Historia de San Francisco Javier

Historia de San Francisco Javier
San Francisco Javier

San Francisco Javier es el patrono de las misiones y nuestra Iglesia lo recuerda cada año el 3 de diciembre. Fue uno de los amigos más cercanos de San Ignacio de Loyola y junto a él, uno de los siete fundadores de la Compañía de Jesús.

Primeros años y juventud

Nació como Francisco de Jasso Azpilicueta Atondo y Aznárez de Javier, el 7 de abril de 1506 en el Reino de Navarra, España. Era el menor de cinco hijos de padres nobles, ricos, pero piadosos.

Creció en el Castillo de Javier, residencia de su familia, que aún hoy se conserva parcialmente y actualmente pertenece a la orden de los jesuitas.

Con 19 años, en septiembre de 1525, tras finalizar sus estudios preliminares, se fue a París para iniciar estudios universitarios en el Colegio de Sainte-Barbe. Allí, su compañero de habitación era Pierre Favre. Cuatro años después, todo cambió cuando se mudó con ellos un estudiante mayor, Ignacio de Loyola.

Loyola pronto convenció a Favre para ser sacerdote y trabajar por la salvación de las almas, pero Francisco aspiraba a una carrera mundana y no estaba en absoluto interesado en ello. Obtuvo su licenciatura en la primavera de 1530 y comenzó a enseñar sobre Aristóteles en el Colegio de Dormans-Beauvais, aunque siguió compartiendo habitación con Favre y Loyola.

Cuando Favre fue a visitar a su familia en 1533, Ignacio logró llegar a Francisco, quien cedió a la gracia que Dios le estaba ofreciendo, e hizo los Ejercicios Espirituales bajo la dirección de su amigo. Otros cuatro estudiantes también se hicieron amigos cercanos a través de sus conversaciones con Ignacio, quien se convirtió en guía espiritual e inspiró a todo el grupo con su deseo de ir a Tierra Santa.

El 15 de agosto de 1534 en la capilla de Saint-Denis en Montmartre todos pronunciaron votos privados de pobreza, castidad y obediencia. Además,  manifestaron su deseo de ir a Tierra Santa a convertir a los infieles.

A los treinta años había obtenido una maestría en filosofía, enseñó la materia durante cuatro años y luego estudió teología durante dos años. Después de eso, Francisco abandonó la ciudad con sus compañeros el 15 de noviembre de 1536 y dirigió sus pasos hacia Venecia, donde mostró celo y caridad al atender a los enfermos en los hospitales.

Juntos, Francisco e Ignacio fueron ordenados sacerdotes en 1537. Al año siguiente, Francisco fue a Roma para participar en las discusiones que condujeron a la fundación formal de la Compañía de Jesús.

El Papa Pablo III aprobó la formación de su orden en 1540. La orden se conoció más popularmente como los jesuitas. Después de eso, Francisco sirvió como secretario de la Sociedad.



Misión en la India

Los colonos portugueses en la India y otros lugares estaban perdiendo su fe y sus valores cristianos. Para restaurar estos valores, el rey de Portugal pidió al Papa que enviara misioneros a la región.

Por ello, el Papa pidió a la nueva orden que asumiera la misión de evangelización en la India, sobre todo porque no podían llevar a cabo su misión en Tierra Santa debido a la guerra allí. Entonces Ignacio decidió enviar a Francisco, que partió hacia la India en 1541, desembarcando al año siguiente en Goa, donde se dedicó a predicar y ministrar a los enfermos en los hospitales los primeros cinco meses. Iba por las calles tocando una campanita e invitando a los niños a escuchar la palabra de Dios. Cuando había reunido a algunos, los llevaba a cierta iglesia y allí les explicaba el catecismo.

Costa Pesquera de Perlas

Alrededor de octubre de 1542 partió hacia la región de “Costa Pesquera de Perlas”, deseoso de restaurar el cristianismo que, aunque introducido años antes, casi había desaparecido por falta de sacerdotes.

Las autoridades brahmanes y musulmanas de Travancore se opusieron a Francisco con violencia. Una y otra vez su cabaña fue incendiada sobre su cabeza, y una vez salvó su vida solo escondiéndose entre las ramas de un gran árbol.

En sus tres años de trabajo allí, construyó cerca de 40 iglesias a lo largo de la costa, incluida la Iglesia de San Esteban, en el pueblo de Kombuthurai, en mayo de 1544, pueblo donde anteriormente habían ocurrido algunos milagros.

El primer milagro en Kombuthurai, que es también el primer milagro de San Francisco Javier en la Costa Pesquera de Perlas, ocurrió en 1542, cuando Francisco visitó por primera vez el pueblo. Una señora de Patangati/Patamkatti estuvo sufriendo de parto durante casi tres días. Él la bautizó a ella y a su familia y al poco tiempo ella dio a luz a un niño. Debido a este milagro, todo este pueblo junto con sus jefes y el príncipe se convirtieron al cristianismo. Desde entonces visitó el pueblo en numerosas ocasiones.

Se cree que el segundo milagro es el milagro más grande que San Francisco Javier haya realizado jamás. Un niño llamado Mateo se ahogó en el pozo que los Patangati/Patamkatti llaman pozo del milagro o pozo del bautismo, y fue llevado a la iglesia justo antes de la misa, y a través de la oración del santo, fue revivido de la muerte.

San Francisco Javier dedicó casi tres años a la obra de predicar al pueblo de la India occidental, convirtiendo a muchos y llegando en sus viajes incluso a la isla de Ceilán.

