Entre julio y diciembre de 1830, Sor Catalina Labouré, una joven novicia de las Hijas de la Caridad, experimentó tres reveladoras apariciones de la Virgen María. En los meses previos, Catalina también fue testigo de otras manifestaciones divinas. En primer lugar, San Vicente de Paúl, a quien Catalina tenía un profundo amor, le reveló su corazón: Mientras oraba en la capilla, Catalina vio durante tres días consecutivos el corazón de San Vicente, que se presentó en tres colores distintos. Inicialmente blanco, simbolizando la paz; luego rojo, representando el fuego; y finalmente negro, indicando las desgracias que se avecinarían sobre Francia y, en particular, sobre París.
Poco después, Catalina tuvo la visión de Cristo presente en la hostia. Ella relata: «Vi a Nuestro Señor Sacramentado todo el tiempo de mi noviciado, excepto en los momentos de duda». El 6 de junio de 1830, durante la festividad de la Santísima Trinidad, Cristo se le apareció como Rey crucificado, despojado de todos sus ornamentos.
Primera aparición de la Virgen de la Medalla Milagrosa
El 18 de julio de 1830, en la víspera de la festividad de San Vicente, Sor Catalina realizó una ferviente oración pidiendo que, mediante la intercesión de San Vicente, su anhelo de ver a la Santísima Virgen se hiciera realidad.
A las once y media de la noche, fue llamada por su nombre. Encontró a un niño misterioso a los pies de su cama, quien la instó a levantarse, indicándole que la Santísima Virgen la estaba esperando. Catalina, siguiendo al niño que irradiaba rayos de luz, llegó a la capilla y se detuvo cerca de la silla utilizada por el sacerdote en el santuario (la ubicación actual de la estatua de San José). Allí, escuchó un susurro similar al roce de un vestido de seda. El niño le dijo: «Aquí está la Santísima Virgen». Aunque dudó, el niño repitió con un tono más fuerte: «Aquí está la Santísima Virgen».
Catalina, con un salto, se encontró a los pies de la Santísima Virgen, quien estaba sentada en una silla y apoyó sus manos en las rodillas de la Madre de Dios. En ese momento, experimentó un período de tiempo que describió como el más dulce de su vida, durante el cual la Santísima Virgen le dio instrucciones sobre cómo debía relacionarse con su director espiritual y compartió otras enseñanzas. La Santísima Virgen señaló hacia el altar con el tabernáculo y dijo: «Venid al pie de este altar. Aquí se distribuirán gracias a todos los que las soliciten con confianza y fervor». Durante esta revelación, se anunció una misión desafiante y se solicitó la creación de una Cofradía de los Hijos de María, solicitud que el padre Aladel cumpliría el 2 de febrero de 1840.
Segunda aparición de la Virgen de la Medalla Milagrosa
El 27 de noviembre de 1830, la Santísima Virgen se manifestó nuevamente a Catalina en la capilla, esta vez a las 17:30 horas durante la meditación, debajo del cuadro de San José, que es la ubicación actual de Nuestra Señora del Globo. Inicialmente, Catalina presenció lo que parecían dos imágenes en movimiento, superponiéndose una a la otra, en las cuales la Virgen María estaba de pie sobre un medio globo, con sus pies aplastando a una serpiente.
En la primera imagen, la Virgen sostenía un pequeño globo dorado coronado por una cruz, que elevaba hacia el cielo, representando simbólicamente al mundo entero, incluida Francia, y a cada individuo. En la segunda imagen, rayos de luz radiantes emanaban de las manos abiertas de la Santísima Virgen, adornadas con anillos de joyas. En ese instante, Catalina escuchó una voz que declaró: «Estos rayos son un símbolo de las gracias que otorgo a aquellos que las solicitan».
Luego, un óvalo se formó alrededor de la aparición, y Catalina vio en un semicírculo la invocación: «Oh María sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a ti», escrita en letras de oro. Posteriormente, una voz indicó: «Hagan una medalla según este diseño. Aquellos que la lleven con confianza recibirán abundantes gracias». Finalmente, la imagen giró, revelando el reverso de la medalla: la letra M coronada por una pequeña cruz y dos corazones, uno coronado de espinas y el otro traspasado por una espada, ambos ubicados debajo.
Tercera aparición de la Virgen de la Medalla Milagrosa
En diciembre de 1830, mientras Catalina meditaba, volvió a escuchar un crujido, esta vez proveniente detrás del altar. La misma imagen de la medalla apareció cerca del tabernáculo, ligeramente detrás de él. La voz afirmó: «Estos rayos son el símbolo de las gracias que la Santísima Virgen obtiene para aquellos que las solicitan… Ya no me veréis más». Con estas palabras, concluyeron las apariciones. Catalina transmitió las instrucciones de la Santísima Virgen al padre Aladel, su confesor, pero él no mostró receptividad y le prohibió siquiera pensar en ello. Este rechazo fue un golpe devastador para ella.
El 30 de enero de 1831, Catalina completó su noviciado y recibió el hábito de las Hijas de la Caridad. Al día siguiente, se trasladó al Hospicio de Enghien, fundado por la familia de Orleans y ubicado en el número 12 de la rue de Picpus, al este de París, en una zona empobrecida. Allí, dedicó 46 años de su vida atendiendo a ancianos y personas desfavorecidas en silencio y total oscuridad.
María Inmaculada
En esta capilla, seleccionada por la voluntad divina, la Virgen María se presentó personalmente para revelar su identidad a través de un pequeño objeto, una medalla, destinada a todos sin distinción. La identidad de María había sido motivo de controversia entre los teólogos desde los primeros tiempos de la Iglesia. En el año 431, el Concilio de Éfeso proclamó el primer dogma mariano: María es la Madre de Dios.
A partir de 1830, la invocación «Oh María sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a ti», elevada al cielo y repetida miles de veces en el corazón de cristianos de todo el mundo, a petición de la misma Madre de Dios, tuvo un impacto significativo. El 8 de diciembre de 1854, Pío IX proclamó el dogma de la Inmaculada Concepción: por privilegio y gracia singular otorgados por Dios, y en vista de los méritos de Jesucristo, Salvador del género humano, María está sin pecado desde el momento de su concepción.