Existen innumerables testimonios de milagros por intercesión del Padre Pío, tanto antes como después de su partida al Cielo. Sin embargo, también se sabe que este gran santo vivió una vida llena de anécdotas, algunas de ellas bastante divertidas. Por eso, queremos compartir contigo diez anécdotas graciosas sobre el Padre Pío, siendo la última especialmente tierna.
1.- «Si lo sabes mejor que yo…»
Una paisana le dijo al Padre Pío:
-El bebé de mi hermano está muy enfermo…
El padre respondió: No es grave, se curará
-No, Padre, le aseguro que es muy grave…
-Si lo sabes mejor que yo -respondió él-, ¿por qué acudes a mí?
2.- Salvando una carta
Una hija espiritual del Padre, la señorita Angelina Serritelli, leía bajo los muros del convento una carta del Padre, cuando la hoja se le escapó de las manos y se la llevó el viento… Pero la hoja se quedó parada de golpe en la pendiente rocosa, dando tiempo a la mujer para recuperarla.
Las colas para confesarse con el Padre Pío eran inacabables. Había quien pasaba la noche a las puertas del convento para tener un puesto.
A la misma hora, el Padre Pío estaba confesando en la iglesia. Cuando salió, la señorita Serritelli le esperaba para saludarle.
-La próxima vez ten cuidado con el viento -le dijo-. Si no le hubiese puesto un pie encima, la carta se habría perdido en el valle.
3.- Consejo para el sacerdote argentino
Un sacerdote argentino había oído hablar tanto sobre los consejos del Padre Pío que decidió viajar desde su país a Italia con el único objeto de que el padre le diera alguna recomendación útil para su vida espiritual. Llegó a Italia, se confesó con el padre y se tuvo que volver sin que el padre le diera ningún consejo. El padre le dio la absolución, lo bendijo y eso fue todo. Llegó a la Argentina tan desilusionado que se desahogaba contando el episodio a todo el mundo. “No entiendo por qué el padre no me dijo nada”, decía, “¡y yo que viajé desde la Argentina sólo para eso!” “-El Padre Pío lee las consciencias y sabía que yo había ido con la esperanza de que me diera alguna recomendación”, etc, etc. Así se quejaba una y otra vez hasta que sus fieles le empezaron a preguntar: “Padre, ¿está seguro que el padre Pío no le dijo nada?¿no habrá hecho algún gesto, algo fuera de lo común??”. Entonces el sacerdote se puso a pensar y finalmente se acordó que el Padre Pío sí había hecho algo un poco extraño. “-Me dio la bendición final haciendo la señal de la cruz sumamente despacio, tan despacio que yo pensé: ¿es que no va a acabar nunca?”, contó a sus fieles. “¡He ahí el consejo!”, le dijeron, “usted la hace tan rápido cuando nos bendice que más que una cruz parece un garabato”. El sacerdote quedó contentísimo con esta forma tan original de aconsejar que tenía el Padre Pío.
4.- Para no quedarse calvo
“No había remedios para mi cabello que iba desapareciendo de mi cabeza, y sinceramente me disgustaba quedar calvo. Me dirigí al Padre Pío y le dije: “Padre, ruegue para que no se me caiga el cabello”.
El Padre en ese momento bajaba por la escalera del coro. Yo lo miraba ansioso esperando una contestación. Cuando estuvo cerca de mí cambió el semblante y con una mirada expresiva señaló a alguien que estaba detrás y me dijo: “Encomiéndate a él”. Me di vuelta. Detrás había un sacerdote completamente calvo, con una cabeza tan brillante que parecía un espejo. Todos nos echamos a reír.