Muchas fueron las dificultades que tuvo que afrontar Francisco en esta época, unas veces a causa de las crueles persecuciones que algunos reyes llevaban contra los neófitos, y otras porque los soldados portugueses, lejos de secundar la obra del santo, la retrasaban con su mal ejemplo y sus viciosas costumbres.

Sus viajes misioneros lo llevaron a muchos lugares. De hecho, Francisco fue el único miembro de la compañía original que abandonó Europa. Además de la India, ayudó en muchas misiones previamente establecidas; incluidas las de Mozambique y Melindi (Kenia), África y Socotra (una isla frente a la costa de Somalia).

Fallecimiento y sepultura

En 1549, Francisco inició la primera misión cristiana en Japón, donde sirvió en el país durante más de dos años. En 1552, zarpó para iniciar la primera misión cristiana en China. Sin embargo, cuando llegó, no se le permitió desembarcar en el continente.

Mientras planeaba el mejor medio para llegar a tierra firme, enfermó y el movimiento del barco pareció agravar su condición. Lo llevaron a tierra, donde se había construido una tosca cabaña para protegerlo.

Durante tres meses, esperó en la isla para ingresar a China junto a Antonio de Santa Fe, un amigo suyo de origen chino, donde debido a las condiciones precarias, le tocó luchar contra una pulmonía. A la edad de 46 años, el 3 de diciembre de 1552, en aquel pobre y frío entorno, exhaló su último suspiro.

Se cuenta que antes de morir decía: «Madre de Dios, ten misericordia de mí», «Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí».

Unos portugueses del barco «Santa Cruz» ayudaron a Antonio a introducir el cuerpo en una caja de madera, agregando cal al ataúd y lo enterraron. Tres meses después lo desenterraron para trasladarlo a Malaca, y al revisar el cuerpo vieron que estaba fresco, como si estuviera vivo. Lo introdujeron en otra caja, le untaron brea y se lo llevaron. En Malaca lo recibieron con entusiasmo y a su llegada, cesó la gran mortandad que había. Un enfermo lo besó y quedó curado. De ahí su cuerpo fue conducido a Goa, donde a petición de él mismo, quería ser enterrado. Llegó en la primavera de 1554, en medio de un gran recibimiento.

Esa ciudad resguarda el cuerpo semi incorrupto de San Francisco Javier en la Basílica del Buen Jesús de Goa. Éste es expuesto al público cada 10 años en una urna de cristal y plata. Esto ha convertido a Goa en un lugar de peregrinación de devotos de la India, que después de caminar hasta 10 días para llegar al lugar, esperan hasta 7 horas para ver al santo.

Por otra parte, su reliquia, que corresponde a su antebrazo, se encuentra en la Capilla de San Francisco Javier, en la Iglesia del Gesú en Roma.

San Francisco Javier, patrono de las misiones

San Francisco Javier fue canonizado por el papa Gregorio XV el 12 de marzo de 1622, junto a San Ignacio de Loyola, Santa Teresa de Ávila, San Isidro Labrador, y San Felipe Neri. Con justa razón fue nombrado patrono de la Propagación de la Fe en 1910, y en 1927 fue nombrado patrono de las misiones junto a Santa Teresa del Niño Jesús. Además, también fue proclamado en 1952 por el papa Pío XII como patrono del turismo.

Hoy es considerado el mayor misionero desde la época de los Apóstoles. El celo que demostró, los maravillosos milagros que realizó y el gran número de almas que llevó a la luz de la verdadera Fe, le dan derecho a esta distinción. Los historiadores cifran el número de bautismos en unas 30.000 personas; la tradición cita números de hasta 100.000.

Es realmente sorprendente que un hombre, en el corto espacio de diez años, haya podido visitar tantos países, haber atravesado tantos mares, haber predicado el Evangelio a tantas naciones y haber convertido a tantas almas.

En nuestros días, anualmente, en los primeros días de marzo, se celebra una masiva peregrinación en su recuerdo hasta el Castillo de Javier, las conocidas como javieradas.



Las Virtudes de San Francisco Javier

La historia de San Francisco Javier está llena de cualidades que vale la pena destacar.

San Francisco Javier llevó a cabo su misión de su vida con gran vitalidad y celo por la Mayor Gloria de Dios. Cuando se le pidió que se uniera a una expedición al Lejano Oriente, se mostró «encantado». Incluso las descripciones de cómo se movía capturan su entusiasmo. Se dice que «caminaba con un rostro alegre y tranquilo» y «dondequiera que iba, llevaba risa en la boca».

El entusiasmo de San Francisco Javier se subraya al reconocer que su trabajo y su vida no fueron fáciles. Los viajes por mar de esa época estaban llenos de peligros que amenazaban la vida.

Además, cuando San Francisco Javier terminó sus estudios universitarios, sus padres y una hermana ya habían fallecido, y sus demás hermanos se habían casado. Se sentía solo y huérfano, y durante gran parte de su vida luchó contra sentimientos de soledad.

A pesar de todo eso, una vez escribió a unos compañeros jesuitas: «En esta vida encontramos nuestro mayor consuelo viviendo en medio del peligro, es decir, si los enfrentamos únicamente por el amor de Dios».

Esto se refleja en una descripción de él escrita por un compañero: “Nunca he conocido a nadie más lleno de fe y esperanza, y más abierto de mente que Francisco. Nunca parece perder su gran alegría y entusiasmo. Habla tanto con los buenos como con los malos. Todo lo que se le pide, Francisco lo hace de buena gana, simplemente porque ama a todos”.

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Fuentes: