El siguiente texto es tan solo un extracto de uno de los valiosos libros sobre las visiones de Ana Catalina Emmerick, «De la Natividad de la Virgen a la muerte del patriarca San José» y se han eliminado algunos detalles para crear un resumen que nos cuente la historia un poco más breve. Al final de este artículo se puede encontrar el link hacia el sitio web donde se han publicado todas las obras de esta beata.
Cómo fue el nacimiento de Jesús
Esta es una pregunta que muchos cristianos nos hemos hecho. Si bien los evangelios nos presentan los detalles más importantes, hay detalles que no habíamos podido conocer, hasta que la beata Ana Catalina Emmerick tuvo la gracia de recibir visiones de toda la vida de nuestro Señor y otros pasajes de la Biblia.
Preparativos
Desde hace varios días veo a María en casa de Ana, su madre, cuya casa se halla más o menos a una legua de Nazaret, en el valle de Zabulón.
Veo desde hace quince días a María ocupada en preparativos para el nacimiento de Jesús: cose colchas, tiras y pañales. Su padre Joaquín ya no vive.
Vi a la Virgen Santísima en la casa, trabajando, sentada en una habitación con otras mujeres. Preparaban prendas y colchas para el nacimiento del Niño.
Ana poseía considerables bienes en rebaños y campos y proporcionaba con abundancia todo lo que necesitaba María, en avanzado estado de embarazo.
Como creía que María daría a luz en su casa y que todos sus parientes vendrían a verla, hacía allí toda clase de preparativos para el nacimiento del Niño de la Promesa, disponiendo, entre otras cosas, hermosas colchas y preciosas alfombras.
José, atravesando la llanura de Kimki a seis leguas de Nazaret, se le apareció un ángel, indicándole que partiera con María para Belén, pues era allí donde debía nacer el Niño. Le dijo que debía llevar pocas cosas y ninguna colcha bordada. Además del asno sobre el cual debía ir María montada, era necesario que llevase consigo una pollina de un año, que aún no hubiese tenido cría. Debía dejarla correr en libertad, siguiendo siempre el camino que el animal tomara.
Esa noche Ana se fue a Nazaret con la Virgen María, pues sabían que José debía llegar. No parecía, sin embargo, que tuvieran conocimiento del viaje que debía hacer María con José a Belén. Creían que María daría a luz en su casa de Nazaret, pues vi que fueron llevados allí muchos objetos preparados, envueltos en grandes esteras. Por la noche llegó José a Nazaret.
Hoy he visto a la Virgen con su madre Ana en la casa de Nazaret, donde José les hizo conocer lo que el ángel le había ordenado la noche anterior. Ellas volvieron a la casa de Ana, donde las vi hacer preparativos para un viaje próximo. Ana estaba muy triste. La Virgen sabía de antemano que el Niño debía nacer en Belén; pero por humildad no había hablado. Estaba enterada de todo por las profecías sobre el nacimiento del Mesías que ella conservaba consigo en Nazaret.
Estos escritos le habían sido entregados y explicados por sus maestras en el Templo. Leía a menudo estas profecías y rogaba por su realización, invocando siempre, con ardiente deseo, la venida de ese Mesías. Llamaba bienaventurada a aquélla que debía dar a luz y deseaba ser tan sólo la última de sus servidoras. En su humildad no pensaba que ese honor debía tocarle a ella. Sabiendo por los textos que el Mesías debía nacer en Belén, aceptó con júbilo la voluntad de Dios, preparándose para un viaje que habría de ser muy penoso para ella, en su actual estado y en aquella estación, pues el frío suele ser muy intenso en los valles entre cadenas montañosas.
Viaje de María y José a Belén
José y a María, acompañados de Ana, María de Cleofás y algunos servidores, salieron de la casa de Ana para su viaje. María iba sentada sobre la albarda del asno, cargado además con el equipaje, José lo conducía.
Vi a la Sagrada Familia caminando por un sendero que subía a la cima de Gelboé. No pasaban por los poblados, y seguían a la pollina, que tomaba caminos de atajo. Pude verlos en una propiedad de Lázaro, a poca distancia de la ciudad de Ginim, por el lado de Samaria. El cuidador los recibió amistosamente.
Lázaro heredó de su padre esta propiedad. He visto que Nuestro Señor se detuvo con frecuencia durante su vida pública en este lugar y enseñó en los alrededores. El cuidador y su mujer trataron muy amistosamente a María.
Se admiraron que hubiese emprendido semejante viaje en el estado en que se encontraba, dado que hubiera podido quedarse tranquilamente en casa de Ana.