5.- Un saludo muy grande
Una hija espiritual del Padre Pío se había quedado en San Giovanni Rotondo tres semanas con el único propósito de poder confesarse con él. Al no lograrlo, ya se marchaba para Suiza profundamente triste, cuando se acordó que el Padre Pío daba todos los días la bendición desde la ventana de su celda. Se animó con la idea de que por lo menos recibiría su bendición antes de partir y salió corriendo hacia el convento. Por el camino iba diciendo para sus adentros: “quiero un saludo grande, grande, sólo para mí”. Cuando llegó se encontró con que la gente se había marchado pues el Padre había dado ya su bendición, los había saludado a todos agitando su pañuelo desde su ventana y se había retirado a descansar. Un grupo de mujeres que rezaban el Rosario se lo confirmaron. Era inútil esperar. La señora no se desanimó por eso y se arrodilló con las demás mujeres diciendo para sí: “no importa, yo quiero un saludo grande, grande, sólo para mí”. A los pocos minutos se abrió la ventana de la celda del Padre y éste, luego de dar nuevamente su bendición, se puso a agitar una sábana a modo de saludo en vez de usar su pañuelo. Todos se echaron a reír y una mujer comentó: “-¡Miren, el padre se ha vuelto loco!”. La hija espiritual del padre comenzó a llorar emocionada. Sabía que era el saludo “grande, grande” que había pedido para sí.
6.- Guardando la casa
“Unos ladrones merodeaban en mi barrio, en Roma, y esto me impedía ir a visitar al Padre Pío. Al final me decidí después de haber hecho un pacto mental con él: “Padre, yo iré a visitarte si tú me cuidas la casa…”.
Una vez en San Giovanni Rotondo, me confesé con el Padre y al día siguiente, cuando fui a saludarle, me reprendió: “¿Aún estás aquí? ¡Y yo que estoy sudando para sostenerte la puerta!”.
Me puse de viaje inmediatamente, sin haber comprendido qué había querido decirme. Habían forzado la cerradura, pero en casa no faltaba nada.”
7.- La mejor arma
Una tarde, el Padre Pío estaba en cama y lo asistía su sobrino Mario. El tío le dijo:
– Mario, tráeme el arma.
El sobrino buscó por aquí y por allá en la celda, sobre la mesa, en el cajón.
– Pero tío, no encuentro ninguna arma.
– Mira en el bolsillo de mi hábito.
El sobrino buscó en el amplio bolsillo, y nada.
– Tío, está sólo la corona del rosario.
– ¡Tonto! ¿No es esa el arma?
8.- Un melito
Hacía tanto tiempo que no iba a visitar al Padre Pío que me sentía obsesionada por la idea de que se hubiera olvidado de mí. Una mañana, después de haberle confiado, como de costumbre, mi hija bajo su protección, fui a Misa. De regreso, encontré a la pequeña saboreando un caramelo. Sorprendida le pregunté quién le había dado el “melito”, como ella llamaba a los caramelitos, y muy contenta me señaló el retrato del Padre Pío que dominaba sobre el corralito donde dejaba a la pequeña durante mis breves ausencias.
No di ninguna importancia al episodio y no pensé más en él. Después de algún tiempo, no logrando sacarme de la cabeza la idea de que el Padre Pío se hubiera olvidado de mí, pude finalmente ir a visitarlo. Inmediatamente después de la confesión, cuando fui a besarle la mano, me dijo riendo: “… ¿también tú querías un “melito”?
9.- Ruege por mis hijitos
Una señora muy devota del Padre Pío nunca se iba a dormir sin haberle encomendado antes a sus hijos. Todos las noches se arrodillaba frente a la imagen del Padre y le decía: “Padre Pío, ruegue por mis hijitos”. Después de tres años de rezar todos los días la misma jaculatoria pudo ir a San Giovanni Rotondo. Cuando vio al Padre le dijo: “Padre, ruegue por mis hijitos”. “Lo sé, hija mía”, le dijo el Padre, “¡hace tres años que me vienes repitiendo lo mismo todos los días!”.
10.- Su devoción preferida
-¿Cuál es su devoción preferida, Padre? -le preguntó un día el Publicano.
En voz baja, con una emoción indescriptible, el Padre Pío respondió:
-La mirada de Jesús.
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