ceniza no es un día santo de precepto, es una de las celebraciones litúrgicas más concurridas en el calendario de nuestra Iglesia. Quizás esto habla del deseo en nuestros corazones de tener una Cuaresma fructífera y transformadora cada año. Estos cuarenta días honran e imitan los cuarenta días de Jesús en el desierto que siguieron inmediatamente a Su bautismo y justo antes del comienzo de Su ministerio público. Los cuarenta días de Jesús fueron un tiempo de ayuno y oración, seguidos de someterse a todas las tentaciones del maligno. Estas tentaciones son las mismas que nosotros enfrentamos, razón por la cual Nuestro Señor las enfrentó, mientras se encontraba en un estado físico de hambre y aislamiento extremos.
Al comenzar nuestros caminos cuaresmales, es costumbre renunciar a algo, ayunar, abstenernos de carne hoy y los viernes, dedicar más tiempo a la oración y aumentar nuestros actos de caridad. Estas meditaciones nos llevarán, paso a paso, a estar con nuestro Señor en el desierto para que podamos cumplir con más fervor estos deberes cuaresmales a imitación de Él.
En este Miércoles de Ceniza, comencemos dedicando tiempo a reflexionar sobre la idea general de que Jesús, el Hijo de Dios, asumió la naturaleza humana. Luego, en el momento señalado, Él eligió libremente entrar en un período de hambre, calor, aislamiento, lucha y tentación. Aunque tomaría toda una vida, y hasta la eternidad, comprender plenamente la fecundidad de Sus cuarenta días, comprometámonos a emprender el viaje. Resolvamos hacer todo lo necesario para pasar tiempo con nuestro Señor en el desierto. Sepamos que este viaje no es fácil y probablemente tampoco placentero, pero es necesario y será excepcionalmente fructífero cuando se viva bien y correctamente. Abracemos esta Cuaresma como si fuera la primera y única vez que tuvieramos la oportunidad de estar con nuestro Señor en el desierto para prepararnos para la misión que Dios nos ha encomendado.
Oración
Mi divino Señor, Tú elegiste libremente entrar en el desierto para un tiempo de oración, ayuno y tentación. Tu aceptación voluntaria de este momento de Tu vida es también una invitación para mí a viajar contigo. Al comenzar esta Cuaresma, resuelvo firmemente seguirte al desierto. Resuelvo soportar un tiempo de sacrificio, penitencia y oración. Que pueda acompañarte en Tu viaje para comprender lo que Tú entendiste, soportar lo que Tú soportaste, enfrentar lo que Tú enfrentaste y vencer todo lo que Tú venciste. Aunque afronto estos cuarenta días con cierta desgana, por favor dame el valor de hacer lo necesario para que esta Cuaresma sea verdaderamente fructífera. Jesús, en Ti confío.
Día 2: El Desierto
Jueves después del Miércoles de Ceniza
El desierto es un lugar seco, caluroso y árido donde pocas personas se sentirían físicamente cómodas durante un tiempo prolongado. ¿Por qué Jesús entraría al desierto durante cuarenta días en preparación para Su ministerio público? ¿Por qué no entrar en el lugar más tranquilo, cómodo y reconfortante posible? La elección de Jesús de prepararse para Su misión en el desierto desafía nuestra razón porque, a diferencia del intelecto divino de Jesús, el nuestro está profundamente afectado por el pecado original. Pero podemos acercarnos a entenderlo cuando permitimos que la sabiduría sobrenatural nos eleve.
Al comenzar nuestro viaje de Cuaresma, tratemos de descartar las tentaciones de hacer todo lo que nos parece que tiene sentido. Busquemos antes la sabiduría divina. Si algún aspecto de los cuarenta días de Jesús es difícil, debemos soportarlo de todos modos. Por nuestra caída de la gracia es que solemos buscar consuelo, no incomodidad; indulgencia, no sacrificio; plenitud, no privación; y egoísmo, no altruismo. La elección de Jesús de entrar en el desierto debería enseñarnos que a menudo lo que es mejor para nosotros es a veces lo que percibimos como lo peor. Esta lección se encuentra en casi todo lo que Jesús enseñó en los Evangelios, especialmeente en su elección de abrazar libremente el sufrimiento y la muerte.
Para verdaderamente entrar al “desierto” con nuestro Señor en esta Cuaresma, identifiquemos aquellas cosas que regularmente anhelamos, perseguimos y a las que estamos apegados. A menudo, estos son los mayores obstáculos para la auténtica libertad que nuestras almas anhelan tener, incluso si esas cosas no son pecaminosas en sí mismas. Entrar en el desierto es el proceso de dejar ir nuestros apegos excesivos para prepararnos a abrazar más plenamente las únicas cosas que pueden satisfacer: Dios y Su perfecta voluntad. Es la verdadera libertad lo que debemos buscar. No es un viaje fácil. De hecho, es tan doloroso como la idea de ir físicamente a un desierto durante cuarenta días sin comida para enfrentar cada tentación que el maligno nos lance. Aunque nuestra naturaleza humana caída inicialmente se rebelará contra tal idea, la Sabiduría divina nos dice que es el único camino hacia lo que anhelamos en lo más profundo de nuestro ser.
Reflexionemos sobre nuestra naturaleza humana caída y sus antojos y deseos desordenados. Una vez que identifiquemos algunas de nuestras tentaciones habituales, pensemos en Jesús en el desierto. ¿Estaba feliz allí? ¿Estaba contento sin las muchas comodidades que ofrece este mundo? ¿Estaba en paz? Ciertamente sí. A pesar de experimentar la desolación del desierto y las aflicciones que el maligno le impuso, Jesús vio a través de las tentaciones y las muchas trampas que experimenta la humanidad caída, y navegó a través de todas ellas. La satisfacción que Nuestro Señor tuvo en Su alma al negarse a Sí mismo todo lo que este mundo le podía ofrecer, para estar en comunión con la voluntad de Su Padre, produjo más satisfacción humana que todo consuelo e indulgencia imaginables. El mismo final nos espera si elegimos seguir a Jesús al desierto esta Cuaresma.
Oración
Mi Señor desolado, Tú entraste al desierto y elegiste libremente soportar este tiempo de separación de todo lo que este mundo caído tiene para ofrecer. Estabas hambriento, solo y sin consuelo, pero Tu alma divina estaba plenamente saciada. Tu alimento fue Tu comunión con Tu Padre Celestial. Señor, tengo muchos apegos en esta vida. Hay muchas cosas que aún deseo más que a Ti. Por favor, haz de esta Cuaresma un tiempo en el que pueda reconocer esos apegos y liberarme de ellos para poder comenzar a experimentar el gozo de una unión más profunda contigo y Tu Padre. Jesús, en Ti confío.
Día 3: Sacrificio
Viernes después del Miércoles de Ceniza
Hoy nos abstenemos de comer carne. Es un sacrificio muy pequeño, y cada sacrificio puede ofrecerse con desgana y lamento, o con alegría y entusiasmo. La diferencia es que cuando abrazamos este pequeño sacrificio con alegría y entusiasmo, anticipando la gracia que proviene de él, entonces esa gracia que recibimos es mucho mayor que si hiciéramos este pequeño sacrificio de malas ganas. El pequeño sacrificio de abstenerse de carne tiene el potencial de ser excepcionalmente fructífero en nuestras vidas cuando se ofrece gratuitamente con alegría y desde lo más profundo de nuestra alma.
Ofrezcamos hoy el sacrificio de la abstinencia de carne y aquellas cosas que nos parecen más apetitosas en unión con los católicos de todo el mundo. Este sacrificio, y cualquier otro que hagamos a lo largo de nuestra vida, debe ofrecerse de la misma manera que Jesús se ofreció cuando fue al desierto durante cuarenta días. La versión corta de la historia, en Marcos 1, 12 dice que “el Espíritu lo empujó al desierto…”. Las versiones de Mateo 4, 1 y Lucas 4, 1 dicen que Jesús fue “llevado” por el Espíritu Santo al desierto. En otras palabras, la entrada de Jesús en este tiempo de sacrificio, de oración y ayuno no fue algo que se vio obligado a hacer en contra de su voluntad. Más bien, fue impulsado desde dentro por el Espíritu Santo a entrar apresuradamente en este tiempo de sacrificio. Fue guiado, no obligado, y siguió la voluntad del Padre, en unión con el Espíritu Santo, con afán y resolución.
Superficialmente, cualquier acto de sacrificio puede parecer negativo al principio y puede parecer inicialmente una carga, pero la realidad espiritual más profunda nos enseña lo contrario. Si vivimos guiados por el Espíritu Santo, nuestra perspectiva sobre casi todo en la vida cambiará, incluida la forma en que vemos los sacrificios que estamos invitados a hacer.
Al ofrecer el pequeño sacrificio de abstenerse de carne hoy, permitamos que el Espíritu Santo nos “guíe” e incluso nos “impulse” desde dentro para que esto no sea una obligación, sino una ofrenda profundamente espiritual que elegimos y deseamos hacer por nosotros mismos en unión con Jesús. Ofrezcámoslo a Dios como una pequeña imitación de la vida humana de nuestro Señor, con ciega confianza en Él, sabiendo que imitarlo es siempre el curso de acción más glorioso. Considéremoslo como una pequeña, pero gloriosa, oportunidad para expresar nuestro amor a Dios, domar nuestros apetitos desordenados y crecer en virtud.
Oración
Mi Señor sacrificial, Tú hiciste el sacrificio de Tus cuarenta días en el desierto con la mayor resolución y determinación. Fue Tu gran gozo y privilegio ofrecer este sacrificio humano a Tu Padre Celestial por inspiración del Espíritu Santo. Por favor, dame la gracia este día, y todos los demás, de ofrecer cada sacrificio de mi vida en unión con la voluntad y la alegría de Tu Sacratísimo Corazón. Jesús, en Ti confío.
Día 4: Sequedad
Sábado después del Miércoles de Ceniza
Hoy reflexionamos sobre la sequedad del desierto. Una lección simbólica que enseña el desierto es que la oración y el ayuno no siempre producen el consuelo emocional que podríamos desear. Si la oración y el ayuno siempre produjeran abundante consuelo interior y satisfacción emocional, sería más fácil adoptar rápidamente esas prácticas. Pero si siempre inundaran nuestras almas con consuelo emocional, entonces simplemente estaríamos adquiriendo el hábito de practicar la oración y el ayuno con el fin de complacernos con esos consuelos. Estaríamos muy tentados a buscar continuamente agradables sensaciones, en lugar de buscar a Dios.
A menudo, al comienzo mismo de la vida espiritual de oración y ayuno, Dios inunda el alma con estos consuelos espirituales. Cuando un bebé está aprendiendo a caminar, la madre lo anima en cada paso. A medida que el niño recibe esos tiernos y maternales estímulos, dar un paso más se convierte en otro deleite. Pero eventualmente, una vez que el niño aprende a caminar, la madre deja de elogiarle continuamente.
De manera similar, Dios a menudo nos ofrece mucho estímulo interior cuando damos el primer paso de abrazar con entusiasmo una vida de oración y ayuno. Pero así como el objetivo de dar los primeros pasos es aprender a caminar sin estímulo constante, también el propósito de dar el paso inicial y de todo corazón en la oración y la penitencia, es formar un hábito de vida sacrificial que se pueda vivir incluso dentro de la experiencia de la sequedad interior.
Si realmente queremos imitar a nuestro Señor, sigámoslo al desierto desarrollando primero el hábito de la oración y el ayuno. Luego continuemos con ese hábito recién formado, incluso cuando no percibamos inmediatamente un beneficio, como una satisfacción emocional o espiritual. Ayunemos y oremos en el desierto. No temamos a la sequedad. Cuando ella llegue, que sea motivo de gratitud. Es como si Dios nos dijera: “Has aprendido a caminar; ahora persevera en este hábito espiritual recién formado para cumplir Mi santa voluntad, incluso en tiempos de sequía”.
Meditemos hoy en la aridez del desierto como una imagen que sin duda viviremos dentro de nuestras almas. Corramos hacia ello. Permitamos que el Espíritu Santo nos lleve ahí y nos guíe para que podamos comenzar, con fortaleza y perseverancia, a practicar estos hábitos recién formados de oración y ayuno para cumplir mejor la misión que Dios nos ha encomendado.
Oración
Mi Señor de la sequedad, Tú sabes exactamente lo que necesito. Tú sabes cuándo necesito el tierno estímulo del consuelo, y sabes cuándo la sequedad en mis prácticas espirituales me fortalecerá y ayudará a profundizar mi determinación de seguirte. Por favor, concédeme las gracias de la fortaleza y la perseverancia en las prácticas espirituales de la oración y el ayuno para que crezca más profundamente en conformidad contigo. Jesús, en Ti confío.
Finalizamos santiguándonos mientras decimos: Que el Señor nos bendiga, nos proteja de todo mal y nos lleve a la vida eterna. Amén.
Primera Semana de Cuaresma
Primer domingo de Cuaresma: El Hambre
Un efecto pronunciado del ayuno es el hambre. ¿Es bueno tener hambre? Los tres evangelios sinópticos hablan de Jesús teniendo hambre después de ayunar en el desierto. Durante Su tiempo de hambre, Jesús fue tentado por satanás.
El hambre es una experiencia natural que nos dice que nuestro cuerpo necesita alimento. Por supuesto, si desarrollamos el hábito de comer sin moderación, nuestro apetito tendrá hambre de más, incluso cuando no necesitemos más comida. El hambre, en su estado de equilibrio, identifica una carencia y nos impulsa a satisfacerla. Es útil comprender que el hambre también puede producir grandes efectos espirituales en el alma. Cuando nuestros cuerpos se ven privados temporalmente de alimentos, ese hambre que sentimos puede ayudarnos a percibir más claramente el hambre espiritual que tenemos dentro de nuestras almas. Esa hambre espiritual persiste hasta que estemos completamente unidos con Dios. Nunca podremos tener suficiente de Dios en esta vida, por lo que siempre anhelaremos más de Él. Sin embargo, podemos fácilmente encubrir el hambre espiritual que tenemos por Dios satisfaciendo nuestros apetitos corporales hasta llegar a no prestar atención al hambre espiritual. Cuando ayunamos de los alimentos y nos volvemos más conscientes del hambre que siente nuestro cuerpo, una luz brilla más claramente sobre nuestra hambre espiritual que clama por ser satisfecha.
Por lo tanto, el ayuno de alimentos no se hace simplemente por ayunar o porque tengamos que hacerlo el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo según las normas de la Iglesia. Idealmente, deberíamos practicar voluntariamente el ayuno todas las semanas, incluso fuera de la Cuaresma, como una forma de ayudarnos a no olvidar nunca el vacío interior que necesita la saciedad espiritual de Dios.
Si no ayunamos con regularidad, consideremos incorporarlo a nuestra rutina semanal a partir de esta Cuaresma. El ayuno y cualquier otra práctica penitencial tienen como objetivo la purificación de nuestros deseos corporales para que nuestros deseos espirituales se hagan más evidentes. Sólo cuando percibimos estos anhelos espirituales en nuestro interior, podemos comenzar a permitir que Dios sea Quien los sacia.
Reflexionemos sobre la experiencia de nuestro hambre a la luz del hambre que sintió físicamente Jesús en el desierto. Aunque siempre anheló a Su Padre y siempre permaneció perfectamente unido con Él, Jesús se permitió soportar el hambre para revelar el beneficio espiritual del ayuno. Aprendamos de Su hambre y comprometámonos a la práctica del ayuno físico para que podamos percibir más claramente el anhelo espiritual que tenemos por Dios en lo más profundo de nuestras almas.
Oración
Mi Señor penitencial, aunque eras perfecto en todo sentido y siempre disfrutaste de plena comunión con tu Padre, permitiste que tu naturaleza humana experimentara el hambre del ayuno para poder infundir ese acto penitencial con tu gracia divina. Por favor, dame la determinación que necesito para formar el hábito del ayuno y la negación de mí mismo, para que pueda percibir más claramente el hambre que tengo de Ti, de tu Padre y del Espíritu Santo. Jesús, en Ti confío.
Día 5: Aridez
Lunes de la Primera Semana de Cuaresma
Aunque el mejor símbolo del Cielo es el jardín más frondoso y fructífero o una ciudad gloriosa con calles pavimentadas en oro, la aridez del desierto es el camino hacia la abundancia del Reino de Dios.
En el desierto de Israel, cerca de Jericó, se encuentran las cuevas que se cree fueron los lugares donde Jesús habitó durante esos cuarenta días. Al principio, puede resultar interesante explorar una cueva. Pero ni una cueva ni el desierto ofrecen las comodidades que este mundo tiene para ofrecer. Una cueva no ofrece lugares suaves y cómodos para sentarse o dormir, y hay muy poca luz natural. En el desierto, la sombra y la comida son escasas o incluso inexistentes.
Jesús entró en este lugar árido y desolado, en parte, para enseñarnos que las riquezas y comodidades de este mundo no se comparan con las riquezas y bendiciones de una vida de gracia. ¿Podríamos ser feliz viviendo en una cueva en el desierto? O tal vez la mejor pregunta sea ésta: ¿Fue feliz Jesús mientras vivió en la aridez del desierto, privado de todas las bendiciones y comodidades materiales del mundo? Ciertamente sí, porque Su felicidad dependía de Su comunión con el Padre, del cumplimiento de Su voluntad. Nada le alegró más que esto. Por lo tanto, al entrar libremente en el lugar más árido de la tierra, Jesús nos enseña que nada en el mundo se compara con una profunda comunión con Dios.
Cuando miramos nuestra propia vida, ¿podríamoss describirla como “árida”? ¿O sería más preciso describirla como cómoda, indulgente, extravagante o mundana? Quizá esté en algún punto intermedio. Aunque no hay nada de malo en tener algunas de las comodidades de este mundo, siempre debemos comprender que cada deleite que poseamos aquí podrá actuar como una tentación para creer que tener todavía más es el camino hacia la felicidad.
Meditemos en el simple hecho de que Dios quiere que nuestras almas no sea áridas, sino que sean abundantemente fértiles. Para que eso suceda, debemos mantener bajo control y purificar los lujos terrenales que nos tientan a anhelar más placeres pasajeros en este mundo. Aprendamos una lección de la decisión de Jesús de entrar en el estado árido del desierto. Identifiquemos formas en las que podamos seguirlo hasta esa aridez. Donde haya exceso en nuestras vidas, trabajemos para purgarlo. Donde haya deseos mundanos y anhelos de consuelo, esforcémonos por domesticarlos para que estas cosas no compitan dentro de nuestras almas con lo único que verdaderamente satisface: Dios mismo.
Oración
Mi Señor en la aridez terrenal, Tú viniste pobre a este mundo y abrazaste libremente esa pobreza total cuando entraste en el desierto durante cuarenta días. Por favor, libérame de la tentación de convertir las comodidades y los lujos de este mundo en mis metas de vida. Que pueda aprender de Ti que elegiste la pobreza del desierto y seguir el ejemplo que Tú me diste. Jesús, en Ti confío.
Día 6: Soledad
Martes de la Primera Semana de Cuaresma
Los seres humanos no están destinados a existir aislados y separados. Estamos hechos para la comunión con Dios y unos con otros. El Cielo se vivirá dentro de los vínculos inquebrantables de amor establecidos con Dios y con cada persona en el Cielo compartiendo el amor de Dios. Entonces, ¿por qué Jesús se preparó en soledad para su ministerio público? ¿Por qué andar solo durante tanto tiempo?
La soledad de Jesús fue una oportunidad para permitir que su naturaleza humana descansara en la unión espiritual que compartía con su Padre como Dios. Dios Hijo, en la Persona de Jesucristo encarnado, habitó en perfecta unión con Su Padre Celestial, sin actividades ni distracciones. Este sabor del Cielo en la Tierra sólo fue posible gracias a la soledad del desierto.
En la propia vida, la soledad es fundamental de vez en cuando para que podamos entrar más plenamente en comunión con Dios. La soledad tiene el potencial de generar una mayor comunión y unidad con Él. Esa comunión más profunda con Dios te permite compartir más profundamente una comunión auténtica y santa con otras personas.
Por analogía, pensemos en la persona más cercana que tenemos, como un cónyuge, hijo, padre o amigo. Aunque hablar con ellos es necesario y ayuda a construir un vínculo estrecho, estar con ellos en soledad mutua también profundiza el vínculo. Por ejemplo, imaginemos a un marido y una mujer sentados juntos por la noche, sin hablar, simplemente estando juntos, en silencio. La soledad y el silencio mutuos forman un vínculo espiritual profundo que la conversación no puede producir.
