No es preciso, hijo mío, saber mucho para agradarme mucho; basta que me ames con fervor. Háblame, pues, aquí sencillamente, como hablarías a tu madre, a tu hermano.
¿Necesitas hacerme en favor de alguien una súplica cualquiera?
Dime su nombre, bien sea el de tus padres, bien el de tus hermanos y amigos; dime en seguida qué quisieras que hiciese actualmente por ellos. Pide mucho, mucho, no vaciles en pedir; me gustan los corazones generosos que llegan a olvidarse en cierto modo de sí mismos, para atender a las necesidades ajenas. Háblame así, con sencillez, con llaneza, de los pobres a quienes quisieras consolar, de los enfermos a quienes ves padecer, de los extraviados que anhelas volver al buen camino, de los amigos ausentes que quisieras ver otra vez a tu lado.
Dime por todos una palabra de amigo, palabra entrañable y fervorosa. Recuérdame que he prometido escuchar toda súplica que salgan del corazón, y ¿no ha de salir del corazón un ruego que me dirijas por aquellos a quienes tu corazón más especialmente ama?
¿Y para ti no necesitas alguna gracia?
Hazme, si quieres, una lista de tus necesidades, y ven, léela en mi presencia. Dime francamente que sientes -soberbia, amor a la sensualidad y al regalo; que eres tal vez egoísta, inconstante, negligente… ; y pídeme luego que venga en ayuda de los esfuerzos, pocos o muchos, que haces para quitar de ti tales miserias.
No te avergüences, ¡pobre alma! ¡Hay en el cielo tantos justos, tantos Santos de primer orden, que tuvieron esos mismos defectos! Pero rogaron con humildad… ; y poco a poco se vieron libres de ellos.
Ni menos vaciles en pedirme bienes espirituales y corporales: salud, memoria, éxito feliz en tus trabajos, negocios o estudios; todo eso puedo darte, y lo doy, y deseo que me lo pidas en cuanto no se oponga, antes favorezca y ayude a tu santificación. Hoy por hoy, ¿qué necesitas? ¿qué puedo hacer por tu bien? ¡Si supieras los deseos que tengo de favorecerte!
¿Traes ahora mismo entre manos algún Proyecto?
Cuéntamelo todo minuciosamente. ¿Qué te preocupa? ¿qué piensas? ¿qué deseas? ¿qué quieres que haga por tu hermano, por tu amigo, por tu superior? ¿qué desearías hacer por ellos?
¿Y por Mí? ¿No sientes deseos de mi gloria? ¿No quisieras poder hacer algún bien a tus prójimos, a tus amigos, a quienes amas mucho, y que viven quizás olvidados de Mí?
Dime qué cosa llama hoy particularmente tu atención, qué anhelas más vivamente, y con qué medios cuentas para conseguirlo. Dime si te sale mal tu empresa, y yo te diré las causas del mal éxito. ¿No quisieras que me interesase algo en tu favor? Hijo mío, soy dueño de los corazones, y dulcemente los llevo, sin perjuicio de su libertad, a donde me place.
¿Sientes acaso tristeza o mal humor?
Cuéntame, cuéntame, alma desconsolada, tus tristezas con todos sus pormenores. ¿Quién te hirió? ¿quién lastimó tu amor propio ? ¿quién te ha despreciado? Acércate a mi Corazón, que tiene bálsamo eficaz para curar todas esas heridas del tuyo. Dame cuenta de todo, y acabarás en breve por decirme que, a semejanza de Mí todo lo perdonas, todo lo olvidas, y en pago recibirás mi consoladora bendición.
¿Temes por ventura? ¿Sientes en tu alma aquellas vagas melancolías, que no por ser infundadas dejan de ser desgarradoras? Échate en brazos de mi providencia. Contigo estoy; aquí, a tu lado me tienes; todo lo veo, todo lo oigo, ni un momento te desamparo.
¿Sientes desvío de parte de personas que antes te quisieron bien, y ahora olvidadas se alejan de ti, sin que les hayas dado el menor motivo? Ruega por ellas, y yo las volveré a tu lado, si no han de ser obstáculo a tu santificación.
¿Y no tienes tal vez alegría alguna que comunicarme?
¿Por qué no me haces partícipe de ella como buen amigo?
Cuéntame lo que desde ayer, desde la última visita que me hiciste, ha consolado y hecho como sonreir tu corazón. Quizá has tenido agradables sorpresas, quizá has visto disipados negros recelos, quizá has recibido faustas noticias, alguna carta o muestra de cariño; has vencido alguna dificultad, o salido de algún lance apurado. Obra mía es todo esto, y yo te lo he proporcionado: ¿por qué no has de manifestarme por ello tu gratitud, y decirme sencillamente, como un hijo a su padre: « ¡Gracias, Padre mío, gracias!»? El agradecimiento trae consigo nuevos beneficios, porque al bienhechor le gusta verse correspondido.
¿Tampoco tienes Promesa alguna para hacerme?