He visto a la Sagrada Familia a varias leguas del sitio anterior, caminando en medio de la noche hacia una montaña a lo largo de un valle muy frío, donde había caído escarcha. La Virgen María, que sufría mucho el frío, dijo a José: «Es necesario detenernos aquí, pues no puedo seguir». No bien dijo estas palabras se detuvo la borriquilla debajo de un gran árbol de terebinto, junto al cual había una fuente. Se detuvieron y José preparó con las colchas un asiento para la Virgen, a la cual ayudó a desmontar del asno. María sentóse debajo del árbol y José colgó del árbol su linterna.
La Virgen pidió a Dios ayuda contra el frío. Sintió entonces un alivio tan grande y una corriente de calor tal que tendió sus manos a José para que él pudiera calentar un tanto sus manos ateridas. Comieron algunos panecillos y frutas, y bebieron agua de la fuente vecina. José consoló y alegró a María. Era muy bueno y sufría mucho en ese viaje tan penoso para ella. Habló del buen alojamiento que pensaba conseguir en Belén. Conocía una casa cuyos dueños eran gente buena y pensaba hospedarse allí con ciertas comodidades. Mientras iban de camino hacía el elogio de Belén, recordando a María todas las cosas que podían consolarla y alegrarla. Esto me causaba lástima, pues yo sabia todo lo que sufriría: todo iba a acontecer de diferente manera.
No sé si pasaron la noche bajo este árbol o buscaron otro hospedaje. Un poco más adelante vieron que la borriquilla entraba en una cabaña de pastores, y entraron ellos también.
Los pastores que se hallaban allí, vaciando la cabaña, los recibieron con benevolencia: les dieron paja y haces de junco y ramas para que encendieran fuego.
Se pusieron en camino y después de haber andado una legua llegaron a una posada de varios edificios, rodeados de árboles y jardines. Vi algunos arbustos que dan el bálsamo, plantados a espaldera. La posada estaba en la parte Norte de la montaña. La Virgen Santísima había desmontado y José llevaba el asno. Se acercaron a la casa y José pidió alojamiento; pero el dueño se disculpó, diciendo que estaba lleno de viajeros. Llegó en esto la mujer, y al pedirle la Virgen alojamiento con la más conmovedora humildad, aquella sintió una profunda emoción. El dueño no pudo resistir y les arregló un refugio cómodo en el granero cercano y llevó el asno a la cuadra.
Al atardecer se encontraban en una llanura a una legua al Sureste de Siquem. Entraron en una casa de pastores bastante grande donde fueron recibidos bien.
María y José son rechazados en varias casas
La Virgen desmontaba a ratos, siguiendo a pie algunos trechos. A menudo se detenían en lugares apropiados para tomar alimento. Llevaban panecillos y una bebida que refresca y fortalece. Recogían bayas y frutas de los árboles y arbustos en los lugares más expuestos al sol. La montura de María tenía a derecha e izquierda unos rebordes sobre los cuales apoyaba los pies. Los movimientos de María eran siempre sosegados, singularmente modestos. Se sentaba alternativamente a derecha e izquierda. La primera diligencia de José, cuando llegaban a un lugar, era buscar un sitio donde María pudiese sentarse y descansar cómodamente.
Era de noche cuando llegaron a una casa aislada. José llamó y pidió hospitalidad; pero el dueño de casa no quiso abrir. José le explicó la situación de María, diciendo que no estaba en condición de seguir su camino y agregando que no pedía hospedaje gratis. Todo fue inútil: aquel hombre duro y grosero respondió que su casa no era una posada, que lo dejaran tranquilo, que no golpeasen a la puerta. Ni siquiera abrió la puerta para hablar, sino que dio su respuesta desde el interior. Los viajeros continuaron su camino, y al poco tiempo entraron en un cobertizo. José encendió luz y preparó un lecho para María, que lo ayudaba en todo esto. Rezaron, comieron y durmieron algunas horas.
Antes de aclarar el día partieron y tomaron un camino que volvía a subir.
Al llegar a una higuera no encontró en ella ni una fruta, lo cual lo entristeció mucho. Recuerdo, vagamente que Jesús halló más tarde esta higuera cubierta de hojas verdes, pero sin frutos. Creo que el Señor la maldijo en ocasión que había salido de Jerusalén, y el árbol se secó por completo.