Así es con Dios. Si queremos entrar en la forma más profunda de unión con Dios posible en esta vida, la soledad y el silencio con Él son esenciales para que podamos simplemente “estar” con Él. En términos prácticos, la mejor manera de lograr esto es tomarnos un tiempo cada día para cerrar los ojos y reconocer la presencia de Dios dentro de nosotros, y luego simplemente estar con Él, allí, en lo más profundo del alma. Santa Teresa de Ávila se refirió a esto como la “oración de recogimiento”.
Reflexionaemos sobre el hecho de que la soledad es para la comunión con Dios y con los demás. La soledad nos permite unirnos a Dios y a los demás en un nivel profundo. Mientras pensamos en Jesús estando solo en el desierto, sepamos que, en Su soledad y silencio, Él estaba profundamente unido a Su Padre. Su ejemplo nos enseña que nosotros también debemos buscar el amor y la unión con Dios y con los demás en la soledad, permitiendo que el lenguaje del silencio comunique las verdades más profundas del amor.
Oración
Mi Señor en la soledad, dentro del silencio del desierto, Tu santa soledad te permitió descansar plenamente en comunión con Tu Padre en Tu humanidad. Fue allí donde continuaste ofreciendo Tu humanidad al Padre y viviendo juntos como Uno solo. Por favor, acércame más a Ti y a Tu Padre dentro de la soledad de mi vida. Ayúdame a comprometerme a pasar diariamente un momento en que lo único que haga sea estar contigo. Te amo, mi Señor. Ayúdame a amarte más. Jesús, en Ti confío.
Día 7: Calor
Miércoles de la Primera Semana de Cuaresma
El desierto no sólo es un lugar seco, árido y de soledad, sino que también es caluroso. El calor seco del desierto pasa factura al cuerpo y lo deshidrata. A medida que sale el sol, la temperatura aumenta y es poco lo que uno puede hacer allí para encontrar alivio.
Una cualidad humana esencial de Jesús para soportar el sol y el calor durante cuarenta días es la paciencia. Imaginemos el sol saliendo cada día y produciendo un calor insoportablemente abrasador. El calor seco provocaría sed y posiblemente deshidratación. El sol se ponía al final del día y el ciclo comenzaba nuevamente al día siguiente, durante cuarenta días consecutivos.
Jesús se permitió soportar este ciclo de exposición diaria al calor severo como una manera de dotar a la naturaleza humana del don sobrenatural de la paciencia. Día tras día, durante cuarenta días seguidos, Jesús concedió a la naturaleza humana la capacidad de soportar grandes sufrimientos y malestares. Al hacerlo, Él hace posible que nosotros participemos de Su fuerza y resistencia cada vez que enfrentamos lo que parece ser una situación insoportable, especialmente cuando dicha situación continúa, día tras día. El don de esta resistencia sobrenatural es el único remedio.
Meditemos en la verdadera experiencia humana de exposición diaria al calor que soportó Jesús. Consideremos que el sufrimiento de Su cuerpo humano manifestó el don sobrenatural de la paciencia. Reflexionemos también sobre nuestra propia necesidad de este don. ¿Qué es lo que nos agobia? ¿Qué nos parece insoportable a veces? Sepamos que cada gracia que necesitamos para soportar pacientemente cada dificultad fue ganada por nuestro Señor en el desierto y está esperando a ser concedida a cada uno de nosotros.
Oración
Mi Señor de perfecta resistencia, Tú soportaste el calor del desierto día tras día. Al hacerlo, hiciste posible que todos los que comparten Tu naturaleza humana recibieran la fuerza que Tú tuviste frente a esta dificultad. Cuando sea Tu divina voluntad que lleve alguna carga pesada por amor a Ti y a los demás, por favor, concédeme el don sobrenatural de la paciencia para poder imitarte más plenamente en el desierto. Jesús, en Ti confío.
Día 8: Sed
Jueves de la Primera Semana de Cuaresma
Desde la Cruz, una de las últimas cosas que dijo Jesús antes de morir fue “Tengo sed”. Como tantas veces señaló Santa Madre Teresa de Calcuta, esa sed era por cada una de nuestras almas. No hay duda de que esta sed de salvación de cada alma comenzó en el alma humana de Jesús desde el momento de la Encarnación. Pero fue especialmente en el desierto cuando la sed humana de Jesús se mezcló con su deseo divino de llevar la salvación a todos.
Cuando tenemos sed, el cuerpo comunica una necesidad de hidratación. Falta algo que hay que reponer. Cuando nuestro Señor experimentó la profunda sed de agua en su cuerpo, estando en el desierto, podemos estar seguros de que esa sed física no fue más que un pequeño recordatorio humano para Él de Su divina sed de almas.
Tratemos de imaginar a Jesús permitiéndose experimentar la sed en el desierto. Aunque esta sed física no resultaría en Su muerte en el desierto, sí culminaría en Su muerte cuando tuvo sed en la Cruz. Esta sed espiritual, que se le hizo aún más manifiesta por su sed física en el desierto, se convirtió en la fuente de su misión impulsora de salvar a cada alma.
Debido a que la profundidad de la sed de Jesús era espiritual, Él se habría deleitado mucho en el hecho de que Su cuerpo humano experimentara este anhelo similar. En esa sed física, todo anhelo humano se unía al anhelo espiritual de saciar la sed que sentía de todo aquel que había quedado reseco por el pecado.
Reflexionemos sobre esta experiencia humana de la sed física que Jesús sintió en el desierto. Meditemos también sobre la sed espiritual infinitamente mayor que tiene Jesús de cada alma. Cada parte de Su divinidad, así como cada parte de Su humanidad, anhela que saciemos Su sed. Saciamos la sed del Señor viniendo a la fe y permitiéndole darnos el agua de la vida eterna. Él ofreció este regalo de agua refrescante desde la Cruz cuando Su sed era mayor. Pensemos en Él que tiene sed de nosotros no sólo en el desierto, sino también en ese grito en la Cruz. Saciémosle permitiendo que Él nos sacie a nosotros.
Oración
Señor mío sediento, Tú permitiste no sólo que Tu divino espíritu anhelara la salvación de mi alma, sino que también Te permitiste experimentar esta sed dentro de Tu cuerpo humano. Nunca podré agradecerte lo suficiente por la profundidad del amor que tienes por mí. Elijo saciar Tu sed, querido Señor, permitiéndote derramar sobre mi alma reseca las aguas de la vida eterna. Jesús, en Ti confío.
Día 9: Penitencia
Viernes de la Primera Semana de Cuaresma
Los viernes de Cuaresma deben ser días de penitencia. Pero ¿por qué? ¿Qué es la penitencia y cuál es su valor? En primer lugar, los viernes son días de penitencia porque nuestro Señor murió en la Cruz un viernes. Deberíamos ver cada viernes como una conmemoración de ese sacrificio salvador. Al hacer penitencia estos días, participamos voluntariamente en la penitencia que Jesús hizo a través de Su pasión y muerte. Por eso, cada viernes es un día en el que debemos compartir más plenamente la Cruz de Jesús, así como cada domingo debe celebrarse con gran solemnidad mientras nos regocijamos en Su Resurrección.
La penitencia puede ser misteriosa. ¿Por qué nos negaríamos los placeres? ¿Por qué Dios no querría que disfrutemos de todo lo que esta vida tiene para ofrecernos cada día? Jesús ya destruyó el pecado y la muerte, por lo que uno podría concluir que sólo debemos centrarnos en el gozo de la Resurrección, ¡siempre!
El problema con este pensamiento es que Jesús mismo dijo en numerosas ocasiones que si vamos a resucitar con Él, debemos morir con Él. Salvaremos nuestras vidas perdiéndolas por causa de Cristo. Debemos tomar nuestra cruz y seguir a Jesús.
La penitencia es necesaria en esta vida porque nuestra naturaleza humana permanece en estado de Pecado Original. Como resultado, nuestros deseos, apetitos, pasiones y emociones no se alinean fácilmente con la voluntad de Dios. Estas buenas cualidades humanas están sujetas a confusión, indulgencia y pecado. La penitencia es una manera de ayudar a cada parte de nuestra humanidad a entrar en sumisión a la voluntad de Dios, superando aquellas tendencias desordenadas que nos llevan al pecado. La penitencia ayuda a que esos desórdenes dentro de nosotros mueran para que cada parte de nuestra humanidad pueda resucitar con Cristo, conformarse a Su humanidad y ser liberados de los pecados y tentaciones que nos mantienen atados.
A nivel personal, Jesús no necesitó entrar en el estado penitencial del desierto para frenar sus apetitos, deseos y pasiones. Su alma ya era perfecta en todos los sentidos, y siempre sintió, deseó y eligió sólo los bienes eternos. La elección de Jesús de abrazar el estado penitencial del desierto no fue para Él; fue para nosotros. Al hacer penitencia en el desierto, al negar sus apetitos y deseos humanos, dotó de poder a los actos penitenciales. Por esa razón, cuando elegimos imitar la penitencia de Jesús en el desierto y elegimos abrazar Su Cruz como propia, recibimos ese poder y gracia que ahora están escondidos en los actos penitenciales, esperando ser descubiertos y recibidos.
Reflexionemos sobre nuestra actitud y enfoque ante la penitencia. Aunque hoy la Iglesia sólo prescribe la abstinencia de carne, nuestra penitencia debería ir mucho más allá si realmente queremos llegar a ser más como Cristo. Pensemos en formas en las que podemos vivir de manera más sacrificada hoy. Tomemos decisiones concretas para hacerlo. Al hacerlo, ofrezcámoslas al Padre Celestial, en unión con la vida penitencial de Jesús en el desierto, y anticipemos las bendiciones de gracia que descubriremos en este santo acto.
Oración
Mi Señor penitencial, al hacer penitencia dentro de Tu naturaleza humana, dotaste de Tu gracia a los actos penitenciales. Por favor, llena mi corazón con un deseo ardiente por esa gracia, así como con un deseo por cómo ella se recibe. Dame el deseo de vivir una vida penitencial. Ayúdame a encontrarte, morando en esos actos de amor, para fortalecerme con el fin de superar los desórdenes y tentaciones que soporto día a día. Jesús, en Ti confío.
Día 10: Tentación
Sábado de la Primera Semana de Cuaresma
En la versión de San Mateo sobre los cuarenta días de Jesús en el desierto el diablo recibe el título de “tentador”. San Lucas se refiere a él como “el diablo” y San Marcos se refiere a él como “Satanás”. Los tres evangelios nos dicen que una de las principales razones de Jesús para entrar al desierto durante este tiempo de ayuno y oración fue encontrarse cara a cara con las tentaciones del maligno.
El título de Satanás como “tentador” es apropiado porque describe la intención principal que tiene con todos. Recordemos el hecho de que Satanás, Lucifer o el diablo, en el momento de su creación, fue creado bueno y hermoso. Su nombre "Lucifer" significa que el propósito de su creación era ser el "portador de la luz" de Dios. ¡Qué noble y gloriosa responsabilidad!
El diablo, como cualquier otro ángel o ser humano, fue creado con libre albedrío. Podía elegir amar a Dios entrando en plena comunión con Su voluntad, o podía optar por rechazar este llamado sagrado eligiendo su propia voluntad. Por supuesto, eligió lo último. El resultado, como se describe en el Libro del Apocalipsis, es que el diablo y un tercio de todos los seres angelicales creados eligieron, con su propia voluntad, rechazar el propósito de Dios para sus vidas. Sin embargo, lo que es importante entender acerca de estos seres angelicales caídos es que, incluso en su estado caído, conservan los poderes naturales que les fueron otorgaron en el momento de su creación. Entre estos poderes naturales está el poder del pensamiento sugestivo y la influencia sobre nosotros. Su llamado original era comunicarnos la belleza y el poder de la voluntad de Dios para nuestras vidas. Ahora, usan sus habilidades naturales de manera opuesta, producto de su soberbia.
Además de Satanás, muchos otros espíritus caídos se unen a la única misión de ser tentadores de la raza humana. Por un lado, Dios podría haber ofrecido un remedio a su diabólica misión de tentarnos, simplemente destruyendo a estos ángeles caídos o despojándolos de sus habilidades naturales. Pero Dios no lo quiso así. Él mismo les dio a estos seres poderes naturales y ahora no se los quita. En cambio, Dios hizo algo aún más sorprendente. Él asumió la naturaleza humana, entró en un estado de dificultad física en el desierto y luego permitió que estas criaturas caídas hicieran todo lo posible para tentarlo. Al soportar sus tentaciones, en particular las del mismo Satanás, Jesús dio a la naturaleza humana la fuerza divina para enfrentar y superar cada tentación que el diablo y los demás espíritus caídos le infligirán. Por esa razón, debemos entrar al desierto con nuestro Señor para recibir Su fuerza mientras soportamos los ataques del tentador.
Reflexionemos sobre la forma en que Dios eligió tratar con Satanás y todos los ángeles caídos. En lugar de destruirlos, los venció, dándonos a cada uno de nosotros el mismo poder para vencerlos. Pensemos en nuestras tentaciones. ¿Con qué luchamos una y otra vez? ¿Qué pensamientos vienen de los espíritus mentirosos que sólo buscan tentarnos y destruirnos? No temamos la tentación. No nos escondamos de ellas. Enfrentémoslas con la valentía de Jesús, que venció al maligno rechazando cada mentira que intentó imponer.
Oración
Señor mío que fuiste tentado, no eliminaste los poderes naturales que diste a aquellos espíritus que te rechazaron. En cambio, elegiste fortalecer la naturaleza humana al asumir su forma y luego vencer la tentación. Por favor, dame tu fuerza divina cada vez que sea tentado/a a pecar. En Tu Santo Nombre, Jesús, rechazo a Satanás y a todos los espíritus malignos que acechan este mundo buscando la destrucción de las almas. Jesús, en Ti confío.
Finalizamos santiguándonos mientras decimos: Que el Señor nos bendiga, nos proteja de todo mal y nos lleve a la vida eterna. Amén.
Segunda Semana de Cuaresma
Segundo domingo de Cuaresma: Contraste
El Evangelio de la Misa de hoy nos presenta la Transfiguración de Nuestro Señor, que tuvo lugar en una montaña donde Jesús ofreció un pequeño vistazo de Su gloria a tres de Sus apóstoles: Pedro, Santiago y Juan. Esta historia presenta similitudes con los cuarenta días de Jesús en el desierto. Jesús se llevó a estos tres apóstoles solos para un tiempo de soledad. No se adentraron en el desierto, pero sí escalaron una montaña, lo que sin duda fue laborioso.
Lo que estos apóstoles encontrarían en esa montaña estuvo lejos de ser una experiencia desértica de hambre, sed, calor y tentación. En cambio, en lo que debió parecer un destello de gracia instantáneo y surrealista, Moisés y Elías aparecieron y estaban hablando con Jesús. Jesús mismo se volvió radiante de luz y su ropa era de un blanco deslumbrante. Entonces la Voz del Padre tronó desde el Cielo. No sólo quedaron deslumbrados los ojos de estos apóstoles, sino que también se conmovieron sus espíritus, porque sabían que estaban viendo algo que nunca hubieran imaginado ver. Estaban recibiendo el regalo consolador de vislumbrar la gloria de Jesús.
Aunque esta experiencia en la cima de la montaña fue radicalmente diferente del tiempo de Jesús en el desierto, es una experiencia que resultaría invaluable para los apóstoles cuando entraran en sus futuros desiertos. Este destello de gloria estaba destinado a infundir esperanza en sus corazones cuando más la necesitaran. Al salir de la montaña, Jesús les dijo que no le contaran a nadie su experiencia hasta que el Hijo del Hombre resucitara de entre los muertos. Jesús sabía que en ese momento, después de haber sido asesinado y resucitado de entre los muertos, estos apóstoles y muchos de sus seguidores sufrirían persecución e incluso la muerte. Por eso, Jesús les dio esta visión consoladora para ayudarlos a soportar las cruces que algún día enfrentarían.
¿Qué experiencia “en la cima de la montaña” has tenido con nuestro Señor? ¿Hubo algún momento en un retiro, una misión parroquial o un momento de oración en el que Jesús se manifestó a ti de una manera poderosa? Cuando eso sucede, queremos mantener ese sentido de la cercanía de Dios, tal como lo hicieron los apóstoles en la montaña. Pero tuvieron que bajar y enfrentar la Cruz de Jesús y, en última instancia, la suya propia. Lo mismo es para nosotros. Estos momentos de gran consuelo suelen durar sólo un tiempo. Jesús da estas gracias como una pequeña muestra de lo que nos espera en el Cielo para fortalecernos y abrazar Su Cruz con Él en cualquier forma que llegue a nuestras vidas.
Meditemos sobre cualquier experiencia que hayamos tenido y que nos haya dejado profundamente consolado por Dios. ¿Una experiencia así te ha dado fortaleza en momentos difíciles? Al reflexionar sobre cualquier experiencia que hayamos tenido, recuerde el propósito ésta. Fue un regalo que debería recordarnos para siempre la Gloria de Dios e inspirarnos esperanza cuando más la necesitemos.
Oración
Mi Señor transfigurado, Tú diste a Tus apóstoles un pequeño pero glorioso vislumbre de Tu divinidad. Este regalo los fortaleció mientras soportaban Tu sufrimiento y muerte, así como las suyas propias. Por favor, dame un vistazo de Tu gloria para que pueda conservar ese conocimiento de Quién eres Tú cuando más lo necesite. Jesús, en Ti confío.
Día 11: Creación
Lunes de la Segunda Semana de Cuaresma
La versión de San Marcos sobre el tiempo de Jesús en el desierto dice que “andaba entre animales salvajes…” (Marcos 1, 13). En el principio, cuando Dios creó los cielos y la tierra, los “animales” no eran “salvajes”. Eran perfectamente mansos y toda la Creación vivía en perfecta armonía.
Dado que Jesús tuvo mucho tiempo para orar y meditar en el desierto, habría permitido que el testimonio de estos animales salvajes fuera un recordatorio visual para Él del desorden de la Creación. En el plan original de Dios, en el Jardín del Edén, los animales no eran depredadores ni presas. Dios proveyó para ellos. Pero como toda la creación se vio afectada por la caída de Adán y Eva, ahora incluso los animales comparten los efectos de este mundo caído. Así, los animales mueren, se consumen unos a otros y experimentan enfermedades, hambre y violencia. Su sentido de supervivencia es un instinto que refleja el egocentrismo al que todos tendemos en la vida. Estas cualidades no estaban presentes al principio de los tiempos, antes de los efectos del Pecado Original.
Imaginemos la escena en la que Jesús se encontró cara a cara con fieras que actuaban por impulso, consumiéndose unas a otras para alimentarse, siendo asesinadas, cuerpos sufriendo la descomposición por el calor e incluso la sequedad de las pocas plantas que intentaban sobrevivir. Aunque los animales son incapaces de tomar decisiones morales, el desorden natural que ahora comparten, podemos imaginar que habría permitido a nuestro Señor reflexionar sobre los efectos del pecado original con sus propios ojos, y al hacerlo habría anhelado la transformación completa de este mundo caído en la Nueva Creación que vino a establecer. Habría anticipado los gloriosos Cielos Nuevos y la Nueva Tierra cuando como dice en Isaías 11, 6: “Serán vecinos el lobo y el cordero, y el leopardo se echará con el cabrito, el novillo y el cachorro pacerán juntos, y un niño pequeño los conducirá”. Él habría anhelado ese tiempo futuro en el que las plantas crecerían hasta alcanzar una fecundidad sobreabundante, las enfermedades y la muerte entre las bestias irracionales y la vegetación cesarían, y la naturaleza misma experimentaría una transformación que va más allá incluso de la abundancia y la armonía del Jardín del Edén.
Aunque todas las cosas están hechas a semejanza e imagen de Dios, como decía San Pablo en Romanos 8, 22: “la creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto” mientras espera su redención. Por lo tanto, por más hermosa que sea la creación, el mundo lleno de animales, paisajes y vegetación es un reflejo imperfecto de Dios. Jesús habría sido muy consciente de este hecho, dado que Su mente era perfectamente consciente no sólo del estado de Inocencia Original dentro del Jardín del Edén, sino también de la futura transformación del mundo creado en algo mucho más glorioso y capaz de reflejar mucho más al Dios Creador.