Leo, ya lo sabes, en el fondo de tu corazón. A los hombres se les engaña fácilmente; a Dios, no. Háblame, pues, con toda sinceridad. ¿Tienes firme resolución de no exponerte ya más a aquella ocasión de pecado? ¿De privarte de aquel objeto que te dañó? ¿De no leer más aquel libro que exaltó tu imaginación? ¿De no tratar más aquella persona que turbó la paz de tu alma?
¿Volverás a ser dulce, amable y condescendiente con aquella otra a quien, por haberte faltado, has mirado hasta hoy como enemiga?
Ahora bien, hijo mío; vuelve a tus ocupaciones habituales, al taller, a la familia, al estudio… ; pero no olvides los quince minutos de grata conversación que hemos tenido aquí los dos, en la soledad del santuario. Guarda, en lo posibles, silencio, modestia, recogimiento, resignación, caridad con el prójimo. Ama y honra a mi madre, que también lo es tuya
Vuelve otra vez mañana con el corazón más amoroso, más entregado a mi servicio. En el mío hallarás cada día nuevo amor, nuevos beneficios, nuevos consuelos.
Aquí te espero.
Estación al Santísimo Sacramento
Rezamos:
- Padre Nuestro, Ave María y Gloria
- Santísimo sacramento, seas bendito y alabado y eternamente adorado, ¡Oh soberano portento!
Al finalizar todas las estaciones:
Ofrecimiento de la Estación:
En memoria, Señor, de Tu Pasión, de Tu muerte en la Cruz, de Tu agonía, porque tanto se aflige el alma mía, yo te ofrezco, Señor, esta estación. ¡Ojalá que me guíe a salvación!
Pues todos mis sentidos a porfía con respeto, contento y alegría, se enajenan en tu contemplación. De un pecador contrito y humillado, dígnate recibir acuesta ofrenda.
Concédeme tu gracia, Dios amado, y Tu Misericordia a mí descienda, pues te adoro, Señor, con fe sincera y con fervor mi alma te venera.
¡Viva Jesús Sacramentado! ¡Viva, y de todos sea muy amado!
Acto de consagración y desagravio al Sagrado Corazón de Jesús
¡Oh Corazón de Jesús! Quiero consagrarme a ti con todo el fervor de mi espíritu. Sobre el ara del altar en que te inmolas por mi amor, deposito todo mi ser, mi cuerpo, que respetaré como templo en que Tú habitas; mi alma que cultivaré como jardín en que te recreas; mis sentidos, que guardaré como puertas de tentación; mis potencias, que abriré a las inspiraciones de tu gracia; mis pensamientos, que apartaré de las ilusiones del mundo; mis deseos, que pondré en la felicidad del Paraíso; mis virtudes que florecerán a la sombra de tu protección; mis pasiones, que se someterán al freno de tus mandamientos; y el dolor de mis pecados, que detestaré mientras haya odio en mi pecho, y que lloraré sin cesar mientras haya lágrimas en mis ojos. Mi corazón quiere desde hoy ser para siempre todo tuyo, así como tú, ¡oh Corazón divino! has querido ser siempre todo mío.
Tuyo todo, tuyo siempre; no más culpas, no más tibieza. Te serviré por los que te ofenden; pensaré en ti por los que de ti se olvidan; te amaré por los que te odian; y rogaré y gemiré, y me sacrificaré por los que te blasfeman de ti sin conocerte.
Tú, que penetras los corazones, y sabes la sinceridad de mi deseo, comunícame aquella gracia que hace al débil omnipotente, dame el triunfo del valor en las batallas de la tierra, y cíñame el olivo de la paz en las mansiones de la Gloria.
Amén.
Oración a san José
A ti recurrimos en nuestra tribulación, bienaventurado José, y después de haber implorado el auxilio de tu santísima Esposa, solicitamos también confiadamente tu patrocinio. Por el afecto que te unió a la Virgen Inmaculada, Madre de Dios; por el amor paternal que profesaste al Niño Jesús, te suplicamos que vuelvas benigno los ojos a la herencia que Jesucristo conquistó con su Sangre, y que nos socorras con tu poder en nuestras necesidades.
Protege, providentísimo Custodio de la Sagrada Familia, al linaje escogido de Jesucristo. Presérvanos, padre amantísimo, de todo contagio de error y corrupción. Sé a nosotros propicio y asístenos desde el Cielo, oh poderosísimo protector nuestro, en el combate que al presente libramos contra el poder de las tinieblas. Y del mismo modo que, en otra ocasión, libraste del peligro de la muerte al Niño Jesús, defiende ahora a la Santa Iglesia de Dios contra las asechanzas de sus enemigos y contra toda adversidad. Ampara a cada uno de nosotros con tu perpetuo patrocinio a fin de que, siguiendo tus ejemplos, y sostenidos por tus auxilios, podamos vivir santamente, morir piadosamente y obtener la felicidad eterna del cielo. Amén.
Fuentes: Librerías del Rosario de Reñaca