Más tarde se acercaron a una casa cuyo dueño trató ásperamente a José, que le había pedido humildemente hospitalidad. Miró luego a la Santísima Virgen, a la luz de una lintema, y se burló de José porque llevaba una mujer tan joven. En cambio la dueña de casa se acercó y se compadeció de María: le ofreció una habitación en un edificio vecino y les llevó panecillos para su alimento. El marido se arrepintió de haber sido descomedido y se mostró luego más servicial con los santos viajeros. Más tarde llegaron a otra casa habitada por una pareja joven. Aunque fueron recibidos, no lo hicieron con cortesía y casi ni se ocuparon de ellos.
Últimas etapas del camino
En las últimas etapas José se detuvo varias veces, pues María estaba cada vez más fatigada.
Vi a los santos caminantes que entraban en pleno día en una casa grande de pastores. Está a tres leguas de un lugar donde Juan bautizaba más tarde en el Jordán y a siete de Belén. Es la misma casa donde Jesús, treinta años más tarde, estuvo la noche del 11 de Octubre, víspera del día en que por primera vez, después de su bautismo, pasó delante de Juan Bautista.
El dueño recibió a los viajeros muy amigablemente, se mostró muy servicial y los condujo a una cómoda habitación, mientras algunos servidores se ocuparon del asno. Un criado lavó en una fuente los pies de José y le dio otras ropas mientras limpiaba las suyas cubiertas de polvo. Una mujer rindió los mismos servicios a María. En esta casa tomaron alimento y durmieron.
La dueña de casa tenía un carácter bastante raro: se había encerrado en su casa y a hurtadillas observaba a María, y como era joven y vanidosa, la belleza admirable de la Virgen la había llenado de disgusto. Temía también que María se dirigiera a ella para pedirle que le permitiese quedarse hasta dar a luz a su Niño. Tuvo la descortesía de no presentarse siquiera y buscó medios para que los viajeros partieran al día siguiente. Esta es la mujer que encontró Jesús allí, treinta años más tarde, ciega y encorvada, y que sanó y curó después de hacerle advertencias sobre su poca caridad y su vanidad de un tiempo.
Hoy al medio día vi a la Sagrada Familia abandonar la finca donde se habían alojado. Algunos de la casa los acompañaron cierta distancia. Después de unas dos leguas de camino, llegaron al anochecer a un lugar atravesado por un gran sendero, a cuyos lados se levantaba una fila de casas con patios y jardines. José tenía allí parientes.
Hoy a mediodía María y José se pusieron en camino hacia Belén de donde se hallaban sólo a unas tres leguas. La dueña de casa insistía en que se quedaran, pareciéndole que María daría a luz de un momento a otro. María, bajándose el velo, respondió que debía esperar treinta y seis horas aún. Aquella mujer los hubiera hospedado con gusto, no en su casa, sino en otro edificio cercano. Los huéspedes hablaron de lo difícil que sería para ellos encontrar alojamiento en Belén, y José dijo que tenía varios amigos allá y que estaba seguro de ser bien recibido. A mí me apenaba oírle hablar con tanta convicción de la buena acogida que le harían. Aún habló de esto mismo con María en el camino. Vemos, pues, que hasta los santos pueden estar en equivocados.
Llegada a Belén
Se detuvieron debajo de un árbol, fuera del camino, y María bajó del asno, ordenándose los vestidos. José se dirigió con María hacia un gran edificio rodeado de construcciones pequeñas y de patios a pocos minutos de Belén.
Había allí muchos árboles. Numerosas personas habían levantado sus carpas en ese lugar. Ésta era la antigua casa paterna de la familia de David, que fue propiedad del padre de San José. Habitaban en ella parientes o gente relacionada con José; pero éstos no lo quisieron reconocer y lo trataron como un extraño.
Entraron en Belén. Las casas aparecen muy separadas unas de otras. Entraron por entre escombros, como si hubiese sido una puerta derruida.
María se quedó tranquila mientras José buscaba inútilmente alojamiento entre las primeras casas. Había muchos extranjeros y se veían numerosas personas yendo de un lado a otro. José volvió junto a María, diciéndole que no era posible encontrar alojamiento. Cuando llegaron a la entrada de otra calle, José iba de casa en casa; pero no encontró ninguna donde quisieran recibirlos. Volvió lleno de tristeza al lado de María. Esto se repitió varias veces.
Llegados al otro lado de Belén, donde las casas se hallaban aún más dispersas, encontraron un gran espacio vacío, como un campo desierto en el poblado.
En él había una especie de cobertizo y a poca distancia un árbol grande. José condujo a María bajo este árbol, y le arregló un asiento para que pudiera descansar, mientras él volvía en busca de mejor asilo en las casas vecinas. Tenía la cabeza cubierta por un velo blanco. Las personas que pasaban por allí la miraban, sin saber que su Salvador, su Mesías, estaba tan cerca de ellos, ¡Qué paciente, qué humilde y qué resignada estaba María! Tuvo que esperar mucho tiempo. Por fin sentose sobre las colchas, poniéndose las manos juntas en el pecho, con la cabeza baja.