Reflexionemos sobre la belleza de la creación de Dios tal como la encontramos en este mundo caído. Primero tratemos de ver la belleza Nuestro Creador reflejada en la creación. Luego tratemos de imaginar cómo será la creación cuando se establezcan los Nuevos Cielos y la Nueva Tierra al final de los tiempos. Las “bestias” ya no serán “salvajes”. La armonía existirá a la perfección, la tierra será sobreabundante, los depredadores y las presas dejarán de existir, y Dios se manifestará perfectamente a nosotros a través del Nuevo Mundo que Él establecerá.
Oración
Señor de la Creación, aunque Tu acto de Creación fue perfecto, el pecado de Adán y Eva introdujo el desorden en el mundo. Mientras esté en esta vida, ayúdame a ver más allá del desorden actual de la Creación para que pueda descubrirte, reflejado en todo lo que has creado. Ayúdame también a anticipar ese glorioso día por venir cuando todo en este mundo será hecho nuevo, se restablecerá la armonía, se eliminarán las enfermedades y Tu gloria y belleza se verán en todo lo que has creado. Jesús, en Ti confío.
Día 12: Perseverancia
Martes de la Segunda Semana de Cuaresma
“Cuarenta” es un número significativo con un claro significado simbólico. Los cuarenta días de Jesús en el desierto nos recuerdan los cuarenta días que pasó Moisés en el monte Sinaí cuando vio a Dios “cara a cara” y recibió los Diez Mandamientos, base de la alianza de la Ley Antigua. La Ley Antigua no era más que una prefiguración de la Nueva Ley de verdad y gracia que Jesús vino a instituir. Así, durante estos cuarenta días, Jesús se convierte en el Nuevo Moisés en el Monte Sinaí, preparándose para presentar al pueblo de Dios el cumplimiento de los Diez Mandamientos y dándole la gracia necesaria para ser fieles.
Estos cuarenta días en el desierto también nos recuerdan los cuarenta años que los israelitas vagaron por el desierto en su viaje hacia la Tierra Prometida, donde según Éxodo 3, 8, “mana leche y miel”... un paraíso en la tierra.
Durante su viaje de cuarenta años por el desierto, Dios proveyó para sus necesidades. Les dio agua, maná por la mañana y codornices por la tarde. Este pan y carne de los cuales vivían simbolizaba el nuevo sustento que Jesús daría en la Sagrada Eucaristía. Los cuarenta años de peregrinación por el desierto simbolizan también el viaje de toda nuestra vida hacia el Cielo. La vida terrenal es una vida de “errante”, de ser provisto por Dios y de anticipar la gran recompensa de nuestra perseverancia.
Dado que los cuarenta días de Jesús en el desierto fueron una nueva vivencia del tiempo de los israelitas en el desierto, también debemos verlo como un símbolo de nuestro viaje por la vida. Esta vida que vivimos es de lucha, de privación de las glorias que Dios promete concedernos y un tiempo durante el cual debemos mantener siempre la vista fija en la meta de nuestro viaje: el Cielo.
Tan pronto como los israelitas completaron su viaje, fueron recompensados con la Tierra Prometida. Tan pronto como Jesús cumplió sus cuarenta días en el desierto, según Marcos 1, 15 salió diciendo: "El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca". Aquellos que concluyan sus peregrinaciones por el desierto de esta vida con fidelidad a la voluntad de Dios, y sean purificados de todo pecado y apego a éste, recibirán la vida sobreabundante prometida del Cielo.
Mientras reflexionamos sobre el significado del número “cuarenta”, consideremos que Dios nos llama a perseverar. No abandonemos el viaje antes de la meta. Perseveremos y tengamos la esperanza de que nos espera “el tiempo del cumplimiento”. Por ahora, seguimos en nuestro camino y debemos seguir adelante hasta el final. Debemos soportar las dificultades del desierto de esta vida, confiando en la providencia de Dios, siendo alimentados por el nuevo maná y las nuevos codornices en la Eucaristía, y siendo sostenidos por el manantial de Agua Viva que nos fue dado en el Bautismo. Durante este camino, debemos permanecer fieles a la Ley Antigua, ahora elevada y cumplida por la Ley Nueva de las enseñanzas de Jesús y el don de la gracia, como nuestro compromiso con la nueva Alianza que Dios nos ha ofrecido. Si somos fieles en el camino, Dios será fiel al otorgarnos la recompensa.
Oración
Señor de perseverancia, Tú permaneciste fiel a Tu misión de ayunar y orar durante cuarenta días. Avanzaste hasta el final de ese tiempo y soportaste mucho. Cuando emergiste, anunciaste que había llegado el momento de la plenitud. Por favor, dame Tu fuerza y gracia para perseverar en el desierto de esta vida. Dame esperanza por todo lo que me espera en las glorias del Cielo. Jesús, en Ti confío.
Día 13: Identidad
Miércoles de la Segunda Semana de Cuaresma
Durante los cuarenta días de Jesús en el desierto, hubo muchas tentaciones sutiles que Él se permitió soportar. Pero al final, el diablo se acercó a Nuestro Señor en un último intento por vencerlo. La primera tentación comienza con un cuestionamiento sutil de la identidad sagrada de Jesús como Hijo de Dios. El diablo comienza diciendo: “Si eres el Hijo de Dios…” Al comenzar así, pone esencialmente en duda la identidad divina de Jesús. Este fue un intento de despertar el orgullo en Jesús, el mismo pecado que resultó en la expulsión suya del Cielo.
Aunque Jesús no permitió que este cuestionamiento de Su identidad sagrada le afectara, esta es una tentación que todos enfrentamos y que con demasiada frecuencia no logramos vencer. A menudo no logramos tener confianza en quiénes somos. Cuando alguien cuestiona, duda, no está de acuerdo, ridiculiza, menosprecia o desafía nuestra identidad de alguna manera, nos sentimos tentados a enorgullecernos mediante la autojustificación, la ira o incluso la desesperación. Sin embargo, si sabemos quiénes somos, si nos vemos a nosotros mismos sólo como Dios nos ve, entonces nunca permitiremos que las opiniones o juicios falsos de los demás nos afecten.
¿Quién eres? Eres hijo o hija de Dios. Hemos sido adoptados por el Padre en la nueva familia de gracia y verdad. Es cierto que también somos pecadores, pero que hemos sido perdonados tantas veces como nos hemos arrepentido y hemos vuelto a Dios. Encontramos una gran libertad al conocer nuestra identidad.
Los desafíos a nuestra dignidad e identidad a menudo se presentan en forma de tentaciones, tales como: “No vales nada... No puedes hacer nada bien... No agradas a nadie... Nunca vencerás tu pecado... Dios está tan decepcionado de ti”, etc. Cuando nos sentimos tentados por estas mentiras, podemos caer en la desesperación y la duda, cuestionando quiénes somos y el amor perfecto de Dios por nosotros. La desesperación y la duda son formas sutiles de orgullo. La humildad es la clave para el auténtico autoconocimiento y la aceptación de nuestra identidad como hijos de Dios. Esta virtud no es otra cosa que un conocimiento profundo de quiénes somos a la luz de la verdad. Jesús sabía quién era Él y no permitió que el maligno suscitara ninguna duda. Debemos esforzarnos por hacer lo mismo.
Meditemos en la mente de Jesús mientras soportó que Satanás cuestionara su identidad. Jesús nunca olvidó quién era. Eso mismo debe ser nuestro objetivo. Somos los hijos preciosos y amados de Dios. Estamos dotados de gracia y misericordia, aunque también tenemos extrema necesidad de la misericordia de Dios. Somos perdonados cada vez que nos arrepentimos sinceramente. Dios nos ama y ninguna mentira del maligno podrá cambiar aquello. Busquemos hoy la virtud de la humildad, porque la humildad es esa virtud por la cual superamos las muchas mentiras sobre nosotros mismos y nos vemos tal como somos, como Dios nos ve. La humildad de Nuestro Señor fue perfecta; busquemos imitarlo más plenamente.
Oración
Mi humilde Señor, Tú conocías Tu identidad y nunca permitiste que las sutiles mentiras del maligno te afectaran. Por favor, ayúdame a recordar quién soy como Tu hijo. Que sólo me vea como Tú me ves y me ame como Tú me amas. Libérame de toda mentira, autocompasión, duda y desesperación. Jesús, en Ti confío.
Día 14: Presunción
Jueves de la Segunda Semana de Cuaresma
En la primera tentación, Satanás continúa diciéndole a Nuestro Señor: “…manda que estas piedras se conviertan en panes”. Ya reflexionamos sobre el hecho de que esta tentación comienza con un cuestionamiento sutil de la identidad de Jesús como Hijo de Dios. Pero luego el diablo pasa a cometer el error de presunción. El diablo supuso que Jesús tenía tanta hambre por haber ayunado durante cuarenta días y cuarenta noches, que aprovecharía la oportunidad para convertir las piedras en pan y asi satisfacer su hambre.
En primer lugar, esto muestra la necedad del diablo, que parece pensar que Jesús habría elegido el alimento para Su estómago en lugar del alimento espiritual de cumplir la voluntad de Su Padre Celestial, lograda con Sus cuarenta días de oración y ayuno en el ambiente árido y brutal del desierto. Aunque Nuestro Señor rechazó esta tentación, nosotros a menudo la abrazamos voluntariamente.
Cuando el diablo nos mira y decide tentarnos, generalmente presumirá que tenemos algún tipo de hambre y que estamos dispuestos a hacer lo necesario para saciarlo. El hambre no es sólo de comida, sino que puede referirse a cualquier deseo desmesurado que tengamos. Descubriremos esos deseos dentro de nuestra propia vida recordando aquellas cosas en las que pensamos más, con las que nos obsesionamos, queremos tener apasionadamente o evitamos hacer por egoísmo. Desafortunadamente, el diablo muchas veces tiene razón acerca de nosotros. A menudo elegimos lo que es más fácil, más placentero, gratificante y satisfactorio. El diablo nos dice algo como: “Te mereces este placer. Te lo has ganado. Recompénsate". O podría tentarnos también diciendo: “Esto es demasiado difícil. Se espera demasiado de ti. No te agobies de esta manera”.
Cada cristiano debe estar atento. Debemos elegir la voluntad de Dios pase lo que pase, incluso cuando Su voluntad requiera mucho sacrificio. Para lograr esto, debemos ser conscientes de aquellas cosas que permiten que el diablo sea presuntuoso con nosotros. ¿Sabe el diablo si regularmente buscamos gratificación en la comida o la bebida? Entonces él nos tentará de esa manera. ¿Sabe que luchamos contra la pereza? Entonces esta será una táctica que utilizará contra nosotros. Nuestro objetivo debe ser identificar aquellas tentaciones que el diablo presumirá sobre nosotros y trabajar para purificar esos hábitos, para que así la presunción del maligno sea derrotada.
Meditemos en las suposiciones que el diablo puede hacer sobre nosotros. Cuando Nuestro Señor fue tentado a satisfacer el hambre física que tenía por haber sido fiel a la voluntad del Padre de ayunar durante esos cuarenta días y cuarenta noches, la elección fue fácil. Satisfacer la carne no significaba nada para Jesús porque tenía una forma mucho más profunda de realización humana. Su alimento y Su satisfacción eran hacer la voluntad de Su Padre. Necesitamos esforzarnos por imitar a Nuestro Señor y elegir siempre la voluntad del Padre, cueste lo que cueste, por encima de lo fácil, lo carnal y lo placentero. Si lo hacemos, las tentaciones del diablo no sólo serán inútiles, sino también necias.
Oración
Mi Señor tentado, el diablo, en su necedad, pensó que podía inducirte a satisfacer tu apetito después de ayunar durante cuarenta días. Él claramente no entendió la fuerza de Tu resolución de ofrecer Tu vida sagrada en sacrificio. Fue esa misma necedad la que le llevó a despertar odio hacia Ti, lo que llevó a Tu crucifixión. Tu desinterés y sacrificio siempre obtuvieron la victoria final. Por favor, concédeme la gracia que necesito para imitarte y así tener el coraje y la fuerza para vencer la necedad del pecado y las tentaciones del maligno. Jesús, en Ti confío.
Día 15: Poder
Viernes de la Segunda Semana de Cuaresma
“Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes”. Esta primera tentación que soportó Nuestro Señor fue una tentación de hacer mal uso de su poder divino. Por supuesto, el diablo tenía razón al saber que Jesús podía convertir fácilmente las piedras en pan con una sola orden. Pero Jesús no vino a gratificarse a sí mismo haciendo un mal uso de su poder sagrado. Vino a sacrificarse por amor a la salvación de las almas, lo cual es un uso muy superior.
A cada uno de nosotros se nos ha confiado una responsabilidad, y con ella viene una forma de poder. Por ejemplo, aquellos a quienes se les ha confiado mucho dinero pueden hacer mal uso de esa fortuna para su complacencia egoísta o usarla para la gloria de Dios. Otros tienen talentos naturales, como en la música, el arte, los conocimientos mecánicos, la agilidad física, etc. Cada uno de nosotros debe examinar periódicamente su vida, identificar los dones y talentos que tenemos y determinar cómo usarlos mejor para la gloria de Dios. .
¿Qué dones, bendiciones o talentos tienes? ¿En qué eres bueno? ¿Con qué has sido bendecido que otros no? El “don” de Jesús fue su divinidad. Y aunque podría haber puesto el poder de su divinidad a trabajar a su propio servicio, para satisfacer su hambre humana, no lo hizo. El diablo lo tentó a hacer esto y Él lo rechazó.
Mientras reflexionamos sobre la negativa de Jesús a ejercer su poder divino de manera egoísta, observemos honestamente cómo usamos lo que tenemos. ¿Ponemos todo lo que tenemos, todo lo que somos, cada don y cada talento al servicio de Dios y de la salvación de las almas? ¿O cedemos a la tentación de utilizar nuestras bendiciones para la autogratificación?
Reflexionemos sobre el poder que nos ha sido dado. Jesús nos dio el ejemplo de que cada poder de Su divina alma fue ordenado con el propósito singular de cumplir la voluntad del Padre. Soportó el calor, el hambre, la sed, la tentación, la incomodidad y muchas otras dificultades de buena gana y con alegría porque al hacerlo cumplía la voluntad del Padre. Miremos nuestra vida y examinemos si realmente imitamos o no el ejemplo de sacrificio de Nuestro Señor. Dediquemos todas las fuerzas de nuestra alma a lo único por lo que vale la pena vivir: la voluntad de Dios.
Oración
Mi Señor Todopoderoso, Tú podrías haber convertido las piedras en pan para saciar Tu hambre, pero elegiste usar Tu poder divino con el único propósito de cumplir la voluntad de Tu Padre. Por favor, ayúdame a recordar siempre que cada don que tengo, cada poder, cada responsabilidad, debe estar enfocado únicamente en darle gloria a nuestro Padre Celestial cumpliendo Su divina voluntad. Elijo Tu voluntad nuevamente este día, querido Señor, y oro para que nunca haga mal uso de mi vida por razones egoístas. Jesús, en Ti confío.
Día 16: La Palabra de Dios
Sábado de la Segunda Semana de Cuaresma
«Está escrito: No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.». Esta fue la respuesta de Jesús a Satanás cuando fue tentado a convertir las piedras en pan para saciar Su hambre física. Aunque es un rechazo del tonto intento de Satanás, va mucho más allá de un rechazo. También identifica la misión que todos tenemos en la vida.
La “palabra que sale de la boca de Dios” es la Palabra de Dios. Jesús es esa Palabra Eterna. Debido a que la resistencia de Jesús en el desierto fue un acto sacrificial de amor por nosotros, entonces lo que Él habla aquí es especialmente para nosotros mientras soportamos nuestras tentaciones en la vida. Jesús nos está diciendo: No viváis para lo pasajero, sino vivid para lo eterno. Lo que es eterno es todo lo que Él nos reveló y nos dio como Palabra Eterna.
Jesús, el Verbo Eterno, es la Verdad Eterna. Todo lo que necesitamos saber, comprender, creer y vivir se encuentra en la misma Persona de Jesús. Él es la revelación plena del Padre Celestial y la revelación plena de lo que significa ser humano.
Cuando Satanás tentó a Jesús a convertir las piedras en comida, Jesús hizo lo que todos debemos hacer. Él es el modelo y el Camino a la perfección. Por lo tanto, cuando el maligno nos tienta, nuestra respuesta debe ser la respuesta de Jesús. Debemos elegir vivir de “toda palabra que sale de la boca de Dios”.
En términos prácticos, esto significa que debemos separar las tentaciones, las mentiras, los deseos y los impulsos usando la Palabra de Verdad como nuestro prisma, elevando nuestra mente a Cristo, uniendo nuestra voluntad a la Suya y descartando la tentación desordenada. Básicamente, dos voces nos hablan todo el tiempo. Está la voz distorsionada y confusa del maligno, que influye en nuestra naturaleza humana caída, y la voz sobrenatural de Nuestro Señor, que nos llama a una nueva altura de vida sobrenatural. Cuanto más vivamos según la voz de Dios, cuanto más entendamos lo que Él dice, más fácil será rechazar la tentación.
La puerta de entrada a la Palabra de Dios es lo que se encuentra en las Escrituras. Al reflexionar en oración sobre las Escrituras, especialmente los Evangelios, llegamos a conocer la Palabra Viva de Dios, la Voz de Dios, la Sabiduría de Dios, la Verdad misma. Esto debe convertirse en un ejercicio diario mediante el cual nos familiaricemos cada vez más con la Palabra Eterna a medida que Dios guía cada decisión que tomamos en la vida.
Reflexionemos sobre nuestras almas y preguntémonos qué voz escuchamos con más frecuencia. ¿Permitimos que las distorsiones del maligno nos tienten hacia actos egoístas, o nos mantenemos enfocados en la pura y santa Palabra del Señor? ¿Nuestras decisiones diarias se basan en aquello que nos proporciona gratificación instantánea o en el ejemplo de amor sacrificial y el altruismo vivido y enseñado por Jesús? Aprendamos a vivir de “toda palabra que sale de la boca de Dios”. Aprendamos a vivir según la Sabiduría del Verbo Eterno. Conozcámosla leyendo las Escrituras en oración constantemente y escuchando Su voz en lo más profundo de nuestras almas.
Oración
Jesús, Palabra Eterna del Padre, Tú y sólo Tú debes ser mi guía en la vida. Oro para poder escuchar Tu voz mientras me hablas Tu eterna sabiduría y Verdad. Por favor, libera mi mente de las muchas mentiras y tentaciones del maligno para que pueda seguirte con todo mi corazón. Jesús, en Ti confío.
Finalizamos santiguándonos mientras decimos: Que el Señor nos bendiga, nos proteja de todo mal y nos lleve a la vida eterna. Amén.
Tercera Semana de Cuaresma
Tercer Domingo de Cuaresma: Agua Viva
Para la reflexión de hoy, nos adentraremos en Juan 4, 5-42, que corresponde a la conmovedora y tierna historia de la Mujer junto al pozo. Ese pasaje del Evangelio siempre se lee en el año litúrgico A y es opcional para los años B y C. Esa historia encaja maravillosamente con el tema que hemos estado reflexionando sobre los cuarenta días de Jesús en el desierto.
En primer lugar, la historia se desarrolla al mediodía, cuando la mayoría de las mujeres permanecían dentro de casa para evitar el calor. La mujer acude al pozo durante el calor del día para evitar encontrarse con otras mujeres, por miedo a sufrir el juicio de su vida pecaminosa.
La historia también tiene como tema central el saciar la sed, sobre lo que también hemos reflexionado esta Cuaresma mirando a Jesús en el desierto. Cuando Jesús se encuentra con esta mujer junto al pozo, queda claro que tiene sed física; pero es más que eso, tiene sed espiritual. Intentó saciar esa sed casándose con un hombre tras otro y luego viviendo con alguien que no fuera su marido. Cuando Jesús la ve, le hace una petición interesante con un profundo significado espiritual. Él simplemente dice: "Dame de beber".
A primera vista, esto no es sorprendente. Hacía calor, Jesús tenía sed física y la mujer sacaba agua del pozo. Pero debemos ver la petición de Jesús en un nivel espiritual mucho más profundo. La “sed” que Jesús estaba experimentando era de su fe y de su conversión. Él la quería libre de su vida de pecado y vergüenza. Quería que ella experimentara un refrigerio en su alma. Por eso Jesús continúa diciendo sobre el agua del pozo: «Todo el que beba de esta agua, volverá a tener sed; pero el que beba del agua que yo le dé, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que brota para vida eterna.»
A menudo, quienes están atrapados en un ciclo de pecado sienten vergüenza, desesperanza y miedo. Jesús vio estas cualidades en el alma de esta mujer. Él vio que ella estaba atrapada en este ciclo de pecado y quiso que ella fuera libre.
