Historia de la Medalla Milagrosa
Después de la primer aparición de la Virgen a Santa Catalina Labouré, la Virgen, con hermosos rayos de luz brotando de sus manos, le dijo: «Estos rayos son un símbolo de las gracias que derramo sobre quienes me los piden».
Entonces se formó un óvalo alrededor de María, y Catalina vio en un semicírculo la invocación “Oh María sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a ti”, en letras doradas.
Luego escuchó una voz que decía: “Acuñad una medalla según este modelo. Para quienes la lleven con confianza, habrá abundantes gracias”. Entonces la imagen giró y Catalina vio el reverso de la medalla: la letra M rematada por una pequeña cruz y los dos sagrados corazones debajo, uno de Jesús, coronado de espinas y el otro de María, traspasado por una espada.
En diciembre de 1830, la misma imagen de la medalla apareció a Catalina detrás del tabernáculo. Una voz dijo: «Estos rayos son el símbolo de las gracias que la Santísima Virgen obtiene para aquellos que las solicitan… Ya no me veréis más». Con estas palabras, concluyeron las apariciones.
Catalina transmitió las instrucciones de la Santísima Virgen a su confesor, el padre Aladel, pero én no demostró apertura, e incluso le prohibió pensar en ello, lo que devastó a Catalina.
El 30 de enero de 1831, Catalina completó su seminario y recibió el hábito de las Hijas de la Caridad. Al día siguiente, se trasladó al Hospicio de Enghien, fundado por la familia de Orleans y ubicado en el número 12 de la rue de Picpus, al este de París, en una zona empobrecida. Allí, dedicó 46 años de su vida atendiendo a ancianos y personas desfavorecidas en silencio y total oscuridad.
Cuatro años después, en 1858, las visiones en Lourdes confirmaron a Bernadette Soubirous el privilegio de la Inmaculada Concepción de la Madre de Dios. Con su corazón inmaculado, María es la primera redimida por los méritos de Jesucristo, y se erige como una luz para nuestro mundo. Todos nosotros, al igual que ella, estamos destinados a la felicidad eterna. Pocos meses después de las apariciones, Sor Catalina fue destinada al Hospicio de Enghein, ubicado en el distrito 12 de París, para cuidar a ancianos. A pesar de estar ocupada, una voz interior persistía en la necesidad de acuñar la Medalla Milagrosa.
Catalina compartió este mensaje nuevamente con su confesor, el padre Aladel. En febrero de 1832, París se vio afectado por una grave epidemia de cólera, resultando en más de 20.000 muertes. En junio, las Hijas de la Caridad comenzaron a distribuir las primeras 2,000 medallas, confeccionadas a petición del padre Aladel. Se registraron curaciones, así como protección contra la enfermedad y conversiones. La respuesta fue abrumadora, y la medalla pronto comenzó a ser llamada «milagrosa» por el pueblo de París.
En el otoño de 1834, ya se habían producido 500.000 medallas. Para 1835, la cifra ascendía a más de un millón en todo el mundo, y para 1839, se habían distribuido más de 10 millones de medallas. En el momento del fallecimiento de Sor Catalina en 1876, el número de medallas superaba los mil millones.
Las palabras e imágenes en el anverso de la medalla comunican un mensaje con tres aspectos estrechamente vinculados. «Oh María sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a ti». Esta declaración nos revela explícitamente la identidad de María: la Virgen María es inmaculada desde el momento de su concepción. El poder de su intercesión por aquellos que le rezan se deriva de este privilegio, otorgado por los méritos de la Pasión de su Hijo Jesucristo. Por esta razón, la Virgen invita a todos a acudir a ella en medio de las dificultades de la vida.