José regresó lleno de tristeza, pues no había podido encontrar posada ni refugio. Los amigos de quienes había hablado a María apenas lo reconocían. José lloró y María lo consoló con dulces palabras. Fue una vez más, de casa en casa, representando el estado de su mujer, para hacer más eficaz la petición; pero era rechazado precisamente también a causa de eso mismo.
Al fin volvió José, tan conturbado, que apenas se atrevía a acercarse a María. Le dijo que había buscado inútilmente; pero que conocía un lugar, fuera de la ciudad, donde los pastores solían reunirse cuando iban a Belén con sus rebaños: que allí podrían encontrar siquiera un abrigo. José conocía aquel lugar desde su juventud. Cuando sus hermanos lo molestaban, se retiraba con frecuencia allí para rezar fuera del alcance de sus perseguidores. Decía José que si los pastores volvían, se arreglaría fácilmente con ellos; que venían raramente en esa época del año. Añadió que cuando ella estuviera tranquila en aquel lugar, él volvería a salir en busca de alojamiento más apropiado. Salieron, pues, de Belén por el Este siguiendo un sendero desierto que torcía a la izquierda.
La Sagrada Familia se refugia en la gruta
En la extremidad Sur de la colina, alrededor de la cual torcía el camino que lleva al valle de los pastores, estaba la gruta en la cual José buscó refugio para María. Había allí otras grutas abiertas en la misma roca. La gruta era natural. Desde el lugar se podían ver los techos de algunas casitas de Belén.
En la parte Este de esta gruta, frente a la entrada, fue donde se encontraba la Virgen Santísima cuando nació de ella la Luz del mundo. En la parte que se extiende al Mediodía estaba colocado el pesebre donde fue adorado el Niño Jesús. El pesebre no era sino una gamella excavada en la piedra misma, destinada a dar de beber a los animales. Encima tenía un comedero, con ancha abertura, hecho de enrejado de maderas y alzado sobre cuatro patas, de modo que los animales podían alcanzar cómodamente el heno o el pasto colocado allí.
Era bastante tarde cuando José y María llegaron hasta la boca de la gruta. Viendo esto la Virgen, dijo a José: «Ves, seguramente es la voluntad de Dios que entremos aquí». José condujo el asno bajo el alero, delante de la gruta; preparó un asiento para María, la cual se sentó mientras él hacía un poco de luz y penetraba en la gruta.
La entrada estaba un tanto obstruida por atados de paja y esteras apoyadas contra las paredes. También dentro de la gruta había diversos objetos que dificultaban el paso. José la despejó, preparando un sitio cómodo para María, por el lado del Oriente. Colgó de la pared una lámpara encendida e hizo entrar a María, la cual se acostó sobre el lecho que José le había preparado con colchas y envoltorios. José le pidió humildemente perdón por no haber podido encontrar algo mejor que este refugio tan impropio; pero María, en su interior, se sentía feliz, llena de santa alegría.
Cuando estuvo instalada María, José salió con una bota de cuero y fue detrás de la colina, a la pradera, donde corría una fuente, y llenándola de agua volvió a la gruta.
Más tarde fue a la ciudad, donde consiguió pequeños recipientes y un poco de carbón.
José volvió trayendo carbones encendidos en una caja enrejada; los puso a la entrada de la gruta y encendió fuego con un manojito de astillas; preparó la comida, que consistió en panecillos y frutas cocidas. Después de haber comido y rezado, José preparó un lecho para María Santísima. Sobre una capa de juncos tendió una colcha semejante a las que yo había visto en la casa de Ana y puso otra arrollada por cabecera.
Cuando empezó el sábado, José se acercó a María, bajo la lámpara, y recitó con ella las oraciones correspondientes; después salió a la ciudad. María se envolvió en sus ropas para el descanso. Durante la ausencia de José la vi rezando de rodillas. Luego se tendió a dormir, echándose de lado. Su cabeza descansaba sobre un brazo, encima de la almohada. José regresó tarde. Rezó una vez más y se tendió humildemente en su lecho a la entrada de la gruta.
María pasó la fiesta del sábado rezando en la gruta, meditando, con gran concentración. José salió varias veces: probablemente fue a la sinagoga de Belén.