Cuando miramos nuestras propias vidas, especialmente si hemos caído en algún ciclo de pecado del que no podemos escapar, debemos ver este Corazón muy compasivo y misericordioso de Jesús acercándose a nosotros como lo hizo con esta mujer. Además, cuando vemos a otros atrapados en un ciclo de pecado, debemos convertirnos en el Corazón de Jesús para ellos, sin ceder al juicio y la condenación.
Al final del encuentro, la mujer deja su cántaro de agua junto al pozo, simbolizando que había recibido esta “Agua Viva” que instantáneamente se convirtió en “un manantial de agua que brota para vida eterna”. Este breve encuentro con Jesús sació tanto su sed espiritual que se olvidó por completo de su sed física. Ella se fue con asombro y alegría.
Piensa en Jesús sentado junto a ese pozo mientras vienes a buscar agua y experimentas el peso y la sequedad de tus pecados. Jesús no te condena. Él quiere liberarte. Él quiere darte Su Agua Viva. Sáciale confiando en Su insondable compasión y misericordia.
Cuando nos encontremos con aquellos que están atrapados en una vida de pecado, seamos para ellos el Corazón misericordioso de Jesús.
Oración
Señor compasivo, me asombro ante las profundidades de Tu perfecta compasión y amor. Ayúdame a nunca tenerte miedo, sino a recurrir siempre a Ti en la sed que me causa mi pecado. Al recibir Tu insondable misericordia, ruego me conviertas también en Tu Corazón misericordioso para con los necesitados. Jesús, en Ti confío.
Día 17: Lugares Sagrados
Lunes de la Tercera Semana de Cuaresma
Después del fallido intento del diablo de convencer a Jesús de que saciara su hambre física mediante el uso egoísta de su poder divino, llevó a Jesús “a la Ciudad Santa y le puso sobre el alero del Templo” (Mateo 4, 5). Es interesante que el diablo llevó a Jesús a la Ciudad Santa de Jerusalén, a lo alto del Templo para esta segunda tentación. ¿Por qué no llevar a Nuestro Señor a un lugar lúgubre y aterrador? ¿Por qué llevarlo a un lugar tan santo?
Esta tentación primero nos revela que el diablo puede tentarnos, como lo hizo con Nuestro Señor, dentro de los lugares sagrados de nuestras vidas. A menudo tienta más ferozmente a los miembros de la familia dentro del “templo” de ésta, al que nos referimos como la “iglesia doméstica”. El diablo podría tentarnos mientras nos involucramos en esfuerzos apostólicos mediante los cuales intentamos servir a Nuestro Señor. Y el diablo ciertamente nos tienta en el fondo de nuestra propia conciencia, morada interior de Dios. Para el diablo nada es sagrado; por lo tanto, cuanto más sagrado sea para nosotros el lugar, más probable será que intente tentarnos allí.
Al dejarse tentar desde el parapeto del Templo, mientras contemplaba la Ciudad Santa de Jerusalén, Nuestro Señor derrotó especialmente el ataque del maligno contra todo lo santo, haciendo posible que rechacemos las tentaciones del maligno dentro de los lugares más sagrados de nuestras vidas.
Primero, consideremos lo que es más sagrado en nuestra vida. Para muchos, la familia es ese lugar. Dentro de nuestra familia, Dios desea habitar de manera especial, haciendo de ella un lugar en el que Dios sea honrado y se cumpla Su voluntad. En las próximas reflexiones veremos que esta segunda tentación tiene que ver especialmente con una forma de orgullo. La soberbia es un pecado que daña especialmente la vida familiar, y por tanto, el rechazo de esta tentación se producirá a través de la humildad.
Consideremos también las formas en que Dios nos ha llamado a compartir la misión apostólica de Su Iglesia. El diablo desprecia las formas en que promovemos la misión de la Iglesia, por lo que tratará especialmente de obstaculizar esa misión tentando a cada miembro con orgullo, para que así sirvamos a la Iglesia por razones egoístas y vanagloria, más que por de la salvación de las almas, que debe ser el único fin.
Finalmente, consideremos nuestra vida interior de oración. Nuestra alma es el Templo de Dios. Dentro de ella, encontramos la presencia de Dios y entramos en unión con Él. Por lo tanto, el diablo intentará causar confusión en nuestra vida de oración.
Reflexionemos sobre estos tres lugares más sagrados que forman parte de nuestra vida, sobre nuestra familia, nuestra participación en la Iglesia y nuestra vida interior de oración. Tratremos de identificar las formas en que el maligno nos ha tentado con orgullo. Nuestro Señor permitió que el maligno lo llevara al Templo, para contemplar la Ciudad Santa, como una manera de llegar a cada lugar sagrado dentro de nuestra vida y así darnos la fuerza para vencer cada tentación. Busquemos la humildad en esos lugares sagrados para que nuestros ojos estén fijos en Nuestro Señor y en el amor por los demás, no en nosotros mismos ni en ninguna forma de vanidad. Hacerlo nos permitirá superar esta segunda tentación, tal como lo hizo Nuestro Señor.
Oración
Mi humilde Señor, Tú cooperaste voluntariamente con la exigencia irracional del maligno, para que en Tu humildad pudieras vencer su orgullo. Por favor, llena mi corazón de humildad y elimina todo rastro del pecado del orgullo en mi corazón. Te ruego me ayudes a imitarte más plenamente para ser un instrumento de libertad para los demás. Jesús, en Ti confío.
Día 18: Gloria Vacía
Martes de la Tercera Semana de Cuaresma
“Entonces el diablo lo llevó a la Ciudad Santa y le puso sobre el alero del Templo…” (Mateo 4, 5). Mientras continuamos reflexionando sobre esta segunda tentación de Jesús, consideremos el entorno físico con más detalle. El diablo llevó a Jesús a este lugar alto y elevado en el parapeto del Templo. El parapeto formaba parte del techo plano del Templo. Era un lugar donde los maestros de la ley se sentaban para mostrar su elevada posición: un lugar de enaltecimiento, vanagloria y orgullo. El diablo había tentado a muchos de los líderes religiosos de la antigüedad con esta vanagloria, y ellos la aceptaron voluntariamente.
Esta elevada posición de gloria y honor simbólicos produjo una gloria vacía, no verdadera. Estaba vacía en el sentido de que fue dada por el “gobernante de este mundo”, el diablo, a aquellos que estaban demasiado dispuestos a bañarse en esta luz pasajera y superficial.
Jesús, sin embargo, no tenía ningún interés en una gloria vacía. Ciertamente esperaba que todas las personas llegaran a conocerlo como el Hijo de Dios para poder volverse a Él y ser salvos, pero Jesús también deseaba que todas las personas lo honraran y glorificaran debido a la verdad de que Él es Dios y es digno de toda alabanza. Esto era muy diferente de la gloria vacía que el diablo estaba prometiendo.
Cada uno de nosotros cede a la gloria vacía cuando nos preocupamos demasiado por las opiniones de los demás. ¿Qué dice la gente sobre mí? ¿Qué piensan de mí? ¿Qué reputación tengo? Esta forma de gloria vacía no se basa en la verdad; se basa en las opiniones confusas que tiene la gente. Las opiniones no importan. Sólo la Verdad importa.
Nuestra verdadera gloria se encuentra en la verdad de que somos pecadores redimidos por Jesucristo. Somos débiles pero fortalecidos en Él. Somos ovejas necesitadas de un Pastor. No somos nada sin la gracia salvadora de Dios en nuestras vidas. Cuando vemos estas verdades y las creemos con todos los poderes de nuestra alma, las opiniones mundanas no determinan nuestra importancia y valor. Sólo importa nuestra identidad en Cristo. Somos hijos e hijas de Dios. Esta es la fuente de gloria que nunca cambiará, excepto por nuestra libre elección de pecar y rechazar a Dios.
Reflexionemos sobre las formas en que el maligno nos tienta a una gloria vana y vacía. Las redes sociales pueden ser muy útiles para compartir fotografías y acontecimientos de la vida con familiares y amigos, pero también son uno de los mejores ejemplos de una forma moderna en que el diablo nos tienta con vanagloria. ¿Cuántos "me gusta" obtuve? ¿Cuantos amigos tengo? ¿Qué comentarios hizo la gente? Cuando nos preocupamos demasiado por tales cosas, significa que estamos demasiado preocupados por las opiniones de los demás, en lugar de nuestro conocimiento de quiénes somos en la mente de Dios.
Oración
Mi glorioso Señor, Tú no tenías interés en las vanidades de la gloria mundana. No te importaron en absoluto las opiniones y juicios falsos que soportaste en este mundo. En cambio, compartiste plenamente la verdadera gloria de la Verdad Eterna de Quién eres, quién siempre has sido y quién siempre serás. Ayúdame a despojarme de las falsas opiniones y tentaciones hacia la gloria terrenal para que pueda tomar mi identidad y gloria sólo en Ti. Jesús, en Ti confío.
Día 19: Falsas Presunciones
Miércoles de la Tercera Semana de Cuaresma
Como en la primera tentación, en la segunda el diablo comete otro error de presunción. Le dijo a Jesús: "Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: A sus ángeles te encomendará, y en sus manos te llevarán, para que no tropiece tu pie en piedra alguna". (Mateo 4, 6). En otras palabras, el diablo le estaba diciendo a Jesús que si Él se arrojaba desde lo alto del Templo, y si los ángeles venían a atraparlo y protegerlo de cualquier daño, entonces todas las personas que vieran esto se sorprenderían y tratarían a Jesús como Hijo de Dios. ¿Por qué es esta una mala idea?
El diablo supone que Jesús querría que todos supieran quién es mediante un truco. En primer lugar, el diablo se equivocó al creer que la principal preocupación de Jesús era consigo mismo. Jesús no necesitaba demostrar quién era por vanidad. No necesitaba que la gente se asombrara de Él por Su causa y lo alabara porque los ángeles lo salvaron. En cambio, la principal preocupación de Jesús era que cada persona se alejara del pecado, llegara a una fe auténtica en Dios y recibiera el don de la vida eterna. Jesús quería cambiar los corazones. Por eso vino, no para elevarse a sí mismo, sino para levantar a sus hijos caídos del pecado.
Recordemos que Jesús realizó milagros sólo cuando la fe ya estaba presente. No hizo milagros para alardear o promocionarse. Lo hizo como un acto divino de amor, dado a quienes ya habían llegado a la fe en Él, en lo más profundo de su corazón, o para encender esa fe en el corazón de quienes estaban abiertos a recibirla. La clara diferencia entre la mente de Jesús y la mente del diablo es que este último supuso que Jesús podía estar preocupado por sí mismo, pero Jesús sólo estaba preocupado por los demás.
Una lección que podemos aprender de esto es que debemos imitar la preocupación que Jesús tiene por la conversión interior de cada corazón, no por nuestra propia elevación ante los ojos de los demás. Cuando hacemos un acto de caridad, debemos hacerlo por amor a quienes servimos, no para quedar bien. O si compartimos las verdades morales del Evangelio con otros, nunca es para proclamar nuestra superioridad moral sino para ayudar a otros a volverse a Dios.
Reflexionemos sobre esta segunda tentación del diablo y pensemos en las formas en que intenta manipularnos para que nos elevemos ante los ojos de los demás. El diablo es un mentiroso astuto y sutil. Si no mantenemos nuestro enfoque en la gloria de Dios y la salvación de las almas, fácilmente podemos permitir que nos engañe sin siquiera saberlo. Apartemos la mirada de nosotros mismos hacia los demás y busquemos amarlos con el Corazón de Cristo. Hacerlo no sólo es bueno para los demás, es lo mejor para nuestra alma.
Oración
Mi amoroso Señor, en Tu perfecta humildad, Tu única preocupación era la salvación de las almas. Anhelabas que todas las personas se apartaran del pecado y recibieran el regalo de la vida eterna que viniste a otorgar. Por favor, dame la gracia que necesito para compartir ese anhelo. Que nunca busque elevarme ante los ojos de los demás, sino que solo busque compartir Tu gracia salvadora con todos. Jesús, en Ti confío.
Día 20: Distorsiones
Jueves de la Tercera Semana de Cuaresma
Mientras continuamos reflexionando en oración sobre la segunda tentación de Jesús en el desierto, vemos una de las tácticas comunes del diablo. Recordemos que en esta segunda tentación, el diablo llevó a Jesús a lo alto del Templo y le dijo: "Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: A sus ángeles te encomendará, y en sus manos te llevarán, para que no tropiece tu pie en piedra alguna". (Mateo 4, 6)
Para aquellos que se esfuerzan por vivir bien su fe y permanecer fieles a la voluntad de Dios, las tácticas del diablo son a menudo diferentes de las tentaciones que aplica a quienes luchan contra un pecado grave. El diablo a menudo tentará más directamente a las personas atrapadas en un ciclo de pecado grave, tratando de convencerlas de que ese pecado es exactamente lo que necesitan. Sin embargo, para quienes se esfuerzan por vivir la voluntad de Dios, el diablo es más sutil. Él sabe que las tentaciones de pecados graves para estas almas santas a menudo fracasarán. Por lo tanto, a menudo comienza con alguna verdad y luego la distorsiona ligeramente, causando confusión.
En esta segunda tentación, el diablo se refiere al Salmo 91, 11-12 , que dice: "que él dará orden sobre ti a sus ángeles de guardarte en todos tus caminos. Te llevarán ellos en sus manos, para que en piedra no tropiece tu pie”. La mentira sutil se presenta en forma de una mala aplicación de este salmo. Como señala San Jerónimo, este pasaje trata de aquellos que caminan en la fe, no directamente de Cristo mismo. Dios nos dio ángeles para cuidar de nuestras almas eternas. Su deber es protegernos del pecado y del maligno. El diablo, sin embargo, intenta usar esto de una manera tortuosa, sugiriendo que los ángeles evitarán que Jesús literalmente golpee su pie contra una piedra si saltara desde lo alto del templo. La distorsión es que el salmo usa un lenguaje simbólico, pero el diablo está tratando de convertirlo en algo literal, ignorando el significado espiritual.
En nuestras vidas, el diablo a menudo intentará lo mismo sugiriéndonos algún pasaje de las Escrituras, pero con una mala aplicación o distorsión de esa verdad bíblica. Si creemos en esa distorsión, el resultado no será la paz y el gozo profundos que provienen de hacer la voluntad de Dios. En cambio, nos llevará a la autojustificación, la confusión, la ira, la falsa compasión, etc. Por ejemplo, digamos que alguien está planeando abortar y elegimos no “juzgarlo” basándonos en este pasaje: “No juzguéis, para que no seáis juzgados”. (Mateo 7, 1). Entonces, por un falso sentido de compasión, les decimos: “No te juzgo y apoyaré cualquier decisión que tomes”. Obviamente, esta es una mala aplicación de esa Escritura. Siempre debemos discernir las acciones inmorales, lo cual es diferente a juzgar el corazón de una persona. La respuesta correcta sería hacer todo lo posible para ayudar a la persona a ver que su elección es incorrecta.
Reflexionemos hoy sobre la importante verdad de que el diablo y sus ángeles caídos constantemente buscan confundirnos. Si no pueden tentarnos con un pecado grave, intentarán distorsionar la verdad y engañarnos paso a paso, tratando de sacarnos del camino de la salvación de forma lenta y segura. Cuando esto comienza a suceder, surge la confusión y la falta de paz. Oremos para que se nos dé la sabiduría de lo alto para analizar y rechazar cada mentira con la que somos tentados todos los días.
Oración
Señor de toda Verdad, Tu Palabra es liberadora, transformadora y plena. Por favor, ayúdame a entender Tu santa Palabra y nunca permitas que el maligno la distorsione y me lleve a la confusión. Que me aferre a cada Palabra que sale de Tu boca y siga esa Palabra con todo mi corazón. Jesús, en Ti confío.
Día 21: Tentar a Dios
Viernes de la Tercera Semana de Cuaresma
En respuesta a la segunda tentación del maligno, Jesús dice: “Escrito también está: No tentarás al Señor tu Dios” (Mateo 4, 7). ¿Cómo ponemos a prueba al Señor, nuestro Dios? Lo hacemos cuando imponemos expectativas sobre Dios, en lugar de buscar sólo Su perfecta voluntad.
Por ejemplo, si el diablo nos tentara de la misma forma, diciendo: “Si Dios te ama, entonces Él cuidará de ti incluso si saltas por este precipicio. Si Él no te atrapa, entonces no debes importarle”. Por supuesto, veríamos la insensatez de tal tentación cuando se plantea de esta manera.
Sin embargo, hay otras formas sutiles en las que podemos poner a prueba a Dios. Por ejemplo, imaginemos que tenemos un ser querido enfermo y oramos diciendo: “Dios, sé que me amas, así que basado en ese amor te pido sanidad”. O digamos que estamos iniciando un nuevo negocio y oramos: “Señor, estoy comenzando este negocio y te lo encomiendo a ti para que lo hagas próspero”. O digamos que realmente deseamos ingresar a una universidad en particular y oramos: “Señor, hazme este favor y ayúdame a ingresar”.
El problema con todas estas oraciones es que estamos poniendo nuestras expectativas sobre Dios en nuestra oración. Las condiciones sutiles podrían expresarse así: “Si no sanas a un miembro de mi familia, no debes amarnos”. O: "Si mi negocio fracasa, es porque Tú no nos ayudaste". O: “Si no entro en esta universidad, entonces no escuchaste mi oración”.
La única buena forma de orar en todas las circunstancias es aquella que se basa en el Padre Nuestro: “Venga a nosotros Tu Reino, hágase Tu voluntad…”, o la oración de Jesús en el Huerto de Getsemaní: “Padre, si quieres, aparta de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya”. (Lucas 22, 42).
Que Jesús saltara del techo del Templo para demostrar que Él es Dios, no era parte de la voluntad del Padre. En nuestras vidas, puede haber muchas cosas por las que oramos que son sólo nuestra voluntad, no la voluntad del Padre. Por lo tanto, nuestra oración debe ser afinada para que no nos encontremos poniendo condiciones en nuestra oración o teniendo expectativas de Dios que no son parte de Su voluntad. La voluntad de Dios es perfecta; nunca cambia. Su voluntad está destinada a cambiarnos, a transformar nuestra voluntad, para que ésta se conforme a la Suya. Ese es el propósito de la oración.
Meditemos hoy sobre nuestra oración. ¿Por qué oramos? ¿Cómo oramos? ¿Será que nuestra oración alguna vez “tienta” a Dios al poner sobre Él expectativas que están fuera de Su santa voluntad? Fuimos hechos para confiar en Él. Eso debe convertirse en la meta de nuestras vidas y el centro de nuestra oración. Procuremos que todo lo que hacemos y todo lo que oramos se ajuste a las peticiones del Padre Nuestro, buscando sólo la voluntad de Dios, y así, los sutiles engaños del diablo perderán su poder sobre nosotros.
Oración
Mi confiable Señor, Tú y sólo Tú eres digno de mi completa confianza y entrega. Por favor, ayúdame a entregarte mi vida siempre y en toda circunstancia, buscando sólo Tu voluntad para mi vida y la de los demás. Que nunca imponga mis expectativas sobre Ti, sino que sólo busque servirte con todo mi corazón. Jesús, en Ti confío.
Día 22: Alegría
Sábado de la Tercera Semana de Cuaresma
Cuando la Cuaresma se vive bien, no es una temporada divertida. Pero la “diversión” nunca debe equipararse a la alegría. Uno de los frutos centrales de una Cuaresma bien vivida es la alegría. El gozo proviene de la libertad del pecado, del pensamiento claro y correcto, de un conocimiento más profundo de Dios y Su voluntad y de una mayor entrega de nuestras vidas a Él, y el camino hacia ese fin no puede ser "divertido”.
La diversión, en el uso común del término, se puede encontrar al tomar unas vacaciones, dedicarse a un pasatiempo, asistir a una fiesta o pasar un buen rato con amigos. La Cuaresma podría compararse mejor con dar a luz a un niño, estudiar para un examen final o completar cualquier tarea ardua. El resultado final de cada uno será alguna forma de alegría o satisfacción, pero participar en la tarea real puede no ser un placer inmediato.
Estamos a poco más de la mitad del camino hacia la Pascua, y este es un buen momento para hacer una pausa y considerar cuán fructífero han sido nuestro viaje de Cuaresma hasta ahora. La naturaleza humana caída es tal que a menudo comenzamos con buenas intenciones, pero luego comienzan a disminuir a medida que enfrentamos el trabajo agotador que requieren.