Por la tarde, cuando los judíos suelen hacer su paseo del sábado, José condujo a María a la gruta de Maraha, nodriza de Abraham. Allí se quedó algún tiempo. Esta gruta era más espaciosa que la del pesebre y José dispuso allí otro asiento. También estuvo bajo el árbol cercano, orando y meditando, hasta que terminó el sábado. José la volvió a llevar, porque María le dijo que el nacimiento tendría lugar aquel mismo día a medianoche, cuando se cumplían los nueve meses transcurridos desde la salutación del ángel del Señor.
María le había pedido que lo tuviera dispuesto todo, de modo que pudiesen honrar en la mejor forma posible la entrada al mundo del Niño prometido por Dios y concebido en forma sobrenatural. José fue a la gruta de Maraha y llevó a María a la del pesebre, donde María se sentó sobre sus colchas, mientras José preparaba la comida. Comieron y rezaron juntos.
Cuando la Virgen le indicó que se acercaba la hora, instándole a ponerse en oración, José colgó del techo varias lámparas encendidas y salió de la gruta, porque había escuchado un ruido a la entrada.
Le pareció que toda la gruta estaba en llamas y que María estaba rodeada de luz sobrenatural. José miró todo esto como Moisés la zarza ardiendo. Luego, lleno de santo temor, entró en su celda y se prosternó hasta el suelo en oración.
Nacimiento de Jesús
He visto que la luz que envolvía a la Virgen se hacía cada vez más deslumbrante, de modo que la luz de las lámparas encendidas por José no era ya visibles. María, con su amplio vestido desceñido, estaba arrodillada en su lecho. Llegada la medianoche la vi arrebatada en éxtasis, suspendida en el aire, a cierta altura de la tierra. Tenía las manos cruzadas sobre el pecho.
El resplandor en torno de ella crecía por momentos. Toda la naturaleza parecía sentir una emoción de júbilo, hasta los seres inanimados. La roca de que estaban formados el suelo y el atrio parecía palpitar bajo la luz intensa que los envolvía. Luego ya no vi más la bóveda. Una estela luminosa, que aumentaba sin cesar en claridad, iba desde María hasta lo más alto de los cielos. Allá arriba había un movimiento maravilloso de glorias celestiales, que se acercaban a la tierra, y aparecieron con toda claridad seis coros de ángeles celestiales.
La Virgen Santísima, levantada de la tierra en medio del éxtasis, oraba y bajaba las miradas sobre su Dios, de quien se había convertido en Madre. El Verbo eterno, débil Niño, estaba acostado en el suelo delante de María.
Vi a nuestro Señor bajo la forma de un pequeño Niño todo luminoso, cuyo brillo eclipsaba el resplandor circundante, acostado sobre una alfombrita ante las rodillas de María. Me parecía muy pequeñito y que iba creciendo ante mis miradas; pero todo esto era la irradiación de una luz tan potente y deslumbradora que no puedo explicar cómo pude mirarla. La Virgen permaneció algún tiempo en éxtasis; luego cubrió al Niño con un paño, sin tocarlo y sin tomarlo aún en sus brazos. Poco tiempo después vi al Niño que se movía, y lo oí llorar. En ese momento fue cuando María pareció volver en sí misma, y, tomando al Niño, lo envolvió en el paño con que lo había cubierto,y lo tuvo en sus brazos, estrechándolo contra su pecho. Se sentó, ocultándose toda ella con el Niño bajo su amplio velo, y creo que le dio el pecho.
Vi entonces en torno a los ángeles, en forma humana, hincándose delante del Niño recién nacido, para adorarlo. Cuando habría transcurrido una hora desde el nacimiento del Niño Jesús, María llamó a José, que estaba aún orando con el rostro pegado a la tierra.
Se acercó, prosternándose, lleno de júbilo, de humildad y de fervor. Sólo cuando María le pidió que apretara contra su corazón el Don sagrado del Altísimo, se levantó José, recibió al Niño entre sus brazos, y derramando lágrimas de pura alegría, dio gracias a Dios por el Don recibido del cielo.
María fajó al Niño, tenía sólo cuatro pañales. Más tarde vi a María y a José sentados en el suelo, uno junto al otro: no hablaban, parecían absortos en muda contemplación. Ante María, fajado como un niño común, estaba recostado Jesús recién nacido, bello y brillante como un relámpago. «¡Ah, decía yo, este lugar encierra la salvación del mundo entero y nadie lo sospecha!»
He visto que pusieron al Niño en el pesebre, arreglado por José con pajas, lindas plantas y una colcha encima. El pesebre estaba sobre la gamella cavada en la roca, a la derecha de la entrada de la gruta, que se ensanchaba allí hacia el Mediodía.