La Cuaresma se trata de arrepentimiento y de conformar nuestra voluntad a la voluntad de Dios. El arrepentimiento significa que miramos honestamente el pecado, que no es agradable. Es como estudiar para un gran examen. Se necesita trabajo, compromiso, determinación, concentración y una mente abierta. Significa que estamos abiertos a descubrir cosas nuevas, a hacer los cambios necesarios en nuestras vidas y a sufrir esos cambios.
Una de las mejores maneras de perseverar a través de las dificultades de la Cuaresma es aferrarse a la esperanza del gozo que nos espera. La Pascua es esa alegría. La Pascua no es sólo un acontecimiento que tuvo lugar hace dos milenios; La Pascua es inminente y transformadora para nosotros hoy. El camino hacia la alegría de la Pascua es el arduo trabajo de la Cuaresma. No perdamos el impulso y la determinación. Si has comenzado a flaquear, utiliza este momento de la Cuaresma para revitalizar tu compromiso.
Reflexionemos nuevamente sobre Jesús en el desierto. Pensemos que Él está apenas a la mitad de Sus cuarenta días. En ese momento, habría estado bastante cansado, hambriento, sediento, acalorado e incómodo. No se rindió. Vio el fin de Sus cuarenta días y vio el fin de los tres años de Su ministerio público que seguirían. Sabía que todo conduciría al gozo de Su Resurrección. Ese gozo lo impulsó a seguir adelante con una resolución inquebrantable para cumplir la voluntad del Padre. Busquemos hacer lo mismo.
Oración
Señor de la esperanza y la alegría, soportaste los sufrimientos del desierto y los sufrimientos de Tu Cruz porque sabías que terminarían en gloria y en la salvación de muchas almas. Te ruego que yo esté entre esos “muchos” que buscan seguirte, cargando mi cruz, permitiéndote transformar mi vida y comprometiéndome en el arduo trabajo de la purificación de mi alma. Mi vida es tuya, amado Señor; guíame a través del resto de este “desierto” de Cuaresma. Jesús, en Ti confío.
Cuarta Semana de Cuaresma
Cuarto Domingo de Cuaresma: Ver
¿Quieres ver? El evangelio de hoy (del año A, que también es opcional para los años B y C) es la historia de la curación del ciego de nacimiento. Había sufrido mucho a lo largo de su vida, pero ese sufrimiento le ayudó a convertirse en el hombre que era. De la historia se desprende claramente que este hombre pobre y ciego marginado de la sociedad también era muy virtuoso. Era humilde, respetuoso, sincero, sencillo y honesto. Aunque no sabemos cómo habría sido si no hubiese nacido ciego, sí sabemos un poco sobre él como ciego.
Cuando alguien nace ciego o con alguna otra condición similar, la respuesta inmediata de algunos puede ser de compasión. Aunque esta respuesta podría provenir de un corazón con buenas intenciones, también podría ser el resultado de no ver las muchas bendiciones que se obtienen a través de las dificultades. Veamos algunos de los buenos frutos que resultaron de los años de ceguera de este hombre.
Ante todo, este hombre era humilde y respetuoso. Se refiere a Jesús como “Señor” y lo trata con mucha bondad, incluso antes de que sepa quién es Jesús y qué está a punto de hacer por él. El hombre también es dócil y honesto con los fariseos que le faltan el respeto al interrogarlo. Es honesto con ellos de manera respetuosa y no se deja intimidar por sus amenazas veladas, sino que actúa con valentía e íntegra sinceridad. Al final, los fariseos lo echaron de la sinagoga por la honestidad que tuvo con ellos. Después de eso, Jesús lo invita a tener fe, y el ciego ahora curado responde adorando a Nuestro Señor. Por lo tanto, el don más profundo que recibió este hombre fue la invitación a responder a Dios con fe. Cuando lo hizo, los ojos de su alma también se abrieron y así él cambió para siempre.
La Cuaresma debe ser un tiempo en el que todos consideremos la ceguera de nuestras propias almas. Algunas personas tienen muchos dones naturales. Son inteligentes, talentosos, exitosos y no tienen defectos físicos graves; sin embargo, siguen ciegos a las verdades sobrenaturales de la fe. Otros han sufrido mucho en la vida y, como resultado, sus corazones son humildes y están dispuestos a aceptar más plenamente el don de la fe. Seas o no talentoso, inteligente, dotado, privilegiado, libre de defectos físicos o exitoso, la disposición humilde de tu corazón debe ser como la de este ciego. Él es el modelo de cómo debemos vivir. Él es el modelo de apertura a Dios y nos ejemplifica cómo debemos llegar a tener fe en Dios y adorarlo.
Meditemos sobre las personas que más admiramos en este mundo y busquemos imitarles. Con demasiada frecuencia, elevamos a aquellos que están sostenidos por el mundo secular, en lugar de elevar a las almas humildes, sinceras, dóciles y llenas de fe. ¿A quién te gustaría parecerte más? ¿Podría este ciego ser un verdadero modelo a seguir para ti? ¿Te atraen sus cualidades humildes, sinceras, honestas y dóciles? ¿Puedes ver las bendiciones que tuvo como resultado de su lucha contra la ceguera? ¿O normalmente eliges otros modelos a seguir que no ejemplifican la pureza de un corazón fiel? Esta historia del Evangelio se lee en plena Cuaresma por una razón: Nuestro Señor quiere que cada uno de nosotros miremos a este ciego y lo imitemos como modelo del pueblo que estamos llamados a ser.
Oración
Señor gloriosísimo, Tú buscas a los humildes de corazón, abiertos al don de la fe y dispuestos a ofrecerte el culto que merece Tu Nombre. Gracias por poner ante mí a este pobre y humilde ciego como modelo a seguir. Que busque imitarlo para que yo también llegue a verte tal como eres y te adore con todo mi corazón. Jesús, en Ti confío.
Día 23: Verdaderas alturas
Lunes de la Cuarta Semana de Cuaresma
“A continuación lo llevó el diablo a un monte muy alto y le mostró todas las naciones del mundo con todas sus grandezas y maravillas”. (Mateo 4, 8). En esta, la tercera tentación que Jesús enfrentó mientras estaba en el desierto, el diablo nuevamente lleva a Nuestro Señor a un lugar alto. En la segunda tentación, llevó a Jesús a lo alto del Templo. En esta tentación, lleva a Jesús a un monte muy alto.
La vista desde una alta montaña es impresionante. La versión de Lucas de esta tentación afirma que desde ese lugar elevado, el diablo “le mostró en un instante todas las naciones del mundo” (Lucas 4, 5). Si alguna vez has estado en la cima de una montaña, sabrás que la vista puede ser impresionante. La ubicación física de esta tercera tentación es importante porque nos dice que el diablo trató de seducir a Nuestro Señor a través de un sentimiento inmediato de asombro. Por supuesto, lo que el diablo olvidó es que fue nuestro Señor mismo Quien, con el Padre y el Espíritu Santo, creó no sólo este mundo sino también la realidad espiritual en el Cielo mismo. Aunque Jesús hubiera tenido un amor santo por lo que miraba desde la cima de esa montaña tan alta, esto no lo habría deslumbrado hasta el punto de la necedad como quería el diablo.
Una de las tácticas del diablo, cuando nos tienta cada día, es deslumbrarnos antes. Es como un vendedor que primero "da un trato extremadamente cálido" a un cliente antes de intentar realizar la venta. La diferencia, sin embargo, es que la “venta” que el maligno intenta hacer es siempre engañosa y pecaminosa. Por esa razón, a menudo tratará de impresionarnos, dándonos una sensación de asombro, para que estemos mejor dispuestos a ceder a su plan final.
Mientras reflexionamos sobre la ubicación física de esta tercera tentación, pensemos en el “lugar” en el que el maligno es más eficaz para tentarnos. Por “lugar” debemos considerar las cosas de este mundo que nos impresionan, sobrecogen o deslumbran a nuestros sentidos. Aunque estos lugares pueden no ser pecaminosos en sí mismos, las emociones o sensaciones que provocan en nuestro interior pueden ser una puerta abierta a alguna tentación pecaminosa del maligno. Por ejemplo, la emoción de una noche de fiesta con amigos puede tentarnos a beber demasiado. O la emoción de ir de vacaciones a un lugar exótico podría tentarnos a gastar más dinero del que deberíamos.
Vencer el pecado no sólo requiere que nos apartemos del pecado mismo sino también de la “ocasión de pecado”. En otras palabras, debemos evitar situaciones en las que podamos experimentar tentaciones que no podamos soportar. Jesús permitió que el diablo lo llevara a lo alto de la montaña y le mostrara la magnificencia del mundo como una forma de fortalecer la naturaleza humana cuando se enfrenta a la tentación del "asombro" que forma parte de la seducción del pecado.
Meditemos sobre aquellos lugares, situaciones o incluso personas que el diablo utiliza para seducirnos. ¿Qué actividades deberíamos evitar regularmente para no caer en tentación? Si estos son inevitables, tengamos en cuenta que la derrota de Jesús ante la tentación del diablo también nos capacita para resistir la pasajera "magnificencia" de la seducción con la cual el diablo intenta hacernos caer.
Oración
Dios Altísimo, Tu divina presencia es más magnífica y gloriosa que todo lo que este mundo puede ofrecer. Todo el poder y la gloria terrenales no se comparan con el acto poderoso y glorioso de amarte. Por favor, guárdame y protégeme siempre, especialmente cuando el diablo intente deslumbrarme con las cosas pasajeras y pecaminosas de este mundo. Que pueda encontrar maravilla y asombro solo en Ti. Jesús, en Ti confío.
Día 24: Ídolos
Martes de la Cuarta Semana de Cuaresma
Después de que el diablo llevó a Jesús a la montaña y le mostró la magnificencia de los reinos terrenales, le dijo: “Todo esto te daré si postrándote me adoras”. (Mateo 4, 9). Esta tentación muestra desesperación por parte del diablo.
Así como Jesús nunca lo adoraría, esperamos que podamos decir lo mismo de cada uno de los seguidores de Cristo. Sin embargo, la “recompensa” que ofreció el maligno es, según los estándares mundanos, una oferta increíble. “Todo esto te daré…”, dijo. Imagínemos ganar el mundo entero. Imagínemos ser la persona más rica del mundo, capaz de viajar a cualquier lugar en su propio jet privado, ser propietario de numerosas casas de lujo, tener la atención de presidentes y gobernantes y poder disfrutar de lo mejor que este mundo puede ofrecer. Si tuvieran la oportunidad, quizá la mayoría de las personas no dudarían en recibir tal regalo. ¿Pero a qué precio?
Justo después de que Jesús revela a sus apóstoles por primera vez que sufriría y moriría, les plantea esta pregunta: “¿De qué le serviría a uno ganar el mundo entero y perder su vida?” (Mateo 16, 26). Antes de plantear esa pregunta, Jesús dice: “El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Mateo 16, 24).
El contraste entre las enseñanzas de Jesús y la oferta de Satanás es sorprendente. Adorándolo recibiríamos todo lo que este mundo tiene para ofrecer. Adorando a Jesús, se nos da una cruz, debemos negarnos a nosotros mismos y perdernos por amor a Jesús. ¿Cuál eligiríamos?
Aunque es poco probable que un cristiano serio considere alguna vez adorar al maligno, a menudo nos sentimos tentados a elevar los ídolos en nuestras vidas por encima de la invitación que nos hace Jesús a abrazar la Cruz, sufrir y morir. Muchas veces, las tentaciones del maligno hacia nosotros son formas sutiles de esta tentación que presentó a Jesús. El diablo colocará ante nosotros varios ídolos con la falsa recompensa de la felicidad mundana. El dinero es el ejemplo más claro. El maligno dice: “El dinero te hará feliz”, y mucha gente lo cree. Por el contrario, también suele decir: “Hacer sacrificios en la vida te hará miserable”, y muchos también creen eso.
La adoración de ídolos falsos representa una tentación genuina, ya que estos ídolos pueden ofrecer recompensas inmediatas. Los falsos ídolos que prevalecen en el mundo actual incluyen el dinero, las posesiones, el poder, el estatus, el placer físico, el orgullo, la concentración en uno mismo, la adhesión a enseñanzas falsas, así como una obsesión con el trabajo, los pasatiempos, las redes sociales o idolatrar a otra persona. Cada una de estas cosas podría ser sutil, en la forma en que el maligno inicialmente las hace parecer atractivas, solo para gradualmente alejarnos de Cristo y de la Cruz, que nos llaman al amor sacrificial.
Meditemos sobre qué cosas de nuestra vida se interponen entre cada uno y la invitación de Jesús de tomar nuestra cruz, negarnos a nosotros mismos y seguirlo. ¿Qué cosas nos atraen que nos llevan a alejarnos de la vida de sacrificio y amor? ¿Qué idolatramos más que la Cruz? Rechacemos esos sutiles engaños y sus falsas promesas de felicidad, y escojamos la Cruz con Nuestro Señor para que ganemos la verdadera gloria de las riquezas del Cielo.
Oración
Mi Señor, que fuiste tentado, Tú rechazaste la tonta invitación de Satanás de adorarlo y recibir a cambio toda la riqueza y el poder terrenales. Con demasiada frecuencia en la vida, elijo el camino más fácil, más consolador y más indulgente en lugar de abrazar Tu Cruz por amor. Ayúdame a ver la sabiduría de elegir negarme a mí mismo y seguirte para poder compartir plenamente las recompensas que sólo Tú me prometes, mientras yo rechazo los ídolos pasajeros de este mundo. Jesús, en Ti confío.
Día 25: Adoración
Miércoles de la Cuarta Semana de Cuaresma
“Apártate, Satanás, porque está escrito: Al Señor tu Dios adorarás, y sólo a él darás culto” (Mateo 4, 10). Esta es la respuesta de Jesús a la tercera tentación del diablo. Primero, Jesús no sólo se negó a someterse a sus tentaciones, sino que también lo reprendió de forma definitiva. En segundo lugar, Jesús fue más allá de reprender a Satanás y su tentación al decir la verdad eterna de que debemos adorar y servir sólo a Dios.
Cuando Dios creó la jerarquía celestial de los ángeles, le dio a cada ser celestial una invitación a adorarlo y servir su perfecta voluntad. El libro de Apocalipsis 12, 4 nos dice que “una tercera parte de las estrellas del Cielo”, es decir, una tercera parte de los ángeles, rechazaron la invitación de Dios y fueron expulsados. Después de su destierro, estos ángeles caídos conservaron sus poderes naturales y los usaron para tratar de frustrar el plan perfecto de Dios, que es atraer a toda la creación hacia Él. Es importante ser conscientes de esta realidad y de la carga que nos impone mientras caminamos por la vida. Es aún más importante aprender del encuentro de Jesús con el maligno e imitar Su perfecta respuesta mientras reflexionamos sobre Sus cuarenta días en el desierto.
Reprender al maligno es la primera forma en que imitamos a Nuestro Señor. Para hacerlo, primero debemos discernir y rechazar las mentiras que el maligno nos lanza. Debemos reconocer que el diablo y los ángeles caídos tienen poder para influir en nosotros, engañarnos y tentarnos. Por nosotros mismos, somos impotentes ante su influencia. Sólo uniendo nuestra reprensión en oración a la oración de Cristo podemos decir con la autoridad de Jesús: "¡Aléjate, Satanás!" Esta reprimenda debe convertirse en una oración de vigilancia constante durante toda la vida. El maligno no duerme y nunca deja de tentarnos, por eso debemos ser constantes en nuestros reproches. No debemos fingir que el diablo no existe, pero tampoco debemos temerle. En cambio, debemos reconocerlo y reprenderlo con Nuestro Señor, una y otra vez.
Yendo más allá de las reprensiones, debemos dirigir nuestra atención a las verdades más elevadas que Dios ha revelado, es decir, que fuimos creados para adorar al Señor nuestro Dios y servirle sólo a Él. La adoración va al núcleo de quiénes somos y para qué fuimos creados, pero no aumenta la grandeza de Dios; Dios es grande simplemente porque lo es. Sin embargo, la adoración glorifica a Dios y nuestra participación en ella eleva el nivel de gloria que Dios recibe de sus criaturas. Adoramos a Dios porque al hacerlo nos transforma más plenamente en Sus hijos y nos lleva a una participación más plena en Su vida divina. Esto es todo lo que Dios quiere. Él quiere que estemos en profunda comunión con Él, que compartamos Su santidad e irradiemos Su gloria en nuestras vidas. La adoración no es otra cosa que amor puro, y es sólo ese amor el que nos llena.
Reflexionemos sobre las dos voces opuestas que encontramos todos los días. Una debe ser reprendida con el poder y autoridad de Jesús, y la otra debe ser abrazada en un nivel más profundo cada día. Adorar a Dios es satisfactorio; para eso estamos hechos. La adoración nos transformará en las personas que Dios quiere que seamos. Nos llevará a compartir la vida de Dios y, en última instancia, es la única manera de encontrar protección total contra los engaños de los ángeles caídos, y así poder compartir la radiante gloria de Dios.
Oración
Mi glorioso Dios, has invitado a todos los que creaste a compartir Tu vida adorándote a Ti y sólo a Ti. Ese acto de adoración derrama una parte de tu vida divina sobre tus criaturas. Por favor, fortaléceme para reprender al maligno y sus muchas mentiras, y luego llévame a la vida de adoración para la cual fui creado. Te amo, mi Dios, y elijo adorarte a Ti y sólo a Ti por la eternidad. Jesús, en Ti confío.
Día 26: Ángeles
Jueves de la Cuarta Semana de Cuaresma
“Entonces lo dejó el diablo y se acercaron los ángeles a servirle” (Mateo 4, 11). El diablo pudo tentar a Jesús porque Él se lo permitió, y lo dejó porque Él se lo ordenó. Lo mismo ocurre en nuestras vidas. La única razón por la que somos tentados es porque Dios lo permite, y la única manera de superar la tentación es permitiendo que Dios triunfe en nosotros.
La razón por la que Jesús soportó la tentación fue para modelarnos cómo debemos responder a las tentaciones y para empoderar a la naturaleza humana con la gracia necesaria para vencer la tentación. Se podría pensar que Dios debería protegernos de toda tentación, sin permitir nunca que el maligno nos seduzca con sus mentiras. Pero hay un gran valor en soportar y vencer las tentaciones con y en Nuestro Señor. Jesús sólo permite lo que sabe que podemos superar. También sabe que si superamos una tentación particular, será mejor haberla conquistado que nunca haberla soportado. Al triunfar sobre Satanás en el desierto, Jesús hizo posible que nosotros también triunfáramos. Cuando eso suceda, los santos ángeles vendrán a nosotros y nos servirán, tal como lo hicieron con Nuestro Señor.
Jesús, siendo Dios, no necesitaba que los ángeles lo ayudaran. Sin embargo, Él permitió que su ministerio de adoración y consuelo en Su vida humana sirviera de modelo para nosotros en la forma en que Él anhela darnos Su fuerza ante la tentación. Necesitamos la asistencia y el ministerio de los ángeles. En Su plan divino, Dios orquesta la mediación de la jerarquía celestial para transmitirnos Su gracia y misericordia. Sus criaturas no sólo son testigos de Sus acciones divinas, sino que también participan en esas acciones. En este caso, los ángeles lo hicieron derramando su amor sobre Jesús.
El ministerio de los ángeles es un tema fascinante. Las Escrituras están llenas de estos espíritus ministradores. La Tradición Católica y la enseñanza de Santo Tomás de Aquino nos dicen que existen nueve coros de ángeles. Cada uno de nosotros ha recibido el ministerio amoroso de un Ángel Guardián.
Meditemos sobre el glorioso ministerio de los ángeles. Aunque sólo entenderemos plenamente la gran jerarquía celestial cuando estemos ante la Visión Beatífica y recibamos la plenitud del conocimiento infuso, es importante expresar fe en estos ministros de Dios, buscar su intercesión y confiar en la gracia que Dios nos da a través de ellos. A imitación de Nuestro Señor, invitemos a estos espíritus celestiales a servinos hoy, especialmente en esos momentos en los que soportamos y vencemos la tentación.
Oración
Gloriosos ángeles de Dios, cada uno de ustedes fue creado para conocer, amar y servir la voluntad de Nuestro Señor. Ustedes eligieron hacerlo y por eso asistirán en la orquestación de la venida del Reino de Dios. Por favor, vengan en mi ayuda y derramen sobre mí toda la gracia que necesito para cumplir con el deber que Dios me ha encomendado. Ángeles de Dios, asístanme. Jesús, en Ti confío.
Día 27: ¿Pereza o Diligencia?
Viernes de la Cuarta Semana de Cuaresma
La Cuaresma no sería fructífera sin un examen de conciencia exhaustivo, el cual recorreremos durante los próximos siete días, que nos será de ayuda para prepararnos para el hermoso y purificador Sacramento de la Reconciliación. Una razón por la que muchos evitan examinar sus conciencias es por el pecado de la pereza.
La pereza nos hace descuidar nuestros deberes hacia Dios y hacia los demás. El perezoso busca el consuelo antes que la disciplina, el descanso antes que el trabajo, el desinterés antes que la diligencia. La pereza conduce al dolor espiritual, la desesperación, el estancamiento, la molestia, la ociosidad, la inquietud, el despilfarro y la curiosidad impía. Cuando la pereza se vuelve habitual, la primera consideración de cada día es hacer lo que sea más fácil y más consolador. Pasar demasiado tiempo en las redes sociales, por ejemplo, puede llevarnos a la pereza. El trabajo duro, la diligencia, la responsabilidad, la preocupación por los demás y el deseo de marcar la diferencia son necesarios para inspirarnos a superar este mal hábito.
La diligencia (o celo) es la virtud opuesta y la cura para la pereza, que nos permite asumir la responsabilidad de nuestros deberes diarios y cumplirlos según la voluntad de Dios. Sin embargo, convertirse en adicto al trabajo, que sería el extremo opuesto, no es una cura para la pereza. La virtud de la diligencia nos permite encontrar el justo equilibrio en todas nuestras acciones, haciendo lo que Dios nos llama a hacer con fidelidad y celo, y evitando obsesiones excesivas con aquello que causa estrés y cargas indebidas.
En lo que respecta a los demás, la caridad ayudará a curar la pereza cuando quitamos atención a nuestras propias preferencias y nos centramos en las formas en que podemos mostrar amor y preocupación por quienes nos rodean. La pereza nos hace mirarnos a nosotros mismos. La caridad nos permite mirar a los demás y considerar cómo podemos mejorar sus vidas, incluso cuando hacerlo requiere un gran sacrificio. Encontramos alegría en ese sacrificio.
Respecto a Dios, la pereza nos tienta a evitar la oración diaria. Podemos razonar que nuestras oraciones son ineficaces o que servimos a Dios con nuestras acciones, haciendo de nuestro trabajo nuestra oración. Es de gran importancia un compromiso fiel con la oración diaria, reservando tiempo cada día para no hacer otra cosa que orar. De hecho, si te sientas a orar o te arrodillas ante Nuestro Señor y experimentas una tentación inmediata de abandonar esa práctica, superar esa tentación te ayudará a alejar la pereza.
La pereza espiritual llega a nuestras vidas cuando no recibimos consuelo de la oración, nos desanimamos y nos damos por vencidos. Al comienzo de nuestra vida de oración, Dios a menudo nos brinda aliento espiritual en forma de consuelos sensibles que resultan de meditaciones y conocimientos espirituales. Pero llegará un momento en que esos consuelos se agoten y sintamos un vacío. Esta experiencia puede resultar confusa y llevarnos a abandonar nuestra vida de oración; eso es pereza espiritual. El objetivo debe ser perseverar en la sequedad y evitar el desánimo.
Cuando Jesús estaba muriendo en la Cruz, gritó: "¡Tengo sed!" Quizás su sed era en parte física, experimentando deshidratación. Pero en un nivel más profundo, la sed de Jesús era por cada alma que necesitaba Su amor. Si podemos compartir la sed de Jesús por la salvación de las almas, incluida la nuestra, entonces esta sed espiritual nos impulsará a vencer toda pereza.
Oración
Mi Señor sediento, el deseo ardiente de tu alma era derramar Tu Misericordia sobre todas las personas. Cuando Tu amor es recibido, se sacia Tu Sagrado Corazón y Te impulsa a amar aún más. Por favor, llena mi alma con Tu sed divina, primero por la salvación de mi alma, y también por el bien de aquellos a quienes estoy llamado a servir. Hazme diligente en la oración y fiel a mis deberes en la vida. Jesús, en Ti confío.
Día 28: ¿Envidia o Alegría?
Sábado de la Cuarta Semana de Cuaresma
La envidia es una forma de tristeza o amargura que se experimenta cuando percibimos buenas cualidades o posesiones en los demás, especialmente si nos faltan. Está muy ligada a los celos, que son un deseo egoísta por lo que tiene otra persona o el miedo a perder lo que tenemos. Este pecado conduce a la calumnia, el juicio y el chisme, y nos produce un placer desordenado al ver al otro fracasar o no obtener algo que queremos.
Para aquellos que son mundanos y luchan con el amor al dinero, las posesiones materiales o el estatus, la envidia a menudo los llevará a una obsesión por lo que otros disfrutan. Este es un doble pecado, ya que el objeto de su envidia son apegos nocivos para la salud. Esta forma de envidia a menudo tiene sus raíces en la falta de satisfacción con el propio estado de vida. Un valor fuera de lugar a las cosas pasajeras de este mundo puede conducir a esta forma más básica de envidia. Siempre habrá alguien que tenga más cosas, más éxito o reciba más honores.
La cura para esta forma de envidia es poner en orden nuestras prioridades, buscando primero el Reino de Dios y las riquezas del Cielo. Muchas cosas que envidiamos no son dignas de ser envidiadas. Vencer los apegos y deseos nocivos nos ayudará a liberarnos de envidiar cosas vanas.
La envidia también puede ser a nivel espiritual. Aquellos que aman a Dios y buscan servir Su voluntad pueden ver a los demás como más santos que ellos o más fructíferos espiritualmente. Es posible que vean alguna hermosa virtud en otra persona, un apostolado exitoso o un carisma dado por Dios. En lugar de regocijarse, se resienten de que no se les reconozca lo que ellos mismos han hecho.
La cura para la envidia espiritual es la alegría genuina, la bondad, la gratitud, la caridad y el respeto por cada persona. Cuando vemos las santas virtudes de los demás, debemos regocijarnos y dar gracias a Dios. Debemos admirar esas virtudes y buscar humildemente imitarlas. Cuando nos encontramos con personas santas, debemos entender que estamos “en el mismo equipo”, por así decirlo. Aquellos que vencen la envidia harán todo lo posible para animar a los demás, agradecerles y alabar a Dios por su gracia viva en sus vidas. Cuando alguien falla, debemos tener compasión sincera por esa persona, abstenernos de juzgar precipitadamente, ofrecer misericordia y considerar formas en que podemos ayudar.
Desde la Cruz, Jesús le dijo al buen ladrón: “De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el Paraíso” (Lucas 23, 43). Esta declaración proporciona información sobre cómo superar la envidia. La increíble generosidad de Jesús hacia alguien que era pecador debería inspirarnos a tener el mismo deseo. Si podemos anhelar que cada alma esté con Dios para siempre en el Cielo, entonces, cuando veamos su bondad, seremos consolados y regocijados, en lugar de sentirnos tristes o celosos.
Reflexionemos sobre el triste pecado de la envidia, pero hagámoslo volviendo nuestros ojos a las riquezas espirituales del Cielo. Si otros manifiestan esas riquezas espirituales, sepamos que Dios también puede otorgarnos a nosotros sus abundantes dones. Regocíjémonos en la bondad de los demás, y roguemos para poder aprender de ellos. Agradezcamos a Dios por el buen testimonio que dan.
Oración
Mi generoso Señor, Tú concedes Tus bendiciones en sobreabundancia a aquellos que Te aman y sirven a Tu santa voluntad. Libérame de toda forma de envidia en la vida y dame un amor genuino por cada forma en que estás vivo en los demás. Cuando vea las virtudes de los demás, lléname de santa alegría y gratitud para que sea un estímulo para aquellos a quienes Tú has puesto en mi vida para cumplir conjuntamente Tu misión divina. Jesús, en Ti confío.
Quinta Semana de Cuaresma
Quinto Domingo de Cuaresma: Llanto
El evangelio de hoy (del año A, que también es opcional para los años B y C) nos presenta la historia íntima de Jesús resucitando a su amigo cercano Lázaro de entre los muertos. Lázaro era hermano de María y Marta de Betania. Marta es mejor conocida por servirle la cena a Jesús mientras María se sentaba a sus pies, escuchándolo. María es también “la que ungió al Señor con aceite perfumado y le secó los pies con sus cabellos” (Juan 11, 2). El Evangelio de Juan dice: “Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro” (Juan 11, 5).
Hoy en día, la enfermedad no provoca tan constantemente la muerte, pero, dado el conocimiento médico limitado en la época de Jesús, la muerte a causa de alguna enfermedad era mucho más común. Había gran preocupación cuando alguien enfermaba con fiebre. Marta y María, preocupadas, enviaron un mensaje a Jesús sobre la enfermedad de Lázaro: “Maestro, el que amas está enfermo” (Juan 11, 3). Cuando Jesús escuchó esto, dijo a los apóstoles: “Esta enfermedad no es para muerte, sino para gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella” (Juan 11, 4).
Jesús, sin embargo, permaneció dos días en el lugar donde se hospedaba antes de viajar a Betania. Por intuición divina, Nuestro Señor supo que Lázaro moriría antes de su llegada. Cuando llegó, Marta lo saludó expresándole su profundo dolor. María también vino a Él, desesperada y triste. Cuando Jesús la vio, se turbó y conmovió profundamente, y lloró.
¿Por qué lloraría el Hijo de Dios? Él sabía lo que iba a hacer. Sabía que la tristeza de todos pronto se convertiría en alegría. Entonces ¿por qué lloraría? Cuando Nuestro Señor lloró, algunos de los presentes dijeron: "Miren cómo le amaba" (Juan 11, 36).
Las lágrimas de Jesús revelan la profundidad de la compasión dentro de Su corazón humano. Él no es sólo la Segunda Persona Todopoderosa de la Santísima Trinidad, también es plenamente humano, y Su Sagrado Corazón es verdaderamente un corazón humano, perfectamente unido a Su divinidad. Jesús expresó la perfección de Su amor divino en ese momento íntimo en el que encontró tanto dolor, confusión, fe, también falta de fe, el dolor, la pérdida e incluso desesperación. Experimentó todas estas emociones de las personas presentes y fue movido por la compasión más santa y pura que un corazón humano jamás haya sentido.
Mientras continuamos nuestro viaje hacia el final de la Cuaresma y reflexionamos sobre nuestros pecados y nuestra necesidad de arrepentirnos, esta historia nos sirve como recordatorio de que es el mismo Jesús cuyo corazón explota de compasión por nosotros, quien nos llama a salir del pecado. Continuemos examinando nuestra conciencia con honestidad, humildad y profundidad. Jesús te ama como amó a María, Marta y Lázaro. Cuando experimentas tu propio pecado, dolor, confusión o incluso desesperación, Jesús responde con santa tristeza, con llanto y con compasión. Al final de los tiempos, Él será el Juez de todos. Por ahora, Él es pura misericordia y compasión, y anhela decirnos lo que le dijo a Lázaro: “¡Lázaro, sal fuera!” y “Desátenlo y déjenlo caminar” (Juan 11, 43–44). Sal de tu pecado. Libérate de todo lo que te agobia. Levántate a la nueva vida de gracia.
Reflexionemos sobre la compasión de Jesús. Meditemos en las lágrimas de Nuestro Señor por cada uno de nosotros, por todo lo que luchamos, por todo lo que sufrimos. Sepamos que el gozo experimentado por aquellos que vieron a Lázaro salir de la tumba nos espera, solo si permitimos que Jesús nos llame a salir desde la tumba de nuestro pecado y culpa a una vida renovada.
Oración
Mi Señor compasivo, Tu misericordia es infinita e inagotable. Es pura y perfecta en todos los sentidos. Por favor, derrama esa misericordia sobre mí para que no tenga miedo de enfrentar mi pecado y confesártelo. Desátame de estas ataduras que me retienen y llámame a renovar mi vida. Jesús, en Ti confío.
Día 29: ¿Gula o Autocontrol?
Lunes de la Quinta Semana de Cuaresma
La glotonería física es un deseo desordenado de comida o bebida. Una vez que el apetito ha experimentado la complacencia, la satisfacción momentánea se desvanece rápidamente, dejando a uno deseando ser saciado una vez más. Comer y beber en exceso proporciona una solución rápida a la inquietud, pero al final crea una inquietud mayor. La gula es a menudo un síntoma de luchas espirituales o emocionales profundas. Puede ser el resultado de una búsqueda de paz, un intento de llenar un vacío interior o una falta general de realización en la vida. Es importante analizar nuestra situación específica para discernir por qué podemos estar luchando con este pecado.
La gula produce efectos negativos: embota la mente, debilita la voluntad, reduce la alegría, causa frustración, disminuye la preocupación por la salud personal y deja un sentimiento persistente de insatisfacción. Por el contrario, ejercitar el autocontrol tiene numerosos efectos positivos: agudiza la mente, refuerza la voluntad e infunde a ambas una energía renovada, trae alegría a través de la libertad que se obtiene al superar el vicio de la gula. Además, cuando practicamos la moderación, comer y beber se vuelven más placentero y satisfactorio. Los beneficios de una mejor salud física debido al autocontrol también mejoran nuestro bienestar espiritual y emocional.
Además de la glotonería física, la glotonería espiritual puede afectar a quienes avanzan constantemente en la vida espiritual y experimentan una gran cercanía a Dios. Cuando se descubre la dulzura espiritual en la meditación y el trabajo apostólico, es fácil deleitarse más en los buenos sentimientos espirituales que en el servicio humilde y fiel a la voluntad de Dios, especialmente cuando ésta requiere sacrificio. Cuando no se encuentra la dulzura espiritual, la tentación puede ser probar alguna nueva devoción o comenzar algún nuevo apostolado con la esperanza de que la dulzura espiritual regrese. Cuando no es así, pueden aparecer la frustración y confusión. Sin embargo, Dios es a menudo la fuente de esa sequedad espiritual, la cual utiliza para atraer a sus fieles servidores a una mayor conformidad con Su voluntad. Hacer la voluntad de Dios se basa más en el amor sacrificial que en las actividades espirituales y dará como resultado una satisfacción mucho más allá de las buenas sensaciones espirituales.
Recordemos que desde la Cruz, Jesús recitó el Salmo 22 cuando clamó: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mateo 27, 46). Una de las razones por las que Jesús se permitió experimentar una pérdida total de la presencia de Su Padre dentro de Su alma fue para revelarnos que no debemos confiar en los sentimientos espirituales para dirigir nuestras vidas. A pesar de la inmensa sequedad espiritual que Jesús experimentó en la Cruz, cumplió con determinación la voluntad del Padre, haciendo lo correcto, a pesar de cómo se sentía. Esta es la cura perfecta para la glotonería en todas sus formas. Si podemos perseverar en cada sequedad, sentimiento de vacío, pérdida de consuelo y hacer lo que debemos, descubriremos la fuerza de Jesús para perseverar en cualquier cosa. Nuestra fe será purificada y le permitiremos a Dios tener más control sobre nuestras vidas.
Reflexionemos sobre las formas en que luchamos contra la gula. Volvamos nuestra mente al grito de Jesús en la Cruz. Su acto fue una mezcla del mayor amor jamás demostrado y el mayor sufrimiento interior jamás sentido. Este profundo misterio de la Cruz debe dirigir nuestras vidas para que podamos compartir Su acto de amor sacrificial, libres de toda auto complacencia, para que la gracia de Dios brille a través de nosotros de maneras inimaginables.
Oración
Mi Señor sacrificial, Tu amor fue profundo más allá de toda comprensión. Te permitiste soportar el vacío y el dolor interior para que, con ese acto voluntario, pudieras dejarnos un ejemplo de amor puro y desinteresado. Libérame de todos los intentos de complacerme para que mi fe sea fuerte y mi amor puro. Jesús, en Ti confío.
Día 30: ¿Ira o paciencia?
Martes de la Quinta Semana de Cuaresma
Para muchos, la ira es una lucha diaria. Nuestras mentes pueden fácilmente ser engañadas y enojadas cuando sentimos que se ha cometido una injusticia. Ante esto, la respuesta correcta no es el pecado de la ira, es el perdón, una y otra vez, y la paciencia a través de todo. Esto es difícil porque, desde un punto de vista puramente natural, la ira tiene sentido. Cuando una injusticia grave se comete públicamente, la gente se indigna. Cuando alguien no cumple con su responsabilidad, se exige rendición de cuentas. Cuando alguien nos hace daño, queremos justicia. Estas reacciones tienen sentido para nosotros porque fluyen de nuestra naturaleza humana caída. Sin embargo, no surgen de la misericordia de Dios.
La ira justa, como cuando Jesús volcó las mesas en el templo, no es pecado de ira. Es un acto de amor que busca atraer a la persona al arrepentimiento. Jesús no estaba fuera de control ni guiado por sus pasiones. Tenía pleno control y buscaba apasionadamente llamar al pueblo a un culto más auténtico para su propio bien. Sólo un alma pura consumida por el amor divino es capaz de realizar un acto de santa ira. Quienes lo hacen, saben que sus acciones fluyen de la misericordia de Dios.
Durante el arresto de Jesús en el Huerto de Getsemaní, el miedo de Pedro lo llevó al pecado de ira cuando desenvainó su espada y le cortó la oreja a un soldado. Jesús, sin embargo, fue más allá de la justicia y administró misericordia al sanar la oreja del soldado y decirle a Pedro: “Coloca la espada en su lugar. ¿Acaso no voy a beber la copa que el Padre me ha dado?” (Juan 18, 11). La misión de Jesús era la salvación de las almas. Él no estaba allí para defenderse de cada injusticia, condenando a todos de inmediato. Él tenía entendimiento absoluto de la misericordia.
Debemos imitar a Jesús y aceptar con paciencia las injusticias. Cuando lo hacemos, se desata un gran poder espiritual. Ese poder espiritual es mucho mayor que responsabilizar a alguien en el momento y recurrir a la condena. El poder espiritual de la misericordia y el perdón, que se encuentra en la paciencia ante la injusticia, tiene el poder de cambiar mentes y corazones y volverlos a Dios. La condena no.
De manera similar a la gula espiritual, la ira espiritual a menudo surge cuando se requiere sacrificio y la dulzura espiritual disminuye. Aquellos que han sentido durante mucho tiempo los consuelos de Dios eventualmente descubrirán que esos consuelos se desvanecen. Cuando eso sucede, se irritan y frustran porque Dios les retira Sus buenos sentimientos. Estas almas necesitan comprender que la paciencia en la vida espiritual producirá recompensas eternas mucho mayores que la dulzura espiritual inmediata. Algunos santos pasaron décadas soportando la sequedad espiritual, pero perseveraron a pesar de todo en fidelidad a la voluntad de Dios.
Desde la Cruz, Jesús gritó: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23, 34). Si el Hijo de Dios puede perdonar y rogar al Padre que perdone a quienes lo asesinaron mientras agonizaba, entonces este acto nos llama a todos a la misma profundidad del perdón. La misericordia va más allá de la sabiduría humana natural y requiere la sabiduría espiritual que sólo se encuentra en la Cruz.
Meditemos en las palabras de Jesús en la Cruz. Consideremos a aquellos a quienes les guardamos rencor y, en oración, pronunciemos esas palabras a su favor. Hagámoslo una y otra vez, creyendo en la sabiduría espiritual de la Cruz de Jesús.
Oración
Mi Señor perdonador, Tú viniste a dar Tu vida gratuitamente por la salvación de las almas, derramando misericordia de Tu corazón herido. Por favor, líbrame del pecado de la ira y coloca Tus divinas palabras en mi boca y en mi alma para que pueda decir continuamente contigo: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Jesús, en Ti confío.
Día 31: ¿Codicia o Generosidad?
Miércoles de la Quinta Semana de Cuaresma
La codicia eleva las posesiones materiales por encima de las espirituales y comienza con la mentira de que tener más es bueno y tener menos es malo. La verdad es que las posesiones materiales no añaden nada a nuestra realización o satisfacción humana plena. Cuando uno vive en la pobreza y no puede mantenerse a sí mismo ni a su familia, esto impone una pesada carga. Pero incluso en la pobreza se puede encontrar la verdadera felicidad. La presencia del amor y de cualquier otra virtud es el único determinante del nivel de felicidad en la vida.
La codicia se presenta de muchas formas. Un deseo excesivo de dinero o posesiones materiales es la forma más común. La codicia también puede manifestarse en cualquier acto de egoísmo, como el despilfarro de tiempo y talentos que deberían utilizarse para el cumplimiento de la voluntad de Dios.