Cuando hubieron colocado al Niño en el pesebre, permanecieron los dos a ambos lados, derramando lágrimas de alegría y entonando cánticos de alabanza.
José llevó el asiento y el lecho de reposo de María junto al pesebre. Yo veía a la Virgen, antes y después del nacimiento de Jesús, arropada en un vestido blanco, que la envolvía por entero. Pude verla allí durante los primeros días sentada, arrodillada, de pie, recostada o durmiendo; pero nunca la vi enferma ni fatigada.
Señales en la naturaleza y anuncio a los pastores
He visto en muchos lugares, hasta en los más lejanos, una insólita alegría, un extraordinario movimiento en esta noche. He visto los corazones de muchos hombres de buena voluntad reanimados por un ansia, plena de alegría, y, en cambio, los corazones de los perversos llenos de temores.
Hasta en los animales he visto manifestarse alegría en sus movimientos y brincos. Las flores levantaban sus corolas, las plantas y los árboles tomaban nuevo vigor y verdor, y esparcían sus fragancias y perfumes. He visto brotar fuentes de agua de la tierra. En el momento mismo del nacimiento de Jesús, brotó una fuente abundante en la gruta de la colina del Norte. Cuando al día siguiente lo notó José, le preparó en seguida un desagüe. El cielo tenía un color rojo oscuro sobre Belén. Mientras se veía un vapor tenue y brillante sobre la gruta del pesebre, el valle de la gruta de Maraña y el valle de los pastores.
Al nacimiento de Jesucristo vi a estos tres pastores muy impresionados ante el aspecto de aquella noche tan maravillosa; por eso se quedaron alrededor de sus cabañas mirando a todos lados. Entonces vieron maravillados la luz extraordinaria sobre la gruta del pesebre.
Mientras los tres pastores estaban mirando hacia aquel lado del cielo, he visto descender sobre ellos una nube luminosa, dentro de la cual noté un movimiento a medida que se acercaba.
Primero vi que se dibujaban formas vagas, luego rostros, finalmente oí cánticos muy armoniosos, muy alegres, cada vez más claros. Como al principio se asustaran los pastores, apareció un ángel ante ellos, que les dijo: »No temáis, pues vengo a anunciaros una gran alegría para todo el pueblo de Israel. Os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo, el Señor. Por señal os doy ésta: encontraréis al Niño envuelto en pañales, echado en un pesebre».
Mientras el ángel decía estas palabras, el resplandor se hacía cada vez más intenso a su alrededor. Vi a cinco o siete grandes figuras de ángeles muy bellos y luminosos. Llevaban en las manos una especie de banderola larga, donde se veían letras del tamaño de un palmo y oí que alababan a Dios cantando: «Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra para los hombres de buena voluntad».
Más tarde tuvieron la misma aparición los pastores que estaban junto a una torre. Unos ángeles también aparecieron a otro grupo de pastores, cerca de una fuente, al Este de la torre, a unas tres leguas de Belén. No he visto que los pastores fueran en seguida a la gruta del pesebre, porque unos se encontraban a legua y media de distancia y otros a tres: los he visto, en cambio, consultándose unos a otros acerca de lo que llevarían al recién nacido y preparando los regalos con toda premura. Llegaron a la gruta del pesebre al rayar el alba.
Señales en Jerusalén, Roma y otros pueblos
Esta noche vi en el Templo a Noemí, la maestra de María, a la profetisa Ana y al anciano Simeón. Vi, en Nazaret, a Ana, y en Juta, a Santa Isabel. Todos tenían visiones y revelaciones del nacimiento del Salvador.
He visto al pequeño Juan Bautista, cerca de su madre, manifestando una alegría muy grande. Vieron y reconocieron a María en medio de aquellas visiones, aunque no sabían donde había tenido lugar el acontecimiento. Isabel tampoco lo sabía. Sólo Ana sabía que tenía lugar en Belén.
He visto muchas cosas en Roma esta noche. Cuando Jesús nació vi un barrio de la ciudad, donde vivían muchos judíos: allí brotó una fuente de aceite que causó maravilla a todos los que la vieron. Una estatua magnífica de Júpiter cayó de su pedestal en añicos, porque se desplomó la bóveda del templo.