Para aquellos que avanzan en la oración, la avaricia espiritual, al igual que los demás pecados espirituales, es un deseo de sentimientos y experiencias dulces, elevando esos sentimientos por encima de Dios, que es quien a veces da esas experiencias. Como ocurre con todo pecado espiritual, es esencial que una persona esté en paz y encuentre alegría en la sequedad y el sacrificio, aceptando voluntariamente la “pobreza” de la pérdida de sentimientos dulces a veces. Esto no es lo mismo que una pérdida de alegría o paz. La alegría y la paz siempre permanecen en aquellos que están profundamente unidos a Dios, pero los dulces sentimientos dentro de los sentidos pueden disminuir o perderse por completo.
La cura para la codicia es la generosidad y la pobreza de espíritu. La generosidad es un acto basado en la verdadera sabiduría. Ser generoso significa que has descubierto el verdadero propósito de todas tus posesiones materiales y espirituales. Materialmente, usas lo que tienes exclusivamente para la gloria de Dios: proveer para tu familia, organizaciones benéficas, la Iglesia o los pobres. También significa vivir una vida sencilla y sin autocomplacencia. Aunque algunas bendiciones materiales son parte normal de una vida sana, especialmente dentro de una familia, se debe tener cuidado de que no sean excesivas. La generosidad espiritual se manifiesta en la forma de usar la mente, los talentos y el tiempo para la gloria de Dios y el bien espiritual propio y de los demás.
En el Sermón del Monte, Jesús dijo: “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos” (Mateo 4, 3). Esta bienaventuranza nos llama a depender completamente de Dios para todas las cosas. Es una cura para la codicia y avaricia porque éstas nos llevan a creer que debemos ser autosuficientes, lo que nos hace acumular dinero y posesiones como camino hacia la supuesta felicidad. La pobreza de espíritu nos permite deshacernos de esa mentira y reconocer y confiar en la providencia de Dios. Aquellos que son pobres de espíritu actúan responsablemente con lo que tienen, pero van más allá y ven todo lo que tienen, tanto físico como espiritual, como regalos de Dios que deben usarse sólo de acuerdo con Su voluntad.
Desde la Cruz, Jesús realizó un acto de suma generosidad. No sólo dio Su vida por nuestra salvación, sino que también nos dio a todos Su posesión más preciada: Su propia madre. A su madre le dijo: “Mujer, he aquí a tu hijo”. Y a Juan, que simboliza a toda la humanidad, le dijo: “Hijo, he ahí a tu madre” (Juan 19, 26-27). Debemos imitar esta generosidad total.
Reflexionemos sobre nuestra necesidad de volvernos desapegados y pobres de espíritu, reconociendo nuestra total dependencia de Dios. Volvamos nuestro corazón más generoso, porque es cierto que debemos dar todo lo que Dios nos ha dado. Al hacerlo, Dios aumentará Sus dones espirituales en nosotros abundantemente.
Oración
Mi generoso Señor, todo me lo has dado Tú. Me comprometo a usar todo lo que he recibido para Tu gloria y el bien de los demás. Que pueda llegar a ser verdaderamente generoso al aceptar mi total dependencia de Ti, y que pueda verte a Ti y a Tu perfecta voluntad como la posesión más grande que tengo. Jesús, en Ti confío.
Día 32: ¿Lujuria o Pureza?
Jueves de la Quinta Semana de Cuaresma
La lujuria toma algo santo y hermoso y lo distorsiona con fines egoístas. “¿No habéis leído que el Creador, desde el comienzo, los hizo varón y hembra, y que dijo: Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos se harán una sola carne?” (Mateo 19, 4-5). Este pasaje destaca que el don físico y espiritual del sexo está destinado a la unidad del marido y la mujer dentro del matrimonio y a la procreación. La lujuria, sin embargo, distorsiona este don para fines egocéntricos, ofreciendo sólo un placer físico fugaz que da como resultado un vacío espiritual.
Cuando dos bautizados se casan, su unión se convierte en sacramento, elevando su relación íntima a un nivel espiritual y permitiéndoles participar más plenamente en la unidad divina. Este aspecto sacramental del matrimonio es la razón por la cual la distorsión de la sexualidad es una táctica clave del maligno, que odia estas bendiciones espirituales.
Nuestro mundo se está volviendo cada vez más inmodesto, seductor y sensual. Al diablo le encanta manipular los deseos naturales porque sabe lo poderosos que son y con qué facilidad puede atraer a las personas a hacer mal uso de este don natural y espiritual. El diablo también ama la vergüenza y el remordimiento que uno siente después de caer en esta tentación, y ama lo adictiva que puede llegar a ser la lujuria habitual.
La sexualidad misma está distorsionada hoy en día de muchas maneras. Abrazar la propia identidad como hombre o mujer, como hijo o hija de Dios, implica trascender estas distorsiones. Rechazar o intentar cambiar esta identidad dada por Dios socava la paz que se obtiene al abrazarla plenamente.
La cura para la lujuria reside en la castidad y en la pureza de corazón. La castidad ordena la sexualidad de cada uno según su estado de vida, fomentando una santa unidad en el matrimonio y ayudando a los solteros a resistir las tentaciones desordenadas. La pureza de corazón va más allá, permitiendo que la gracia dirija todas las pasiones hacia una dedicación desinteresada a Dios y Su voluntad.
Desde la Cruz, Jesús gritó: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lucas 23, 46). La entrega total de Jesús al Padre ejemplifica la respuesta definitiva a la impureza. Imitar y participar de la entrega de Jesús en todos los aspectos de la vida, incluida nuestra sexualidad, purifica nuestros deseos. Por gracia, estamos llamados a entregarnos desinteresadamente de acuerdo con nuestras vocaciones, llevando la pureza de corazón en todas nuestras acciones y en todas nuestras pasiones. Esta pureza ayuda a superar la lujuria y otras formas de egoísmo.
Reflexionemos sobre nuestro llamado espiritual a ser un regalo para Dios y para los demás a través de la entrega de nosotros mismos. Es clave ver este llamado como un remedio a los impulsos egoístas, especialmente en la sexualidad. Luchar por la libertad a través de la castidad y la pureza de mente, corazón, cuerpo y alma trae inmensas bendiciones y nos permite ser la persona que Dios quiere que seamos.
Oración
Purísimo Señor, toda Tu vida fue un regalo de entrega total a Tu Padre y a todos aquellos que has creado y amas. Por favor, purifica mi alma para que sea liberada de todo deseo egoísta y pueda transformarme en un regalo de amor más fiel. En ese dar desinteresado, por favor reordena mis pasiones y apetitos para que ame con Tu Corazón y sea liberado de todo desorden impuro y del pecado de la lujuria. Jesús, en Ti confío.
Día 33: ¿Soberbia o Humildad?
Viernes de la Quinta Semana de Cuaresma
La soberbia es una opinión falsa de nosotros mismos. Ya sea a través de nuestro propio razonamiento defectuoso o al ceder a la tentación del maligno, formulamos alguna idea sobre nuestra persona o nuestras acciones que es errónea. Esta idea falsa a menudo pinta nuestra vida con falsas virtudes y pasa por alto nuestros pecados, impidiéndonos cambiar y buscar la libertad que necesitamos. La soberbia es la “madre de todos los pecados”, es decir, de ella surgen todos los demás. Fue el pecado de la soberbia el que llevó a caer a Satanás y el resto de los ángeles, dotándolos de una habilidad única para atraernos a su pecado.
El remedio contra la soberbia es la humildad, virtud que nos llena de auténtico autoconocimiento, permitiéndonos vernos como Dios nos ve. ¿Quién de nosotros no querría saber toda la verdad sobre quiénes somos? ¿No querríamos mirar nuestras propias almas a través de los ojos de Dios? Eso puede ser aterrador porque puede que no nos guste lo que vemos, pero, a menos que veamos nuestras almas clara y honestamente, nunca seremos capaces de seguir creciendo.
La soberbia nos lleva a tener una actitud superior sobre nosotros mismos. La persona soberbia u orgullosa se ofende fácilmente, juzga, exige ser reconocida y elogiada, no busca sinceramente el consejo de los demás, es mandona, suele hablar mal de los demás, es propensa a enojarse, discute y es demasiado sensible.
Quien es humilde es verdadero servidor de los demás, poniéndose caritativamente a disposición de todos para satisfacer sus necesidades, sin preocupaciones egoístas. Aceptan las críticas, e incluso la condena, en paz, sin enojarse ni ahondar en la injusticia, sino buscando formas de amar más. El perdón es un hecho. Las personas humildes son compasivas, aman servir y se deleitan cuando su servicio pasa desapercibido, regocijándose de que sólo Dios ve todas las cosas. No discuten, no imponen sus opiniones a los demás, sino que escuchan y buscan comprenderles con compasión y gentileza, aferrándose siempre a las verdades profundas de Dios.
A medida que crecemos en la gracia de Dios, puede entrar en nosotros una forma más profunda de soberbia: la soberbia espiritual. Esta ataca a aquellos que están avanzando en la vida espiritual y se ven a sí mismos como más santos de lo que son. Quieren que los demás vean lo buenos que son y que sean alabados por su santidad. Cuando luchan con el pecado, se avergüenzan y ocultan ese pecado, poniendo excusas, sin confesarlo honestamente.
Consideremos la humildad como el remedio para el pecado de la soberbia en nuestra vida, ya que realmente luchamos contra él, por eso es bueno que admitamos esa verdad ante Dios y ante nosotros mismos. Roguemos por el don del autoconocimiento, que va de la mano de la humildad. Busquemos conocernos a nosotros mismos como Dios nos conoce y estaremos mejor preparados para vencer toda soberbia u orgullo.
Oración
Mi humilde Señor, Tú eres el ejemplo más perfecto de humildad. Aunque eres Dios, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, te permitiste ser juzgado, condenado y asesinado. A pesar de todo, permaneciste en silencio y devolviste amor por odio. Por favor, humíllame, querido Señor, y líbrame de todo orgullo. Que pueda llegar a verme como Tú me ves, para que sea consciente de cada uno de mis pecados y me vuelva desde ellos hacia Ti. Jesús, en Ti confío.
Día 34: Reconciliación
Sábado de la Quinta Semana de Cuaresma
Imaginemos pasar el día trabajando duro en un jardín bajo el calor del sol. Después, no hay nada más refrescante que una ducha y ropa limpia. Lo mismo ocurre con el alma. Después de trabajar en el mundo, en el trabajo, dentro de la familia o en nuestra comunidad, inevitablemente nos ensuciaremos con el pecado; tal vez no sea un pecado grave, pero al menos nos ensuciaremos con pecados veniales e imperfecciones espirituales. Cuando estos pecados se vuelven habituales, nos ensucian aún más. Y si el pecado es mortal, grande es la inmundicia.
Dios nos quiere limpios, nos quiere libres. Él no quiere ver a Su hijo o hija sumidos en la inmundicia y la vergüenza. Ésta es la razón del glorioso Sacramento de la Reconciliación.
Después de reflexionar sobre los siete pecados capitales durante estos últimos días, es probable que seamos más consciente de nuestros pecados. No debe haber vergüenza en admitirlos. La vergüenza sólo surge de negarlos y ocultarlos. Las almas humildes claman a Dios por misericordia y confiesan fácilmente sus debilidades, incluidos sus pecados, especialmente los habituales o graves.
La Cuaresma es un tiempo en el que buscamos renovación espiritual, y nada puede renovarnos más que el poder limpiador del Sacramento de la Reconciliación. En este sacramento, Dios toca nuestra alma y la limpia de todo lo que le pesa. Él trae libertad y paz y nos permite empezar de nuevo.
La confesión es realmente el punto de partida de la conversión porque borra la culpa del pecado. Pero la Iglesia enseña que incluso después de que un alma es limpiada de la “culpa” del pecado, la “pena temporal” permanece. Es por esta razón que la confesión es sólo el punto de partida hacia la libertad que deseamos.
La pena temporal es otra forma de decir que el pecado crea hábitos y, a menos que esos hábitos cambien, es probable que uno vuelva a caer en lo mismo. Los hábitos pecaminosos se transforman mediante la conversión y purificación de la mente y la voluntad. Esto se logra a través de la oración, las decisiones virtuosas, la gracia y la penitencia. Una de las razones por las que se da una penitencia después de la confesión es para recordarnos la necesidad de avanzar y cambiar, ahora que el pecado ha sido perdonado.
Tradicionalmente, la Iglesia ha ofrecido muchas maneras de recibir una indulgencia, que es un acto espiritual que trae consigo toda la gracia necesaria para ser liberado de la “pena temporal debido a los pecados” (ver Catecismo de la Iglesia Católica #1471). Una indulgencia es una forma en que Dios garantiza que toda la gracia que necesitamos para cambiar completamente está disponible para cada uno. Depende de nosotros aprovechar o no esa gracia.
Si aún no hemos tenido la oportunidad de hacer una confesión profunda en esta Cuaresma, busquemos el deseo de una verdadera libertad del pecado dentro de nuestras almas. A medida que encontremos ese deseo, reflexionemos sobre éste una y otra vez. Permitamos que ese deseo crezca dentro de nosotros y se convierta en la motivación que necesitamos para celebrar el perdón de Dios en la Reconciliación. Si hemos hecho una confesión completa y sincera, reflexionemos sobre el poder limpiador de ese acto sagrado. Regocijémonos en el regalo que se nos ha dado y busquemos remediar cada mal hábito persistente para que nuestra libertad aumente y nuestra alegría sea grande.
Oración
Mi Señor misericordioso, Tu Sagrado Corazón posee perfecta misericordia. No nos retienes nada, sino que das todo lo que eres y todo lo que tienes desde la sobreabundancia de Tu perfecto amor. Por favor, dame la gracia que necesito para humillarme ante Ti reconociendo y confesando mi pecado para así encontrar libertad, paz y alegría, y luego trabajar para superar todos los malos hábitos y ocasiones cercanas al pecado. ¡Gracias por Tu misericordia abundante! Jesús, en Ti confío.
Finalizamos santiguándonos mientras decimos: Que el Señor nos bendiga, nos proteja de todo mal y nos lleve a la vida eterna. Amén.
Semana Santa
Domingo de Ramos: Comienza la Semana Santa
Muchos extendieron sus mantos por el camino; otros, follaje cortado de los campos. Los que iban delante y los que le seguían, gritaban: « ¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Bendito el reino que viene, de nuestro padre David! ¡Hosanna en las alturas!» (Marcos 11, 8–10).
Esta es la respuesta gozosa que clamaremos a Nuestro Señor cuando le permitamos entrar en nuestras almas. "¡Hosanna en las alturas!" La palabra 'Hosanna' no es un grito de alabanza sino una súplica de salvación. Se deriva de una palabra hebrea que significa "sálvanos, por favor" o "sálvanos ahora". La raíz de esto se encuentra en el Salmo 118, 25 : “¡Sálvanos, te suplicamos, oh Señor!” Debemos ofrecer sinceramente esta oración al entrar en la Semana Santa porque va al corazón de los dos mensajes centrales de la semana: Necesitamos un Salvador, y Jesús es ese Salvador.
¿Nos damos cuenta de que necesitamos un Salvador? A primera vista, podría ser fácil responder: "¡Sí!". Pero, ¿qué tan profunda es esa comprensión dentro de nuestra alma? A veces podemos caer en la sutil tentación de pensar: “Soy una buena persona, por lo tanto merezco el Cielo”. Pero pensar de esta manera es contrario a la oración “¡Hosanna!”
Extendiendo la oración a “¡Hosanna en las alturas! ” estamos diciendo: “¡Oh Señor divino del Cielo, sálvanos de nuestros pecados!” Para poder hacer esta oración de manera profunda, sincera y en la forma en que debe ser orada, es esencial que lleguemos a una profunda comprensión de nuestra necesidad del Mesías. Sin Su Encarnación, muerte y Resurrección, no seríamos salvos. En cambio, moriríamos en nuestros pecados y viviríamos para siempre en la miseria. Ese hecho puede ser difícil de aceptar, pero si comprendemos esta misteriosa verdad, podremos clamar: “¡Hosanna en las alturas!”
Reconocer nuestra necesidad de un Salvador es un acto de humildad. Debemos admitir nuestra debilidad y total incapacidad para salvarnos a nosotros mismos, pero la buena noticia es que no necesitamos hacerlo. Aunque estamos llamados a una vida de caridad y buenas obras, esos actos no son la fuente de nuestra salvación: Jesús sí lo es. Una vez en un estado de gracia, es nuestro privilegio compartir en Su acto de amor al participar en la caridad y misericordia que fluyen hacia nuestras vidas desde la Suya, y otorgarla a los demás.
La entrada triunfal de Jesús en la ciudad santa de Jerusalén simboliza Su entrada en nuestras almas por gracia. Cuando Él venga a nosotros, coloquemos nuestras palmas de gratitud y reverencia ante Él. Clamemos: “¡Sálvame, Señor, te lo ruego! ¡Hosanna en las alturas!" Si podemos humillarnos hoy, Domingo de Ramos, y acoger más plenamente en nuestra alma a nuestro Salvador, entonces los misterios de los que participamos en esta Semana Santa serán mucho más fructíferos. Los días previos al Triduo nos inspirarán a reflexionar sobre lo que está por suceder. El Jueves Santo nos invitará a participar más plenamente en el Banquete Eucarístico del Cuerpo y la Sangre, el Alma y la Divinidad de Cristo, y nos conducirá a una vida de servicio humilde más profunda, a imitación de Nuestro Señor. El Viernes Santo es el día más poderoso y transformador del año en el que compartimos el Sacrificio salvador de la Cruz de Cristo. No celebramos la Misa ese día porque el día mismo es el instrumento de la gracia de la Cruz. El Sábado Santo es un día de anticipación esperanzada, y el Domingo de Pascua es el día culminante de gozo por la victoria de Cristo.
Reflexionemos sobre la semana que viene y tomemos la decisión de comenzar un día a la vez. Comencemos hoy humillándonos y reconociendo que necesitamos un Salvador, el único Salvador del mundo. Clamemos a Él y pidámosle que nos salve.
Oración
¡Hosanna a Ti, mi Señor y Salvador, hosanna en las alturas! Por favor ven a mí y sálvame. Ayúdame a ver mi absoluta necesidad de Tu acción salvadora en mi vida y a recibirte más plenamente en el templo de mi Alma. ¡Hosanna en las alturas! ¡Jesús, en Ti confío!
Día 35: Devoción
Lunes Santo
El Evangelio de hoy nos traslada a la víspera del Domingo de Ramos cuando Jesús se encontraba en Betania, a poca distancia de Jerusalén, en casa de Marta, María y Lázaro. Jesús ya había resucitado a Lázaro de entre los muertos, y muchos vinieron a su casa para ver tanto a Jesús como a Lázaro. Al mismo tiempo, los principales sacerdotes de Jerusalén estaban formulando su complot para matar a Jesús.
Durante la cena, María realizó un profundo acto de devoción hacia Jesús. Juan 12, 3 nos dice que ella tomó “una libra de perfume de nardo puro, muy caro, ungió los pies de Jesús y los secó con sus cabellos”. Este perfume en particular, llamado “nardo”, proviene de una planta que crece en el Himalaya de Nepal, China y la India, a altitudes de entre 3.000 y 5.000 metros. Luego se extrae aceite de las raíces trituradas y destiladas para elaborar perfumes, medicinas, incienso, sedantes y aromatizantes. Llegaba a Palestina a través de una antigua ruta comercial y era muy costosa. Judas objetó la acción de María diciendo: "¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios y se ha dado a los pobres?" (Juan 12, 5). Jesús reprendió a Judas y le dijo: “Déjala, que lo guarde para el día de mi sepultura. Porque pobres siempre tendréis con vosotros; pero a mí no siempre me tendréis”. (Juan 12, 7-8).
La combinación del acto de devoción de María, la codiciosa respuesta de Judas y la reprensión de Jesús, todo lo cual tuvo lugar justo antes de la primera Semana Santa, nos da una idea sobre cómo debemos honrar a Nuestro Señor. Jesús claramente eleva la devoción a Él por encima del servicio a los pobres. Por supuesto, Su amor por los pobres es absoluto, pero amaba a los pobres, a los ricos y a la clase media de la misma manera. Las palabras de Jesús nos dicen que el culto divino y la profunda devoción son de mucha mayor importancia que cualquier otra cosa, incluso la buena acción de dar dinero a los pobres. Debemos hacer ambas cosas, pero la adoración y la devoción divinas son lo primero.
Una de las razones por las que Jesús pudo haber permitido que María usara suficiente cantidad de este valioso perfume en Él, hasta el punto de que “la casa se llenó de la fragancia del aceite”, fue porque María necesitaba hacerlo. Jesús no necesitaba ese honor, pero sí anhelaba recibir la devoción de María, mediante la cual la gracia transformó más plenamente su corazón. Honramos a Jesús porque Él merece tal reverencia, pero nuestra adoración no lo cambia a Él, nos cambia a nosotros. Podría haber sido que María estaba demasiado apegada a las cosas materiales y estaba renunciando a este apego al utilizar el costoso perfume sobre Jesús. Esto claramente agradó a Nuestro Señor, que quería que María fuera más libre para recibir Su amor divino.
Reflexionemos sobre este acto generoso que María realizó para Jesús y pensemos en qué podemos ofrecer a Nuestro Señor por devoción. ¿Hay apegos en nuestra vida que podamos entregar a Él? ¿Hay algún sacrificio que podamos hacer esta semana para expresar nuestro amor por Jesús imitando la amorosa ofrenda de María? Esforcémonos por identificar el “litro de aceite perfumado costoso” en nuestras vidas, y no dudemos en ofrecerlo a Jesús con amor y devoción.
Oración
Mi digno Señor, tengo muchos apegos en mi vida. Por favor, ayúdame a ver aquellas cosas que Tú deseas que deje de lado y poder ofrecerte ese desprendimiento con amor. Eres digno de todo amor y devoción, por eso inspírame a ser tan generoso contigo como Tú lo has sido conmigo, dándote la plenitud de mi amor. Jesús, en Ti confío.
Día 36: Traición
Martes Santo
Es confuso que uno de los Doce Apóstoles, que pasó tres años escuchando a Jesús predicar y realizar milagros, fuera parte de Su círculo íntimo y fuera testigo de Su vida diaria, al final se volviera contra Él y lo traicionara por dinero. De manera similar, es confuso que un tercio de los ángeles creados, incluido Lucifer, que era el “portador de luz”, se hayan rebelado contra la Santísima Trinidad, prefiriendo condenarse para siempre antes que la bienaventuranza eterna.
El evangelio de hoy proviene de la Última Cena cuando Judas salió a traicionar a Jesús. Leemos: “Cuando dijo estas palabras, Jesús se turbó en su interior y declaró: «En verdad, en verdad os digo que uno de vosotros me entregará" (Juan 13, 21). El Evangelio luego continúa diciendo que Satanás entró en Judas y él salió inmediatamente. Y era de noche (Juan 13, 30). El simbolismo de la “noche” se refiere a las tinieblas del mal que habían vencido a Judas en ese momento. El evangelio de hoy concluye con Jesús diciéndole a Pedro: "¿Que darás tu vida por mí? En verdad, en verdad te digo: no cantará el gallo antes que tú me hayas negado tres veces". (Juan 13, 38). Jesús fue traicionado por dinero por Judas, uno de los Doce y negado por Pedro, otro de sus discípulos.
Aunque esto podría resultar chocante para nosotros si lo pensamos objetivamente, considerando la cercanía entre Jesús y estos dos Apóstoles, no lo será si miramos honestamente nuestras propias vidas y consideramos nuestras propias traiciones y negaciones.
La buena noticia es que Jesús es más consciente de nuestro pecado que nosotros y nos ama a todos por igual. Él es rápido para perdonar y rápido para reconciliar. Esto nos pone cara a cara con las traiciones y negaciones que debemos superar.
Aunque podría ser más placentero reflexionar sobre momentos felices y santos, como las oraciones contestadas, las victorias obtenidas o incluso el gozo de la Resurrección, la verdadera oración, victoria y resurrección que Nuestro Señor quiere para nosotros sólo vendrá si afrontamos las verdades dolorosas de nuestros pecados. Incluso los más grandes santos lloraron continuamente sus pecados porque cuanto más se acercaban a Dios, más claramente veían cómo la falta más pequeña, el defecto más ínfimo y el pecado más venial interferían con la gracia sobreabundante de Dios.
Cuando a Pedro le dijeron que negaría a Jesús tres veces, debió quedar sorprendido e incrédulo. Cuando escuchemos decir lo mismo de nosotros, probablemente también nos sentiremos conmocionados e incrédulos. El amor está en los detalles, y cuando examinamos cuidadosa y exhaustivamente cada detalle de nuestra relación con Dios, siempre encontraremos pequeñas cosas que necesitamos para crecer, arrepentirnos, sanar y convertirnos.
Meditemos sobre estos dos compañeros cercanos de Jesús. Aunque el pecado de Judas se hizo mortal, el de Pedro fue perdonado. Pedro se convirtió en un gran santo que sacrificó su vida por Nuestro Señor mediante el servicio incansable del Evangelio y, finalmente, en el martirio bajo el emperador Nerón. No podemos negar que hay maneras en que rechazamos a Nuestro Señor, Su misericordia, Su guía y Su perfecta voluntad. Mantenernos humildes nos permitirá aprender de San Pedro y cumplir más plenamente la gloriosa misión que Dios nos encomienda.
Oración
Mi afligido Señor, la traición de Judas turbó profundamente Tu Sagrado Corazón misericordioso al verlo rechazar todo lo que Tú querías darle. La negación de Pedro también entristeció Tu Corazón, pero Tu misericordia lo reconquistó. Por favor, sé misericordioso conmigo, que soy pecador, y ayúdame a enfrentar implacablemente cada uno de mis pecados para que Tu gracia los purgue de mi vida y pueda retomar el camino glorioso hacia la santidad, al servicio de Tu voluntad. Jesús, en Ti confío.
Día 37: Negación
Miércoles de Semana Santa
Ayer el Evangelio de la Misa era la versión de San Juan sobre la traición de Judas, y hoy se nos da la versión de San Mateo, en la que Judas habla antes de negar a Nuestro Señor. Jesús les dijo a los discípulos que uno de ellos lo traicionaría. Cada uno dijo: “¿Acaso soy yo, Señor?” Jesús respondió: “El que ha mojado conmigo la mano en el plato, ése me entregará. El Hijo del hombre se va, como está escrito de él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre es entregado! ¡Más le valdría a ese hombre no haber nacido!”. Finalmente, aparece la respuesta de Judas: “¿Soy yo acaso, Rabbí?”, a lo que Jesús respondió: “Sí, tú lo has dicho.” (ver Mateo 26, 14–25).
Judas estaba en negación. Quizás no estaba del todo consciente de lo que estaba a punto de hacer y de las eternas consecuencias: “Más le valdría a ese hombre no haber nacido”. Esas son palabras poderosas y devastadoras de Nuestro Señor.
En los Ejercicios espirituales, San Ignacio de Loyola presenta un esquema para un retiro de treinta días, junto con lecciones y reglas para el director espiritual que guía al ejercitante. San Ignacio ofrece reflexiones para cada día del retiro que se divide en cuatro períodos. El primer período lleva al ejercitante a través de una serie de reflexiones sobre el pecado, especialmente los mortales y sus consecuencias eternas, de manera gráfica y concreta. Aunque las meditaciones pueden no ser fáciles de afrontar, son sumamente fructíferas. El formato de retiro de treinta días de San Ignacio a menudo se considera el formato ideal para quienes desean avanzar en la vida espiritual.
Una de las razones principales por las que San Ignacio se centró inicialmente en los pecados mortales y sus consecuencias eternas es sacudir a los participantes del retiro de cualquier negación que pudieran tener. Sus meditaciones pueden resultar impactantes al principio, pero luego guían al alma hacia una base sólida de realidad para el resto de ese retiro y más allá.
Mientras nos acercamos al Triduo y nos preparamos para reflexionar íntimamente sobre la Agonía de Jesús en el Huerto, el arresto, el encarcelamiento, los azotes, las burlas, la condenación, la carga de la cruz y la crucifixión, dispongámonos a contemplar el horror absoluto de lo que nuestro divino Señor soportó. Preparémonos para ver Sus sufrimientos extremos como consecuencia de los pecados que hemos cometido. Una conciencia más profunda del dolor de Jesús nos ayudará a enfrentar más fácilmente cualquier negación con la que actualmente luchamos en cuanto a nuestros pecados. También nos ayudará a crecer en una profunda gratitud hacia Dios por lo que ha hecho por nosotros, para liberarnos y atraernos a las glorias de Su Reino eterno. Enfrentar la realidad de nuestro pecado y las consecuencias de éstos será inspirador e inundará nuestra alma de alegría, sólo si también contemplamos el sacrificio de Nuestro Señor como el único remedio. Enfrentemos nuestro pecado y el remedio de Nuestro Señor con honestidad, minuciosidad y profunda gratitud.
Reflexionemos sobre nuestra propia alma y nuestra conciencia. Abrámonos a todo lo que Nuestro Señor quiera decirnos. Consideremos la negación de Judas cuando dijo: “¿Soy yo acaso, Rabbí?” Tomemos un camino diferente al de él, confesando nuestra culpa a Nuestro Señor, aceptando nuestra necesidad de Su misericordia y la redención que Él ganó en esa primera Semana Santa.
Oración
Mi sufriente Señor, a diferencia de Judas, te confieso: “¡Ciertamente soy yo , Rabbí!” Soy culpable. Y por eso necesito todo lo que Tú has ganado para mí a través de Tu Pasión. Confieso mi culpa y pido salir de toda negación para que mi corazón se llene de una profunda gratitud por lo que Tú sufriste por mí. Jesús, en Ti confío.
Día 38: La Eucaristía
Jueves Santo
Con la perfección del conocimiento divino, Jesús sabía exactamente lo que estaba haciendo cuando entró en Jerusalén el Domingo de Ramos, permaneció allí durante toda la semana y envió a Sus apóstoles a preparar la cena de Pascua el jueves. Sabía que esa noche se entregaría sacramentalmente a sus apóstoles. Sabía que consentiría la voluntad del Padre en el huerto después de esa primera Eucaristía. Y sabía que sería arrestado una vez que completara su oración. Lo vio todo, lo supo todo y consintió en todo.
Todo en la vida de Jesús condujo a este momento sagrado que comenzó con la Última Cena. La Última Cena se convirtió en un memorial perpetuo que cada uno de nosotros está invitado a compartir. Fortalecidos por el don de Su Sagrado Cuerpo y Sangre, Alma y Divinidad, estamos invitados a acompañar a Nuestro Señor cada día de nuestras vidas en Su agonía, consentimiento, traición, arresto, sufrimiento, muerte y resurrección. Aunque esta debe ser nuestra actividad diaria, conmemoramos este camino final que todo cristiano está invitado a realizar de una manera única al participar en el Triduo Pascual y Domingo de Resurrección.
Todo comienza con el Jueves Santo. Cuando asistimos a Misa, asistimos a la Última Cena. El don sacramental de la Sagrada Eucaristía trasciende el tiempo y nos atrae al altar de Nuestro Señor en el aposento alto. Ese regalo fue un acto unificado que tuvo lugar el Jueves Santo, el Viernes Santo y el Domingo de Resurrección. El fruto de Su sacrificio del Viernes Santo y de Su Resurrección el Domingo de Pascua se nos transmite plenamente cuando compartimos la Sagrada Eucaristía. Sólo comprenderemos plenamente este profundo misterio si somos llevados al Cielo ante la Visión Beatífica. En ese momento, estaremos eternamente asombrados por todo lo que Jesús hizo durante el Triduo. Por ahora debemos esforzarnos en penetrar ese misterio a través de la oración y abrirnos a la comunicación interior con Dios.
¿Entendemos la Eucaristía? Al recibir la Eucaristía por primera vez, Nuestro Señor salió al Jardín de Getsemaní, acompañado de Pedro, Santiago y Juan. Esos tres apóstoles nos representan a todos y la invitación que se nos da al recibir la Eucaristía. La Eucaristía nos invita a unirnos a Jesús en el huerto, consintiendo plenamente la voluntad del Padre en nuestras vidas. Nos invita a aceptar todo sufrimiento con amor, a abrazar voluntariamente la injusticia, a tomar y llevar la cruz que nos ha sido dada, a morir con Nuestro Señor y a compartir Su Resurrección. Sin la Santísima Eucaristía, aceptar el sufrimiento será imposible, y como los tres apóstoles, nos quedaremos dormidos. Fue más tarde que ellos y todos los demás (excepto Judas), recibieron todos los efectos de la Eucaristía, y permanecieron vigilantes, consintieron, murieron y resucitaron.
Reflexionemos sobre la belleza de esta noche. Una de las prácticas más hermosas de ésta es la adoración que se realiza después de la Misa hasta la medianoche en las iglesias de todo el mundo. Si podemos pasar tiempo en esa adoración, hagámoslo, y reflexionemos sobre el hecho de que recibir la Eucaristía no es suficiente. Debemos permitir que esa recepción nos fortalezca para acompañar a Nuestro Señor durante el resto del Triduo. Aunque se requerirá sufrimiento y sacrificio a lo largo del camino, el gozo de la Resurrección eclipsará cada uno de ellos, haciendo del Jueves Santo y el Viernes Santo los medios para un fin mucho mayor.
Oración
Mi Señor Eucarístico, Tú nos mandaste conmemorar Tu sacrificio perfecto del Jueves Santo y el Viernes Santo dentro de la Santa Misa para invitarnos a compartir la gloria de Tu Resurrección. Te agradezco profundamente por este Sagrado Don y ruego poder acompañarte más plenamente cada vez que Te reciba. Que viva y muera contigo, y así me resucites en el último día. Jesús, en Ti confío.
Día 39: Muerte
Viernes Santo
La muerte sólo es aterradora si se muere sin fe en Dios. Aunque la muerte de Jesús fue insoportablemente dolorosa, no tuvo miedo. Enfrentó Su Cruz con esperanza y alegría, sabiendo que así ganaría para muchos el don de la vida eterna.
La muerte se nos exige de dos maneras. Una muerte llega al final de nuestra vida terrenal cuando recibiremos nuestro juicio particular y seremos recompensados o condenados de acuerdo con la perfecta justicia y misericordia de Dios. La otra forma de muerte que se nos exige está en curso y será el factor determinante de nuestro juicio particular. Recordemos las palabras de Jesús a sus discípulos: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá, pero quien pierda su vida por mí, la encontrará” (Mateo 16, 24-25).
¿Estamos dispuestos a morir? ¿Estamos dispuestos a negarnos a nosotros mismos, tomar nuestra cruz y seguir a Nuestro Señor hasta nuestro propio Viernes Santo? El amor puro es siempre sacrificial. No es una emoción o un buen sentimiento. La forma de amor en la que Jesús nos invita a participar requiere que muramos a nuestra propia voluntad y nos entreguemos sacrificialmente a los demás de acuerdo con la voluntad de Dios.
Al principio el sacrificio duele. Esa es la Cruz. Pero cuanto más vivimos con sacrificio, más amamos. Y cuanto más amemos, más nos impulsaremos a entregarnos y a deleitarnos en ello. Debemos amar para morir y morir para amar. Todo egoísmo debe ser purgado de nuestras acciones, convirtiéndonos en un don total y desinteresado a los demás de acuerdo con la voluntad de Dios. Una cosa que el Viernes Santo debería enseñarnos es que la perfección del amor no puede tener límites. No hay límite para cuánto debemos amar. El amor requiere el sacrificio total de nuestras vidas.
Un ícono perfecto de amor que se nos presenta hoy es Nuestra Santísima Madre. El Evangelio de Juan dice: “Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena” (Juan 19, 25). Al estar al pie de la Cruz y contemplar a su Hijo crucificado, el amor en el corazón de la Inmaculada Madre María se expandió más allá de la comprensión. Fue allí donde ella consintió plenamente en la muerte de su Hijo y se ofreció en unión con la ofrenda de Él a la voluntad del Padre. ¿Qué pasó por su mente mientras permaneció allí esas tres horas? Quizás más de lo que podemos imaginar. Lo más importante es que lo que atravesó su Inmaculado Corazón fue la perfección del amor. Su papel en la Cruz fue amar a Jesús con un amor perfecto. Jesús era muy consciente de ese amor y se permitió recibir su consuelo mientras padecía y moría. El amor de la Santísima Madre se manifestó a través del sacrificio, el sufrimiento y la muerte. De la misma manera, nuestro amor se volverá más perfecto sólo si permitimos que el sacrificio, el sufrimiento y la muerte transformen nuestros corazones y los hagan más parecidos al Corazón de Cristo y al de Su Madre.
Reflexionemos sobre esta escena de amor puro e insondable que Madre e Hijo compartieron en medio de insoportables sacrificios, sufrimiento y muerte. Roguemos ser atraídos a sus Sagrados e Inmaculados Corazones. Bañémonos en la misericordia que brota de ellos y fortalezcámonos para vivir en su unión.
Oración
Sagrados e Inmaculados Corazones de Jesús y María, reflexionar sobre ustedes es reflexionar sobre lo incomprensible. La profundidad del amor que ambos sentían en el momento de la crucifixión fue el clímax de la perfección humana. No hubo ni habrá nunca un amor más fuerte, ni compasión más profunda, ni misericordia más grande. Por favor, llévenme al amor de Sus Corazones para que mi vida participe del Sacrificio de la Cruz. Madre María, ruega por mí. Jesús, en Ti confío.
Día 40: Anticipación Esperanzadora
Sábado Santo
Hoy es un día de silencio. Para los primeros discípulos de Jesús debió ser un día de confusión. ¿Cómo pudo haberse ido Jesús? ¿Por qué no bajó milagrosamente de la Cruz? ¿Fue un fraude? ¿Un mentira? ¿No era Él el Hijo de Dios, el Mesías? Estas y muchas otras preguntas podrían haber pasado por las mentes de los muchos seguidores de Jesús. Realmente había muerto y yacía en una tumba vacía.
Nuestra Santísima Madre tenía otros pensamientos. Estaba en paz y llena de gozosa anticipación. Acababa de soportar el sufrimiento más grande que cualquier madre podría soportar y ahora sabía que volvería a ver a su Hijo, muy pronto. Ella esperó la alegría de la Resurrección y habría comenzado a experimentar esa alegría en sobreabundancia el Sábado Santo.
A lo largo de la Cuaresma hemos reflexionado sobre el pecado, el sufrimiento y el sacrificio. Hacerlo podría llevarnos a la depresión y la desilusión si no sabemos el final de la historia. La Cruz conduce a la Resurrección. Por esa razón, los sacrificios que hicimos en Cuaresma no fueron fines en sí mismos; eran en realidad un medio para compartir más plenamente la alegría perfecta de la Resurrección.
Una anticipación silenciosa y esperanzada debe acompañar cada acto de amor sacrificial, aceptación del sufrimiento, superación del pecado y carga de la cruz. Gracias a la vida, muerte y resurrección de Jesús, podemos ser fructíferos para el Reino de Dios cada vez que unimos nuestras acciones a las suyas. Cuando lo hacemos, se nos invita a anticipar en silencio los buenos frutos que se producirán.
Cuando perdonamos a otra persona que nos ha hecho daño y colmamos a esa persona de misericordia en lugar de juicio, no permaneceremos amargados ni resentidos. En cambio, recibiremos el regalo de una anticipación silenciosa y esperanzada de la diferencia que nuestro acto sacrificial de perdón puede marcar en la vida de una persona. Cada sacrificio que hagamos en la vida y que esté arraigado en el amor divino nos dejará con esta hermosa anticipación silenciosa y esperanzada mientras aguardamos los efectos que nuestro amor producirá.
Reflexionemos sobre este regalo hoy. Aunque el Sábado Santo no se celebra como fiesta litúrgica, el mensaje que transmite este día es poderoso. Cada acto de amor sacrificial del Viernes Santo debe ser seguido por la vigilia del Sábado Santo. Y cuando el buen fruto de nuestro amor sacrificial llega a fructificar, el gozo de la Resurrección está al alcance de la mano. Anticípate a esas resurrecciones y permíteles producir esperanza en tu alma para que nunca te canses de los sacrificios de la Cuaresma y del Triduo, que te llevarán una y otra vez a las celebraciones de la victoria de Cristo.
Oración
Mi Señor silencioso, aunque Tu cuerpo estaba muerto en la tumba, Tu alma estaba viva, las puertas del Cielo estaban abiertas y Te preparabas para Tu victoria final. Tu Madre Santísima lo sabía y aguardó con gran esperanza y alegría. Por favor, concédeme este precioso regalo de anticipación esperanzada cada vez que amo con sacrificio, para que esta esperanza me impulse a amar más, a imitación de Tu vida sagrada. Madre María, ruega por mí. Jesús, en Ti confío.
Poco a poco iremos subiendo las demás reflexiones y oraciones diarias
40 días en el desierto en Youtube