Al tiempo del nacimiento de Jesucristo vi una maravillosa aparición que se presentó a los Reyes Magos en su pais. Estos Magos eran observadores de los astros y tenían sobre una montaña una torre en forma de pirámide, donde siempre se encontraba uno de ellos con los sacerdotes observando el curso de los astros y las estrellas. Escribían sus observaciones y se las comunicaban unos a otros. Esta noche creo haber visto a dos de los Reyes Magos sobre la torre piramidal. El tercero, que habitaba al Este del Mar Caspio, no estaba allí. Observaban una determinada constelación en la cual veían de cuando en cuando variantes, con diversas apariciones. Esta noche vi la imagen que se les presentaba. No la vieron en una estrella, sino en una figura compuesta de varias de ellas, entre las cuales parecía efectuarse un movimiento.
Vieron un hermoso arco iris sobre la media luna y sobre el arco iris sentada a la Virgen. Tenía la rodilla izquierda ligeramente levantada y la pierna derecha más alargada, descansando el pie sobre la media luna. A la izquierda de la Virgen, encima del arco iris, apareció una cepa de vid, y a la derecha, un haz de espigas de trigo. Delante de la Virgen vi elevarse como un cáliz semejante al de la última Cena. Del cáliz vi salir al Niño, y por encima de Él, un disco luminoso parecido a una custodia vacía, de la que partían rayos semejantes a espigas. Por eso pensé en el Santísitno Sacramento.
Del costado derecho del Niño salió una rama, en cuya extremidad apareció, a semejanza de una flor, una iglesia octogonal con una gran puerta dorada y dos pequeñas laterales. La Virgen hizo entrar al cáliz, al Niño y a la hostia en la iglesia, cuyo interior pude ver, y que en aquel momento me pareció muy grande. En el fondo había una manifestación de la Santísima Trinidad.
La iglesia se transformó luego en una ciudad brillante, que me pareció la Jerusalén celestial. En este cuadro vi muchas cosas que se sucedían y parecían nacer unas de otras, mientras yo miraba el interior de la iglesia. Ya no puedo recordar en qué forma se fueron sucediendo. Tampoco recuerdo de qué manera supieron los Reyes Magos que Jesús había nacido en Judea. El tercero de los Reyes, que vivía muy distante, vio la aparición al mismo tiempo que los otros. Los Reyes sintieron una alegría muy grande, juntaron sus dones y regalos y se dispusieron para el viaje. Se encontraron al cabo de varios días de camino. Los días que precedieron al nacimiento de Jesús, los veía sobre su observatorio, donde tuvieron varias visiones.
Los pastores acuden con sus presentes
A la caída de la tarde los tres pastores jefes se dirigieron a la gruta del pesebre con los regalos, consistentes en animalitos parecidos a los corzos. Si eran cabritos, eran muy distintos de los de nuestro país, pues tenían cuellos largos, ojos hermosos muy brillantes, eran muy graciosos y ligeros al correr. Traían sobre los hombros aves que habían matado, y bajo el brazo otras vivas de mayor tamaño. Al llegar, llamaron tímidamente a la puerta de la gruta y San José les salió al encuentro. Ellos repitieron lo que les habían anunciado los ángeles y dijeron que deseaban rendir homenaje al Niño de la Promesa y a ofrecerle sus pobres obsequios. José aceptó sus regalos con humilde gratitud y los llevó junto a la Virgen, que se hallaba sentada cerca del pesebre, con el
Niño Jesús sobre sus rodillas. Los tres pastores se hincaron con toda humildad, permaneciendo mucho rato en silencio, como absortos en una alegría indecible. Cantaron luego el cántico que habían oído a los ángeles y un salmo que no recuerdo. Cuando estaban por irse, María les dio al Niño, que ellos tomaron en sus brazos, uno después de otro, y llorando de emoción, lo devolvieron a María, y se retiraron.
Por la noche vinieron de la torre de los pastores, a cuatro leguas del pesebre, otros pastores con sus mujeres y sus niños. Traían pájaros, huevos, miel, madejas de hilo de diversos colores, pequeños atados que parecían de seda cruda y ramas de una planta parecida al junco.. Después que entregaron estos regalos a San José, se acercaron humildemente al pesebre, al lado del cual se hallaba María sentada.
Saludaron a la Madre y al Niño; después, de rodillas, cantaron hermosos salmos, el Gloria in excelsis de los ángeles y algunos otros muy breves.
Recuerdo más o menos lo siguiente: «¡Oh Niñito, bermejo como la rosa, pareces semejante a un mensajero de paz!» Cuando se despidieron, se inclinaban ante el pesebre como si besaran al Niño.
Hoy he visto una escena muy conmovedora: José y María sé hallaban junto al pesebre, contemplando con profunda ternura al Niño Jesús. De pronto el asno se echó también de rodillas y agachó la cabeza hasta la tierra en acto de adoración. María y José lloraban emocionados. Por la noche llegó un mensaje de Santa Ana. Un anciano llegó de Nazaret con una viuda parienta de
Ana, a la cual servía. Traían diversos objetos para María. Al ver al Niño se conmovieron extraordinariamente: el viejo derramaba lágrimas de alegría.
En la gruta del pesebre reina una amable tranquilidad, pues nadie viene hasta este lugar y sólo los pastores están en comunicación con ella.
Por la mañana el dueño de la última posada adonde se habían alojado José y María a pasar la noche, envió un criado a la gruta del pesebre con varios regalos.
Él mismo llegó más tarde para rendir homenaje al Niño Jesús.
La noticia de la aparición del ángel a los pastores del valle en el momento del nacimiento de Jesús, fue causa de que todos los pastores y gentes del valle oyeran hablar del maravilloso Niño de la Promesa. Todos ellos acuden para honrarlo.
Fecha del nacimiento del Redentor
Jesucristo nació antes de cumplirse el año 3997 del mundo. Más tarde fueron olvidados los cuatro años, menos algo, transcurridos desde su nacimiento hasta el fin del 4000. El nacimiento de Jesús tuvo lugar en un año judío de trece meses, que era un arreglo semejante a nuestros años bisiestos. Creo también que los judíos tenían meses de veinte días dos veces al año y uno de veintidós días. Pude oír algo de esto a propósito de los días de fiesta; pero ahora no me queda más que un recuerdo confuso. He visto que se hicieron varias veces cambios en el calendario.
QUIÉN ERA ANA CATALINA EMMERICK
Ana Catalina fue monja y vivió marcada con el signo del dolor, además del de la pobreza y el de lo sobrenatural.
La beata Ana Catalina Emmerick nació en Flamske, una comunidad agraria, actualmente en la diócesis de Münster, en Westfalia, y murió en Dülmen a los 49 años. El 3 de octubre de 2004 fue beatificada por el papa Juan Pablo II.
Desde pequeña tuvo visiones en las que veía principalmente a Jesús cediéndole su cruz. A cierta edad, ingresó en un convento de agustinas. A los 24 años le empezaron a aparecer heridas sangrantes, estigmas que se hacían visibles periódicamente en Navidad y Año Nuevo. La primera de ellas el 29 de diciembre de 1812.
Sus visiones fueron descritas por Clemens Brentano, poeta y novelista del Romanticismo alemán. Ella relataba así las visiones de su infancia:
“Cuando, hacia la edad de cinco o seis años, yo meditaba sobre el primer artículo del Credo de los Apóstoles, ‘Creo en Dios Padre, Dios Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra’, todo tipo de imágenes que se remitían a la creación del cielo y de la tierra se presentaban a mi alma. Vi la caída de los ángeles, la Creación de la Tierra y del Paraíso, Adán y Eva, y la Caída del Hombre. Creía simplemente que todos veían esto, como otras cosas que nos rodean. Yo hablaba de esto a mis padres, a mis hermanos y hermanas, a mis compañeros de juego, contaba todo esto ingenuamente, hasta el momento en que me di cuenta de que se burlaban de mí, preguntándome si tenía un libro en el cual todo eso estuviera escrito. Así comencé poco a poco a callar estas cosas, pensando, sin mucha reflexión, que era inoportuno hablar de tales temas; no obstante, no me hice ninguna inquietud particular en cuanto a eso.”
Cuando se efectuó la segunda investigación eclesiástica en 1819, indujeron al famoso poeta Clemens Brentano, a visitarla; para gran asombro de este, ella le dijo que le había sido señalado por inspiración divina como el hombre que escribiría sus revelaciones y permitiría cumplir con la voluntad de Dios, es decir, escribir para el bien de innumerables almas las revelaciones recibidas por ella.
Desde 1819 hasta la muerte de Ana Catalina en 1824, Brentano registró sus visiones, llenando cuarenta volúmenes con detalladas escenas y pasajes del Nuevo Testamento y la vida de la Virgen María. Los detalles fueron recogidos con gran viveza, ya que mantienen el interés del lector como una escena gráfica que sigue una a la otra en rápida sucesión, como si fuese visible para el ojo humano. Brentano tomó brevemente por escrito los puntos principales, y como ella hablaba el dialecto de Westfalia, inmediatamente el poeta reescribía en alemán estándar. Luego le leía en voz alta y ella le hacía cambios hasta que le daba su completa aprobación.
Fuente original: http://anacatalinaemmerick.com
Este texto ha sido extraído puntualmente del tomo 2, sección 9